MDN
(Foto: Miquel Gonzales)
Nora Sugobono

Durante el verano mediterráneo, el sol se pone poco antes de las diez de la noche. Son días largos, pero deliciosos. La costumbre europea de destinar agosto a vacacionar tiene sentido: hay demasiadas horas de luz para no ser bien aprovechadas. La ciudad de Girona, justo arriba de Barcelona –y poco antes de llegar a Francia– es un destino ideal para poner aquella filosofía en práctica. Geografía y costumbres de la zona hablan por sí mismas, empezando por las calas imperfectas de la magnífica Costa Brava hasta el espectáculo que es la gastronomía catalana, desde su versión más casera hasta las expresiones de vanguardia (no en vano esta es la cuna de referentes culinarios como El Bulli o El Celler de Can Roca). Girona es una región de ensueño, de fortalezas medievales, azules intensos, artistas y sabores a olivas, manzanas y setas. Es una tierra donde la vida es buena.

Nada de eso estaría completo sin una copa de vino o una de cava. O ambas.

OPERA PRIMA
vive en Viena, pero en España se siente como en casa. La de este 2019 ha sido la cuarta vez que el tenor peruano participa en el festival que tiene lugar en el Castillo de Perelada, en la comarca del Empordà (al norte de Girona) cada verano. Un encuentro que congrega, desde hace 33 años, a artistas, compañías, compositores y más talentos de la lírica y la danza en los jardines de la resguardada fortaleza.

La del pasado 9 de agosto, sin embargo, no fue una velada cualquiera. Además de la presentación de Juan Diego –la estrella de todo el festival–, también hubo espacio para un menú muy especial en el marco de su esperado concierto. Si el Perú era el invitado de honor, ¿cómo no probar los platos que tan bien nos han posicionado fuera de nuestras fronteras? La música fue la excusa perfecta para servir, por primera vez en los nueve siglos de existencia del Castillo de Perelada, un festín de comida peruana maridado con los vinos y cavas de la bodega del mismo nombre.

Con la emoción de los Panamericanos todavía a flor de piel, nos encontramos con el tenor en el otro lado del mundo para compartir eso que a los peruanos ya nos ha vuelto universales: nuestra gastronomía. Flórez conserva frescos los recuerdos de los días en los que, siendo adolescente, preparaba tortas y las vendía por su barrio miraflorino. Aún cocina de vez en cuando: lo hace desde que salió a vivir fuera siendo bastante joven, y continúa haciéndolo en casa (el seco es una de las recetas que mejor domina, de hecho) para sus hijos. La comida también puede ser canción.

Tal y como ocurriera hace más de una década con el boom gastronómico, la música representa hoy un futuro para millones de jóvenes en nuestro país. Y Juan Diego –al frente de la fundación Sinfonía por el Perú desde 2011– bien puede ser el responsable de que así sea. Nuevas generaciones están abriendo caminos inesperados; la pregunta es, ¿hay oportunidades para todos?. “Se crean”, responde el tenor. “Lo más importante es que ya estamos formando el público del futuro, que son los mismos niños [de Sinfonía por el Perú]. Mozart, Beethoven y Tchaikovsky son lo normal, es con lo que han crecido. Para ellos no es música clásica: es simplemente música”. Este diciembre serán diez mil los chicos que habrán pasado por el programa. Diez mil los chicos que habrán encontrado en la música una esperanza. Para Juan Diego Flórez, esa es una recompensa que no se supera ni con cientos de ovaciones. Descarta, por supuesto, cualquier participación en política (“es mejor poder lograr hacer las cosas; y se pueden hacer mejor sin entrar ahí”) y se alista para el bicentenario con una interesante lista de planes. Entre ellos, un disco dedicado a Chabuca Granda y un concierto en algún lugar emblemático de nuestro país que pueda transmitirse a todo el mundo. “Mucho de lo que ha pasado en Sinfonía era insospechado”, sostiene. “Hoy los chicos están construyendo sus propios violines”.

Quienes también conocen de cosas sorprendentes, inesperadas, son los cocineros peruanos. Con una trayectoria de casi cuatro décadas, Alfredo Aramburú ha visto más o menos de todo, pero nunca había cocinado en un castillo medieval. El reto era grande. Hasta Girona se trasladó para ofrecer un menú de 15 pasos diseñado especialmente para el festival, ejecutado con el apoyo del chef catalán Xavier Sagristà. Treinta kilos de productos y preparaciones a base de loche, ajíes, cacao, café y lúcuma, entre otros, sirvieron para llevar a cabo la puesta en escena. La fusión fue el hilo conductor de la cena que tuvo lugar la noche previa al concierto de Juan Diego. Un menú que incluyó platos como unos mejillones de roca a la chalaca, un sudado hecho de pescado mediterráneo, una sensacional gamba de Palamós acompañada de causa de papa nativa. “El equipo del restaurante conocía muy bien de nuestra cocina y su evolución”, cuenta Aramburú. “Gracias a la gastronomía peruana, no llegas como un desconocido a una cuidad lejana, sino con un currículum”.

Aromas de esa mistura que llevamos en el pecho donde sea que vayamos. //

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