Nora Sugobono

Su vida entera estuvo marcada por el apetito. Apetito de éxito, de novedad, de creación. Y apetito por la gastronomía, la peruana por encima de todas. supo saborear la vida como pocos. La herencia periodística que llevaba en la sangre lo hizo gestor de proyectos como Perú 21, Trome, Canal N y -quizá el que más quería entre todos ellos, por motivos que solo él conocía- la revista Somos. El vínculo profundo que sentía con la cocina lo convirtió en uno de los principales impulsores de la divulgación de contenidos que llegaron a millones de lectores y televidentes, y fue uno de los grandes responsables de la puesta en valor de nuestro legado culinario. La mañana de este martes 15 de marzo, Roca Rey ha partido a los 77 años. Su figura es irremplazable.

Era el año 2015 (nadie sospechaba que una pandemia cambiaría pronto el orden de las cosas) cuando Bernardo, el fotógrafo Omar Lucas y yo partimos con destino a Paracas para conocer lo que entonces era su gran y nueva aventura: los vinos que había producido en pleno desierto. Su orgullo más grande, la pieza que faltaba para completar el tablero. Quinientas hectáreas de arena y una apuesta impresionante, sin precedentes, nos esperaban entonces. Bernardo puso música clásica desde su iPhone para el viaje en carretera mientras íbamos conversando. Esta vez la entrevista no tenía que ver con Mistura, ni Apega, ni ningún producto editorial. Esta vez eran él y su sueño personal, acaso el más íntimo de todos: tener su propio vino.

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Un equipo ya se había adelantado para tenerlo todo listo una vez llegásemos: íbamos a comer en la misma arena y él iba a ser el encargado de cocinar. Después de recorrer los viñedos y caminar por el fundo, lo que tocaba era probar un cebiche al pomo -una de sus especialidades- empanadas de conchas, y mashuas al horno, combinadas a la perfección con los vinos recién embotellados y el pisco Larroca que también producía en Lunahuaná. Cuando el cebiche estuvo listo, Bernardo tomó un poco de su pisco y lo volcó en una copa con leche de tigre. Acto seguido, se lo tomó de un solo sorbo.

Creo que hay gente que puede pensar que estoy loco”, me dijo entonces. “Pero si no compraba la tierra, nunca iba a encontrar el pozo”, explicaba sobre el agua que había encontrado entre las dunas, y que le permitió plantar sus uvas Moscatel de Alejandría y Luna Negra. Tener una etiqueta con su nombre era su obsesión y su misión: algo que logró, y que disfrutaba a plenitud. Aquel día de enero Bernardo grababa videos con su celular y tomaba fotos constantemente. También me enseñó las aplicaciones donde llevaba registro de los kilómetros que corría diariamente a sus 70 años (su meta era mantenerse con 100 kilómetros al mes) y me hablaba de sus ansias por perdurar, por prevalecer. “He sembrado algo para que no se acabe mañana”, dijo sobre la vid.

Hoy esas palabras resuenan de una manera distinta.

Cocinero por afición y vocación, Bernardo nunca perdía la oportunidad para dar rienda suelta a su talento culinario. En la foto, valiéndose de un soplete, les da el toque final a unas empanadas de conchas de Paracas. Foto: Omar Lucas.
Cocinero por afición y vocación, Bernardo nunca perdía la oportunidad para dar rienda suelta a su talento culinario. En la foto, valiéndose de un soplete, les da el toque final a unas empanadas de conchas de Paracas. Foto: Omar Lucas.
/ Omar Lucas

2022: La última cosecha

En plena pandemia, hace más o menos un año, a Bernardo Roca Rey se le ocurrió organizar comidas por Zoom. Él mismo enviaba todo en una caja: algunos platos llegaban envasados al vacío; a otros solo había que darles un mínimo toque. Cada cosa tenía un orden, un diseño determinado. Este era un hombre que creaba su propia vajilla según la receta que servía: tal era su devoción por la buena mesa. Evidentemente, también había un maridaje específico.

Hacía siete años que Bernardo había materializado el sueño insólito, excepcional, de producir y distribuir sus propios vinos y piscos. Con el tiempo empecé a sospechar que más que venderlos u ofrecerlos en restaurantes, lo que él quería era tomarlos hechos a su antojo. Y así lo hizo. Sus vinos se convirtieron en una rareza, un lujo que se disfrutaba mejor en su compañía y con un menú no menos extravagante en frente. Humos, espumas, o técnicas de cocción milenarias (a veces todos juntas en una misma preparación) formaban parte de las experiencias gastronómicas que solía ofrecer en su casa, con el Pacífico como vista y testigo. Daba igual si se trataba de un chupe o un confit: cada detalle contaba, empezando por sus sagrados menjunjes. Bernardo era un sibarita, un gozador; pero más que eso era un pionero. Gastronómico, editorial, y todo lo que hay en el medio.

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Supo alimentar sus fantasías desde diferentes trincheras: fue presidente de Apega y organizó varias ediciones de la feria Mistura, hasta la última de ellas, en 2017. La franquicia internacional de dicho encuentro culinario estaba en marcha desde 2018 y Roca Rey tenía grandes esperanzas para ese proyecto, pero la pandemia terminó por frenar los planes. También fungió como presidente de del Consejo de la Prensa Peruana, porque si había algo que Bernardo amase tanto o más que la cocina, era el periodismo. Quizá donde mejor convergieron ambas pasiones fue en los centenares de coleccionables que publicó con este diario, acercando las recetas de Teresa Ocampo, Marisa Guiulfo y Gastón Acurio -por nombrar algunos- a millones de hogares peruanos durante años.

Describir su vida como fascinante quedaría corto. Solía acompañar a su abuelo -Luis Miró Quesada- desde muy niño a la redacción de El Comercio, donde empezó a publicar siendo bastante joven; su madre, Elvira, fue una actriz, pensadora y feminista que se divorció enfrentándose a la sociedad represora de aquella época. Bernardo creció estudiando en internados de Europa y volvió al Perú principalmente para recorrerlo, hambriento por conocer y por dar a conocer. Alguna vez su hija Hirka me relató cómo de niña su padre solía llevarla a muelles de pescadores a comer mariscos frescos, o de excursión a la sierra sin mayor equipo que una camioneta y algunas colchas. Ese 2015, cuando fuimos con él a ver sus viñedos en Paracas, hacía tanto calor que Bernardo terminó lanzándose en jean a un charco. Verlo flotando y chapoteando como un niño es una escena que aún se siente fresca en mi memoria. El suyo era un espíritu donde el hippie se encontraba con el bon vivant; una mezcla peculiar, no cabe duda, pero única en su clase. No encuentro mejor manera de definirlo.

Cuando compró el fundo "El Milagro", en la zona de Pozo Santo, en 2010, Bernardo tardó tres meses en encontrar agua. Aquí descansando tras un día de recorrido por el viñedo, en el oasis que se convirtió en su refugio en los últimos años de su vida. Foto: Omar Lucas.
Cuando compró el fundo "El Milagro", en la zona de Pozo Santo, en 2010, Bernardo tardó tres meses en encontrar agua. Aquí descansando tras un día de recorrido por el viñedo, en el oasis que se convirtió en su refugio en los últimos años de su vida. Foto: Omar Lucas.
/ Omar Lucas

Hizo las cosas a su manera, convencido de sus ideas y dispuesto a dar batalla. Nunca es fácil abrir caminos: hay luchas externas y también internas. Pero la satisfacción de un solo logro, por grande o pequeño que sea, siempre valdrá el esfuerzo. Imagino hoy cómo debe haberse sentido cada sábado cuando abría la Somos que fundó en 1986 y que casi no ve la luz (le dieron tres meses para hacer que funcione; ya han pasado 35 años). Cómo observó a distintas generaciones de chefs, posteriores a él, difundir la quinua, la maca, las papas nativas, el maíz, el tarwi, la kiwicha o la oca; no solo como promotor gastronómico, sino por su propio espíritu de cocinero. Porque en medio de todo, en su vida también hubo tiempo para tener un restaurante.

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Desde el Pantagruel se dedicó a difundir lo que fuera su motor y motivo, la cocina novoandina, sentando las bases del boom que vendría más adelante para cambiar nuestra historia. Recuerdo con nerviosismo las entrevistas que le hice en mis primeros años en Somos y, en consecuencia, las primeras comidas que compartimos cuando era ajena a términos e ingredientes que hoy conozco bien. Su pasión por la comida siempre fue y será una enorme inspiración. Solo me queda agradecerle aquella confianza.

“No me prendas sin amor, no me apagues sin sazón”, tenía escrito Bernardo en la pared de su cocina, y era una frase que usaba con frecuencia. Esa sazón que supo ponerle a la vida, no tengo duda, se mantendrá encendida por mucho tiempo en adelante.

Roca Rey en portada de Somos, en enero de 2015. Foto: Omar Lucas.
Roca Rey en portada de Somos, en enero de 2015. Foto: Omar Lucas.

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