El personaje que inspiró a Lawrence Durrell en El cuaderno negro y aparece con su nombre real en los famosos “Diarios” (eróticos) de Anaïs Nin, la amante de Henry Miller, es Gonzalo More, el amante perfecto. FOTO: Facebook.
El personaje que inspiró a Lawrence Durrell en El cuaderno negro y aparece con su nombre real en los famosos “Diarios” (eróticos) de Anaïs Nin, la amante de Henry Miller, es Gonzalo More, el amante perfecto. FOTO: Facebook.
Alejandro Neyra

Un escritor amigo que parece haberlo leído todo me menciona El cuaderno negro, la famosa primera novela de Lawrence Durrell. Le respondo que no lo conozco y que quizás no pueda leerlo, como tampoco podré encontrar a todos los peruanos de ficción (aunque haré el mejor esfuerzo por hacerlo, aunque en ello se me vaya la vida).
La falta no está tanto en ignorar la novela cuanto a hacerlo de su peruanísimo personaje –un pintor bohemio que responde además al sugestivo nombre de Lobo– que encarna el súmmum de las posibilidades que tienen los artistas nacionales para llevar una vida despreocupada en París: bebiendo todo el licor que puede, consumiendo toda la droga que cabe por sus diversos orificios y, sobre todo, copulando con mujeres harto deseables como Anaïs Nin (sí, la misma del tropicalísimo Henry Miller).

Lo que no me contó aquel amigo es que el personaje que inspiró a Durrell para aquel Lobo era también Rango –sí, así se llama el personaje en Corazón Cuarteado de Nin, donde le cabe la nacionalidad guatemalteca– y aparece con su nombre real en los famosos “Diarios” (eróticos) de la amante de Henry Miller, quien también lo menciona en algunos lugares de su obra. Es Gonzalo More, el amante perfecto.

EL AMANTE PERFECTO
Gonzalo More nació en Puno, hijo de hacendados. Viajó primero a Estado Unidos y luego a Europa –más precisamente a Nueva York y París– junto a su esposa Helba Huara. En Broadway a Huara la compararon con Isidora Duncan aunque también dijeron que practicaba un baile en apariencia demoniaco (vicios de la publicidad). Ella popularizó entre los años 20 y 30 un número como bailarina exótica “inca” , tan popular en aquellos años locos en los que Josephine Baker también hacía delirar a los habitués de las boites parisinas con sus atuendos y ritmos africanos.

More, por su parte, fungía de escenógrafo de día y luego compartía noches de fantasía con grandes poetas como Neruda, Artaud y sobre todo Vallejo, de quien fue amigo y con quien estuvo hasta su final con aguacero. Allí, en París, en medio de aquella sensual promiscuidad cultural, More conoció también a Durrell, Miller y a Anaïs Nin, a quien probablemente conquistó con su galanteo de macho latino que la insaciable Anaïs sabía exprimir al máximo. En Corazón cuarteado, Nin describe así al artista latino:

“Rango la tocaba (la guitarra) con el cálido color cobrizo de su piel, con la pupila de carboncillo de los ojos, con la espesa fronda de sus cejas, derramando en la caja color miel los sabores del camino abierto en el que vivía su vida de zíngaro: tomillo, romero, orégano, mejorana y salvia. Derramando en la caja de resonancia el vaivén sensual de su hamaca colgada en la carreta gitana y los sueños nacidos en su colchón de crin negra.”

More, cuyos poco retratos lo presentan afinando la guitarra o la botella, también fue un ferviente defensor dela república española (desde París). Más allá de sus notables aptitudes amorosas que paseó literalmente por el Sena –se dice que Anaïs rentó un barco solamente para hacer el amor con aquel precursor del cholo power– lamentablemente no queda del todo bien parado en sus “Diarios”, en los cuales Nin dice que More era un revolucionario tan flojo que era incapaz de levantar un fusil y dedicaba noches de espiritismo a encomendar la muerte de Franco a algún fantasma amable y comunista. Pero además lo acusa de ser –aunque, claro, pasados diez años de amoríos y sexo salvaje– un primitivo, un pocacosa.

Lobo, el peruano de Durrell en El cuaderno negro, es como More, pequeño, oscuro y con una irrefrenable obsesión por el sexo. Desde su primera aparición ligeramente tierna tratando de ver su imagen en un espejo, pasando por la confesión de su catolicismo, hasta los recuerdos en Lima con Juanita –su mujer, una prostituta a la cual maltrata y con la que tiene un hijo– la figura del peruano es la del buen salvaje que termina pareciendo más lo segundo que lo primero; de ninguna manera un Lobo domesticado. Y lo mismo puede decirse de Rango, un amante insaciable que con Anaïs se tornan en dos cuerpos desalmados pero encarnados, listos siempre para el embate amoroso.

More, Lobo o Rango, llámenlo como quieran, es una leyenda. Tuvo la dudosa suerte que al menos dos de sus amigos de farra (y su amante) llegaran a convertirse en escritores de renombre. More pasó así de ser un peruano de dudosa reputación –escenógrafo, escultor, aficionado al sexo y el alcohol– a convertirse en un (inmortal) personaje de ficción. Ciertamente quedó mejor parado en esa misma ficción que su talentosa esposa y es que su personalidad era tan exagerada que fue sencillo convertirlo en un estereotipo... como tantos otros peruanos que viven en el extranjero.

Hay algo más. Empecé diciendo que no era mi culpa no poder leerlo todo. No haberlo hecho no me impide hablar de aquellos libros que (aun) no he leído. Pierre Bayard escribió en 2007 un ensayo preciso para todos aquellos que quieran ser parte de esa caterva de comentaristas, opinólogos y sabihondos que pueden hablar acerca de cualquier cosa sin tener la más mínima idea: ¿Cómo hablar de los libros que no se han ha leído? Un clásico moderno que quizás usted –como yo– tampoco ha leído pero del que ahora ya puede hablar.

Contenido Sugerido

Contenido GEC