
Un palacete reducido a escombros. La casona utilizada durante las temporadas de verano por Óscar R. Benavides y Manuel Odría durante sus respectivas presidencias, aquella que se suponía debía ser un símbolo de elegancia y modernidad, hoy agoniza frente al bravo mar del Callao siendo mas bien un reflejo del desinterés y abandono de las autoridades.
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Durante la década de 1920 se inició el proyecto de crear un moderno y lujoso balneario en La Perla, el cual buscaba competir con el ya famoso paseo costero de La Punta. Uno de los personajes que encabezaba dicha empresa era Héctor Boza Aiscorbe, destacado ingeniero, promotor de urbanizaciones y político.
“El ingeniero Boza, a través de su constructora, comenzó a vender terrenos y a construir casas de estilo europeo, muy parecidas a las que había en Miraflores por aquella época. Por esa época se presentó una maqueta de cómo querían que fuese el malecón, yo lo encontré en una edición de la revista Mundial que encontré en la hemeroteca de la Biblioteca Pública Municipal de Callao. Según la maqueta, al final de la avenida Santa Rosa, que entonces se llamaba calle Las Palmeras, habría un gran hotel y un muelle para yates de lujo”, comenta a El Comercio Ricardo Gonzales Zapata, chalaco apasionado de la historia de la provincia constitucional y administrador de la página de Facebook “El Callao que se nos fue”.

Este proyecto, sin embargo, se habría visto frustrado durante el Oncenio de Augusto B. Leguía, pues el mandatario consideraba que la ciudad debía crecer hacia el sur y, según Gonzales, no le habría agradado demasiado la idea de otro malecón que compitiera con La Punta, un espacio al que el presidente le guardaba especial afecto.
La negativa presidencial, reafirmada con la construcción de la Avenida Leguía, actual Avenida Arequipa, llevó a que Boza abandone su proyecto en La Perla y enfoca sus esfuerzos en el sur de la capital.


Para 1933, con Óscar Raimundo Benavides en la presidencia, el ingeniero Boza fue nombrado ministro de Fomento y Obras Públicas. Durante su gestión, que se extendería hasta 1936, decidió donarle una de aquellas casas al mandatario para que pudiera despachar desde el corazón del Callao durante la temporada más cálida del año.
La casa obsequiada era un ejemplo exquisito de arquitectura ecléctica donde destacaban sus amplios jardines, una torre con un mirador que apuntaba a la bahía, columnas, techos inclinados con buhardillas, una chimenea y ventanas panorámicas. Esta se ubicaba en un terreno que ocupaba una manzana completa en lo que actualmente es la cuadra 10 de la avenida La Paz.
Gonzales destaca que el presidente Benavides “vivió allí, ahí se casó su hija también y ahí fue donde él murió”. Junto a la casona, además, se instaló el despacho presidencial y la secretaría de la presidencia.


Tras el fallecimiento del mandatario, la familia donó el inmueble al Estado, pero esa no sería la última experiencia presidencial de la casona.
Durante los primeros años del Ochenio, el general Odría utilizó la casona como residencia de verano hasta la década de 1950, cuando esta es donada al Ministerio de Educación para que sirva como casa de recreo para los profesores. “Ahí comenzó el abandono sistemático de la casona”, lamenta Gonzales.
“La zona en la que actualmente se ubica el colegio Miguel Grau era el patio de la casona. En un primer momento se creó ahí el colegio General Prado pero cuando creció esa institución se mudó a otro lugar y ese espacio se convirtió en el colegio Miguel Grau que hasta hoy funciona. La parte de la casona quedó a un lado y la pasó a habitar un trabajador de mantenimiento o guardianía que cuidaba el colegio en sus primeros años. Luego que falleció esa persona su familia quedó viviendo ahí y hasta donde tengo entendido hasta ahora siguen ahí, evitando que personas de mala vida se metan”, explica a este Diario la profesora Pilar Torres Chauca, quien fue la mentora de los Corresponsales Escolares Abraham Gallardo, Sofía Mimbela, Mario Puma y Annie Valdez que en el 2021 escribieron una crónica sobre esta casona.

En su artículo, los jóvenes colegas instaban a las autoridades municipales a restaurar la antigua propiedad y convertirla en un lugar turístico que les permita generar ingresos para su escuela.
Gonzales lamenta que este escenario sea casi imposible por dos razones principales: el desinterés de las autoridades y la destrucción total del inmueble. “No se vislumbra por ningún lado, ni por el gobierno regional del Callao, ni por las municipalidades del Callao o de La Perla, la intención de levantar esa casona. La casona está totalmente abandonada, los cimientos están destruidos, es una pena pero en aquella época las construcciones eran una mezcla de material noble y adobe, habría necesitado de mucho mantenimiento durante todos estos años y no se ha dado”, explica.
“A mí, como chalaco, obviamente que me gustaría que se recupere pero me engañaría si pensara que eso sucederá. Lo que me entristece es que la mayoría de chalacos no conocen esta historia, ni de la casona ni del balneario que se esperaba construir. Eso sí lo podemos cambiar”, acota.

De la lujosa casona hoy solo quedan algunas columnas y paredes pintarrajeadas, podridas y dañadas.

El Comercio recogió versiones de que una familia aún habita en las ruinas de la casona, pero también otra en la que señalaban que servía como refugio para delincuentes e indigentes.

La casona poseía una hermosa vista de la bahía chalaca.

El terreno donde fue construida la casona se extendía por una manzana completa a la altura de la cuadra 10 de la actual Avenida La Paz.