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Conoce a los últimos guardianes del bosque en Ucayali FOTOS

Navegamos por el río Yurúa desde Puerto Breu durante el décimo friaje del año, con una temperatura por debajo de los 16 °C. Una sensación de extrañeza nos invande a quienes confiamos a ojos cerrados en el calor tropical de la Amazonía. Sin embargo, el frío yurui no se deja sentir todos los años, por esta época. Felizmente, no cala el corazón de sus habitantes, un pueblo indígena resiliente que ha apostado por crear un área para conservar 48 mil hectáreas de bosques.

Cinco horas después, ya en Dulce Gloria, una de las 24 comunidades indígenas de Yurúa (distrito de la provincia de Atalaya), la serena mirada de Maruja Merino, a sus 60 años, templa el frío ambiente. Ella es ashéninka y desde niña vive ahí, cerca de la frontera entre Ucayali y Brasil.

Como le enseñó su madre, Maruja utiliza la corteza de caoba para darle color a sus vestimentas (kushmas), carteras, bordados y otros objetos utilitarios que confecciona. Además, la semilla del árbol es útil para tratar enfermedades como la diabetes. El legado familiar de Maruja demuestra que la caoba no solo es madera, sino que les permite continuar practicando sus costumbres, que se transmiten de generación en generación.
Llegada la tarde, Maruja comparte su arte con otras mujeres de la comunidad. Allí se pinta, se conversa, se ríe, se vive.

EL BOSQUE LO ES TODO
Fundada hace 37 años, Dulce Gloria se encuentra donde se unen los ríos Yurúa y Huacapistea. Arlindo Ruiz Santos, de 32 años, es jefe de esta comunidad e hijo de uno de sus fundadores. Hoy, las 74 familias que la componen son guardianas de 36 mil hectáreas de bosque

Muy cerca de ahí queda la cocha Gavilán, llamada también ‘Shiron potsire’, una gran despensa natural donde cohabitan peces como el boquichico, la yambira, el bagre, el huasaco, la lisa y el paiche; además de la taricaya y la motelo. “Es una cocha segura donde siempre hay comida. Aquí cazamos y pescamos, curamos enfermedades y construimos nuestras propias casas. Todo está aquí”, explica Arlindo. Sin embargo, las cosas están cambiando. Escasean las pavas, que usaban para alimentarse o extraer sus plumas; y hay poco ‘mijano’ (época de creciente, donde hay abundantes peces). En Dulce Gloria se utiliza la shapaja –una especie de palmera– para techar las casas. “Antes tumbábamos 30 troncos para sacar las hojas y techar. Ahora extraemos las hojas sin tumbar la palmera y esperamos casi medio año. Estamos reforestando para que no desaparezca”, dice Arlindo, quien es parte de la primera asociación en el Perú conformada por indígenas asháninka, ashéninka, yaminahua, amahuaca y otros pueblos con el fin de crear y administrar una concesión para conservación en Yurúa. Desde hace más de 20 años participan de manera activa ante posibles amenazas como la deforestación y la tala ilegal.

En alianza con Sernanp-Minam, la Autoridad Regional Ambiental de Ucayali, la Municipalidad de Yurúa, el Ministerio de Cultura, ProPurús y las organizaciones indígenas, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), través del proyecto Amazonía Resiliente, realiza un trabajo coordinado entre el Estado y las instituciones privadas para apoyar la creación y consolidar este importante espacio.

Mientras nuestro viaje llega a su fin, el clima mejora en Yurúa y mantiene a buena temperatura las ganas de seguir adelante. “Yo me quiero seguir alimentando, vistiendo y curando en el bosque. No quiero perjudicar mi salud y la de mi familia. No quiero una comunidad de calamina, sino un desarrollo para Yurúa, pero en armonía con la naturaleza”, finaliza Arnildo.

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