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(Foto: Ana Lía Orézzoli)
Nora Sugobono

El término ‘caponear’ hace referencia a una antigua práctica en la que se especializaron cientos de ciudadanos chinos a mediados del siglo XIX: la castración de los chanchos de los criaderos cercanos al primer gran mercado de Lima (donde hoy existe el Mercado Central), espacio donde poco a poco se fueron instalando las familias chinas que se quedaron en el Perú. De esa actividad viene el nombre con el que ese pedazo del Cercado fue conocido en adelante: Capón.

Curioso enlace para el tema que nos concierne. En esas mismas calles se celebrará dentro de unos días el Año del Cerdo.

CUENTOS CHINOS
Las nuevas tradiciones se van instaurando a través de los caminos menos sospechados. En el caso del Barrio Chino, tres fueron los grandes atractivos que lo consolidaron como una visita contradictoriamente obligatoria para los limeños de la época: la comida (aún exótica a inicios del siglo XX), los médicos herbolarios y los fumaderos de opio, refugios de artistas y poetas. La contradicción viene con la fama del lugar: “El Barrio Chino era criticado porque se argumentaba que era sucio”, sostiene el historiador Marco Antonio Capristán, del portal Pinceladas Limeñas. “Tanto es así, que en 1909 se demuele un gran conjunto de viviendas construidas en lo que había sido el Jardín de Otaiza, y que llegó a ser el espacio de mayor concentración de chinos en Lima”, explica. Nunca se fueron muy lejos.

Luis Yong –tercera generación de un legado con raíces chinas y peruanas– pasó buena parte de su infancia en Barrios Altos. La suya era una familia abundante, pero nunca faltaba un sobrecito rojo con monedas para cada uno durante el Año Nuevo. Aquella era –es– la tradición más arraigada que conserva de la fiesta que tendrá lugar el próximo 5 de febrero. “La gente que te quiere te obsequia el sobre con algo de dinero, monedas o billetes, como señal de buenos deseos”, cuenta. Para él, como para muchos otros ‘paisanos’, el Año Nuevo era algo que se celebraba en casa. No fue hasta la década del 80 que empezó a popularizarse y compartirse a un nivel más masivo. “Es ahí cuando sale el dragón y pasa por las tiendas a comer la lechuga; cuando se ve el festejo. El Año Nuevo chino se convierte por primera vez en noticia”, añade Marco Antonio Capristán.

El Chancho es el último de los 12 signos del horóscopo chino. Es por ello que llega lleno de mensajes: además de las características propias del animal (nobleza, abundancia), también se trata del cierre de un ciclo de 12 años. A Yong no le gusta que la gente asocie al cerdo con algo negativo. “El chanchito es una criatura generosa, que goza de la vida. Para empezar, es omnívoro: lo aprovecha todo”, dice. Todo se aprovecha de él, también. Solo basta con mirar la mesa.

FAMA Y FORTUNA
“No se puede dejar ni un solo arroz en el plato. ¿Sabes cuánto trabajo hay detrás de cada granito? En China todo tiene un significado cuando se trata de la comida, y más aún en el Año Nuevo”, explica Luis Yong. Fideos para tener larga vida. Pescado para la buena suerte (“pero no se le puede dar vuelta, ni siquiera para sacarle las espinas: sería como voltear tu suerte”, añade él). Naranjas porque combinan el dorado de la iluminación con el rojo de la pasión. Y así en adelante. Mientras más haya, mejor. “Antes se servían los platos y se dejaban hasta el día siguiente, para recibir el año con abundancia. Cuando éramos niños no podíamos resistir y terminábamos comiendo”, recuerda Yong. Esta es una festividad cargada de simbolismo pero es, principalmente, un celebración dedicada a la familia.

Raisa Quiroz del Valle y César Sotomayor viven con Jamona desde que la cerdita tenía un mes de vida. Les dijeron que llegaría a pesar 25 kilos como máximo: la Göttingen –una raza de cerdos miniatura– solo crece hasta los dos años y medio. Jamona ya se está acercando a la cifra, pero no hay problema. Mantiene una dieta vegetariana, sale a pasear todas las noches y ha visitado la playa. También conoce Chosica. La suya es la vida de una mascota cualquiera, con horarios para alimentarse y una rutina bien definida. “Cuando la sacamos por la calle, muchos nos preguntan si la tenemos para comérnosla. En realidad no nos molesta, es cuestión de cada quien”, dice Raisa.

Jamona no es muy cariñosa, salvo que esté en confianza. Tampoco se acerca en búsqueda de cariño ni corre detrás de la gente. Lo que sí sabe es cómo expresarse. Cuentan sus dueños que hace al menos unos 20 tipos de ‘ruiditos’. “Es una respondona”, continúa su dueña.

El que abre este reportaje fue su primer recorrido por Capón. Salió de allí con mejor suerte que la de sus antecesores. //

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