Gabriela Machuca Castillo

Ocurrió hace cuatro años. El español Adriá Ballester había tenido un día del demonio en el trabajo -está en el rubro de las ventas-, por lo que decidió no ir para su casa. Creyó que mejor era dar una vuelta por la ciudad, qué importaba que hiciera entonces tanto frío por el invierno. Acabó en la Montaña de Barcelona, una zona muy bonita de por allá. De pronto, apareció un hombre con mucha más barba y cuerpo que él. Así como Santa Claus. Y comenzaron a charlar. De todo y de nada. “Se llamaba Ramón. Estuvo genial. Cuando me despedí quedé con una sensación bastante mejor que con la que llegué. Rápidamente pensé que era una pena que con la cantidad de gente que hay en el mundo no nos demos la oportunidad de hablar con totales desconocidos”, narra hoy el joven de 27 años en zoom con Somos. Le quedó claro ahí mismo: lo que tocaba era volver el fin de semana y ofrecer conversaciones en la calle. Lo hizo con dos sillas muy aparatosas que compró en Ikea y un cartel. Desde entonces no ha parado de dedicar sus mañanas de sábado y domingo a dialogar con extraños y sin querer ha formado un movimiento internacional que ya cuenta con 30 voluntarios en todo el mundo. Free conversations, se llama.

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