Oscar García

A primera vista, El Victoriano parece una fotografía en blanco y negro que, de pronto, cobra vida ante nuestros ojos, como si se tratara de una paradoja o un misterio temporal. Es una taberna que se diría congelada en el tiempo, de no ser por la frenética actividad que la envuelve, especialmente a la hora del almuerzo, cuando más comensales llegan a este nuevo ‘point’ en el corazón de Balconcillo. Los mozos, todos con su distintivo delantal oscuro, van y vienen cargando bandejas con cau caus, patitas con maní, hígado de res encebollado y ají de gallina, mientras los comensales, desde sus mesas, se entretienen con las paredes del local, que más que un restaurante, evoca un museo de objetos antiguos.

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