
Cualquiera que haya paseado por Lima los debe haber visto muchas veces: enormes gigantes de concreto, pesados y monocromáticos, que se reparten por toda la ciudad y que remiten a una estética y a un pasado no muy antiguo. Algunos ejemplos: el Pentagonito, el Museo de la Nación, el edificio de Petroperú, el mismo Centro Cívico, la residencial San Felipe o Santa Cruz. Todas son estructuras imponentes y vestigios de una corriente arquitectónica que alguna vez estuvo en boga en el mundo y marcó el diseño urbano de la ciudad. Se le llamó brutalismo, y en el Perú encontró un terreno fértil entre los jóvenes arquitectos que estaban obsesionados con realizar una arquitectura monumental que rompiera con el pasado y con el estilo clásico de la primera mitad del siglo XX.
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El brutalismo en nuestro país alcanzó su máximo apogeo cuando vivíamos una dictadura militar y los edificios buscaban ser funcionales y al mismo tiempo simbolizar un cambio político y social, acorde a las aspiraciones del régimen de turno. Hay una fuerte carga ideológica en el brutalismo, que no por nada fue el preferido de algunos regímenes autoritarios como en la misma Unión Soviética. Sus orígenes, sin embargo, están muy lejos de ahí. Se le atribuye al arquitecto francés Le Corbusier ser precursor del brutalismo con sus edificios de concreto revolucionarios como la Unidad Habitacional de Marsella, un proyecto de vivienda residencial para familias desplazadas por la guerra que requería una funcionalidad práctica y austera por encima de los ornamentos de otros estilos. Debía ser una obra que fuese útil, con un fin público aunque no exenta de una singular belleza.

El brutalismo hasta hoyAunque cayó en desuso desde los años ochenta, el brutalismo ha vuelto a captar la atención del público, al menos de forma nominal, gracias al estreno de la película “El brutalista”, nominada al Óscar, que, entre otras cosas, reaviva un poco el interés por esta singular corriente arquitectónica. La película está dirigida por Brady Corbet y protagonizada por Adrien Brody y narra la historia de un arquitecto europeo que emigra a los Estados Unidos tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial. En su relato, se exploran los desafíos culturales, sociales e ideológicos que enfrenta mientras intenta construir un legado a través de su particular visión arquitectónica. La cinta figura entre las favoritas para llevarse el Óscar en las principales categorías: mejor película, mejor dirección y mejor guion original.

Según el arquitecto y docente de la Universidad Católica, Sebastián Cillóniz, el brutalismo tiene su raíz en el modernismo arquitectónico, surgido en Europa antes y después de la Segunda Guerra Mundial. “El término ‘brutalismo’ proviene del francés ‘béton brut’, que significa ‘concreto en bruto’”, señala y apunta que “fue acuñado por el historiador inglés Reyner Banham para describir lo que era considerado una arquitectura ‘brutalmente honesta’”. La filosofía brutalista rechazaba los ornamentos y enfatizaba la funcionalidad. Según Cillóniz, “la ausencia del ornamento tenía que ver no solo con el brutalismo, sino también con el movimiento moderno en general, que buscaba romper con el pasado y empezar desde una tabula rasa”.
El Perú adoptó el brutalismo con fuerza durante los años sesenta y setenta, con una generación de arquitectos maestros del concreto expuesto como Walter Weberhofer (edificio Petroperú), Carlos Arana (edificio Diners), Enrique Ciriani (residencial San Felipe), Jacques Crousse y Jorge Páez (residencial Santa Cruz), Miguel Cruchaga, Miguel Rodrigo y Emilio Soyer (Ministerio de Pesquería). “Es interesante cómo el brutalismo en el Perú empezó a cargarse de una identidad local. No era simplemente un molde importado, sino que utilizaba el concreto expuesto para trabajar imaginarios culturales relacionados con el pasado prehispánico”, comenta el arquitecto Sebastián Cilloniz. El concreto se convirtió para algunos arquitectos en “la nueva piedra”, evocando a las construcciones monumentales de nuestros antepasados y reforzando un sentido de orgullo nacional a través de la arquitectura.


Con el tiempo, las escuelas modernas fueron superadas y consideradas anticuadas (además de poco ecológicas por su gran huella de carbono) y cayeron en el olvido. Sin embargo, aún es posible encontrar en Lima gigantes de concreto que evocan el brutalismo, como el premiado edificio de la UTEC, en la bajada de Armendáriz. Su estructura, imponente y funcional, deja entrever la influencia de esta escuela, convirtiéndose en una rareza hermosa y algo anacrónica. Pero el brutalismo era más que concreto expuesto; detrás había una ideología cargada de significados, que evocaba desde austeridad hasta poderío, trascendencia y una pretensión de eternidad. Los edificios neobrutalistas de hoy no buscan necesariamente estas resonancias. Son, más bien, elegantes ecos de un pasado que nunca está de más revisar. //
Algunos ejemplos:
La residencial San Felipe fue un proyecto de carácter brutalista impulsado en 1965 por la Junta Nacional de la Vivienda como parte de un plan estatal para ofrecer viviendas asequibles a la creciente clase media. Los arquitectos fueron Enrique Ciriani, José García Bryce y Miguel Ángel Llona, entre otros, quienes combinaron bloques habitacionales de concreto expuesto con amplias áreas verdes.

Otra obra que nos dejó el brutalismo fue el Cuartel General del Ejército, de Surco, conocido popularmente como el Pentagonito. La obra inició su construcción en 1973 y terminó en 1975, y estuvo a cargo de un nutrido grupo de ingenieros y arquitectos expertos en concreto expuesto, entre los que sobresalen los nombres de Juan Günther Doering, Martín Tanaka, entre otros.

El edificio de Petroperú, diseñado por los arquitectos Daniel Arana Ríos y Walter Weberhofer, comenzó su construcción en 1970 y fue inaugurado en 1973, destacándose como uno de los edificios más altos de Lima en su época. Con veintidós pisos, tres sótanos y un helipuerto en la cima, esta estructura también se inscribe dentro del estilo arquitectónico brutalista.

El Centro Cívico de Lima, inaugurado en 1974, es una de las obras más emblemáticas del brutalismo en el Perú. Diseñado por los arquitectos José García Bryce, Adolfo Córdova, Guillermo Málaga, entre otros, este complejo arquitectónico destaca por su torre principal de 34 pisos, que por años fue el edificio más alto del país.