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Toda historia de origen comienza con una fractura. En “El principio del mundo”, la vasta nueva novela del escritor peruano (Lima, 1975), se narra el regreso de un hombre que, tras una experiencia fallida fuera del país, vuelve a Lima a regañadientes, con la identidad hecha trizas. Regresa a la humildad del hogar materno, al barrio, a los recuerdos escolares, a las palabras y a las memorias que intentó olvidar. Hay una herida que será expuesta, al igual que el deseo de reconciliarse con la persona que lo mira en el espejo, con sus padres, con su educación en un colegio público y con ese Perú que conoció de niño, antes de que la violencia estructural y el racismo lo cargaran de estigmas difíciles de borrar.

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La historia de “El principio del mundo”, como ya ocurría en sus anteriores novelas “Contarlo todo” y “Animales luminosos”, es una verdad ficcionada que brota directamente de su vida. Gamboa, habituado a escribir desde la confesión y a escarbar en los dolores más profundos, lo resume con una frase: “Cuando uno escribe literatura, uno no escribe sobre lo cool que se es. Eso no tiene ningún sentido. Lo decía Borges: el alimento del poeta son las humillaciones, las grietas, las contrariedades. El arte se produce desde una herida vuelta conocimiento”. Lo dice con serenidad, sentado en la sala de su casa en Miraflores, rodeado de libros, grabados, fotos familiares y dibujos de sus hijos. Este hogar lo formó hace una década junto a la dramaturga Mariana de Althaus, quien ha sido desde entonces la primera en escuchar sus historias, dudas y batallas creativas.

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Nora Sugobono
Portada de "El Principio del Mundo".
Portada de "El Principio del Mundo".

Apoyarse en la intimidad del hogar fue clave para asumir la empresa de escribir un libro de 970 páginas a lo largo de una década, en la que vomitó un “magma” de palabras de más de 2.000 hojas. Fue un trabajo tan monumental que en algún momento pensó en rendirse, sumergido en un océano de caracteres, pero De Althaus supo picarlo lo justo para ponerlo de pie de nuevo. En un punto, su editorial pensó en la posibilidad de dividirlo en dos tomos independientes, pero primó la convicción: se trataba de una sola historia, compacta y coherente, que no merecía un sablazo.

Cuando Jeremías publicó “Contarlo todo” en 2013, la novela se convirtió casi de inmediato en una de las más leídas y comentadas de los últimos años: un libro recomendado incluso por el propio Mario Vargas Llosa, de esos que se tenían que leer sí o sí. Pero él estaba lejos de la pretensión de contarlo realmente todo. “Este nuevo libro tiene que ver con nombrar, con contar lo que yo no contaba en mi época de alumno en una universidad privada y elitista de Lima. Ahí no decía que venía de un colegio público, que era del barrio de San Luis, que mis padres eran ayacuchanos”.

Jeremías tiene pendientes escribir un libro sobre la historia de su padre y otro sobre el accidente de vuelo de Faucett en 1996. (Foto: Víctor Idrogo).
Jeremías tiene pendientes escribir un libro sobre la historia de su padre y otro sobre el accidente de vuelo de Faucett en 1996. (Foto: Víctor Idrogo).
/ Victor Idrogo/Iconica

Cuando era estudiante becado en la Universidad de Lima, en los años noventa, escondía todos esos datos como si fueran una carga intolerable. A sus compañeros no les contaba que, en los veranos, trabajaba como guachimán mientras ellos viajaban a Europa. “Entonces era un adolescente avergonzado. Me escondía si es que veía aparecer a alguna chica del salón”, recuerda. Esa “nebulosa” de vergüenza, dice, la ha trabajado en 18 años de terapia psicoanalítica, pero también la ha transformado en literatura.

La vocación literaria de Gamboa fue una revelación tardía, casi accidental, que apareció justo por aquellos años. Al ingresar a la carrera de Comunicaciones en la Universidad de Lima, experimentó un fuerte choque cultural. A ser un muchacho de de San Luis, hijo de padres ayacuchanos, se encontró de pronto con un entorno marcado por la diferencia económica, social y racial. “Fue como desembarcar en un mundo desconocido que no podía ni siquiera entender”, recuerda. Ese contraste lo dejó en una soledad inédita: no entendía las frases en inglés, las referencias culturales, ni las dinámicas del lugar.

En ese contexto, los libros se convirtieron en refugio. “En esa soledad leí La Cartuja de Parma, de Stendhal, y Papá Goriot, de Balzac. Descubrí que ese lugar, el de la literatura, fue donde quise estar”. Aquella revelación fue el punto de partida de su vocación. Aunque "Contarlo todo" solo alude a esa experiencia, en "El principio del mundo" Gamboa la coloca en el centro del relato. Es ahí, en ese proceso de extrañamiento y búsqueda, donde comienza realmente su camino como escritor.

-Una escuela de escritura-

Gamboa conversa hoy con Somos, pero hay un giro curioso en esta escena: durante años, fue él quien empuñaba la grabadora, no quien respondía frente a ella. Entre 1996 y el año 2000, la revista fue, en sus propias palabras, su verdadera escuela en el arte de narrar. “Yo empecé en el periodismo en ‘Caretas’, donde me enseñaron a escribir. En esa época no sabía poner puntos ni comas. Pero Somos era el lugar al que querías llegar si soñabas con ser escritor”, recuerda sobre la revista que entonces dirigía Fernando Ampuero y que reunía a algunas de las mejores plumas de la ciudad: María Luisa del Río, Doris Bayly, César Gutiérrez y tantos otros, todos con libros publicados. “De todos, Luis ‘el Oso’ Miranda era mi ídolo. Los temas que traía, la forma en la que escribía, era increíble. Y yo, de alguna forma, tomé su posta cuando él se fue a la televisión. En Somos de esa época había nichos, y el mío era la crónica marginal”.

Gamboa entrevistando a las personas que viven debajo del puente de piedra, en una crónica para Somos de diciembre de 1997. (Foto: Gustavo Herrera).
Gamboa entrevistando a las personas que viven debajo del puente de piedra, en una crónica para Somos de diciembre de 1997. (Foto: Gustavo Herrera).

En la revista aprendió a tomarle el pulso a la maravillosa fauna urbana, a mirar con cariño y respeto ese mundo popular descartado por las élites culturales. Una de las crónicas que más recuerda es la que hizo sobre las personas que vivían debajo del Puente de Piedra. Fue una comisión riesgosa, pero lo que más rescata es la dignidad de esos personajes —muchos de ellos dedicados al hurto o la droga— que al terminar la entrevista se ofrecieron a escoltarlo a él y a su fotógrafo con la mayor consideración, para que no les fueran a robar al salir.

Gamboa llegó a ser editor de Somos un tiempo, pero renunció en el año 2000, cuando entendió que su verdadera vocación era la literatura. Cometió entonces, dice, el error de sincerarse con sus compañeros: les confesó que se iba para escribir, para convertirse en escritor y publicar libros. El problema fue que pasaron muchos años antes de que ese deseo se convirtiera en un tomo impreso con su nombre en la tapa.

Todo ese proceso quedó retratado, desde las vísceras, en su primera novela. Pero hubo otra razón, más íntima, que lo impulsó a dejar la revista. Una razón directamente ligada al origen de “El principio del mundo”. “Renuncié a Somos porque justo me había ido con mis padres a Ayacucho, de vacaciones, con un dinero que ahorré. Y al conocer sus pueblos, al estar con ellos ahí, entendí que tenía que contar sus historias. Primero pensé que debía escribir una novela sobre mi padre, pero al final acabé escribiendo un libro sobre mi madre”.

Junto a su papá, en uno de sus viajes a Ayacucho. Antes de jubilarse, su padre fue mozo de restaurante y un lector apasionado de la obra de Tolstoi y Arguedas. (Foto: archivo personal).
Junto a su papá, en uno de sus viajes a Ayacucho. Antes de jubilarse, su padre fue mozo de restaurante y un lector apasionado de la obra de Tolstoi y Arguedas. (Foto: archivo personal).

Ese viaje iniciático lo llevó primero a Puccas, en Vilcashuamán, el pueblo de su padre, un hombre que trabajó como mesero toda su vida y que durante años le había repetido: “Si algún día tengo dinero, te voy a llevar al pueblo en el que nací, para que veas de dónde vengo. Hasta que no lo veas, abstente de criticarnos”. Se lo decía con firmeza cada vez que un adolescente Jeremías, atrapado en la soberbia y la alienación propias de la juventud, reprochaba a sus padres las carencias y las desigualdades que padecían.

En ese mismo viaje conoció también Carhuanca, el pueblo de su madre, una mujer humilde a quien le fue negada la educación y la alfabetización. Como tantas migrantes andinas, llegó a Lima para trabajar como empleada del hogar o niñera. “Para mi madre fue dolorosísimo que no le enseñaran a leer. Se educó muy tarde, y por eso valoraba tanto que nosotros pudiéramos estudiar”. En la lógica colonial que interiorizó sin querer, su madre sentía que sus hijos debían “llegar a ser alguien”, como si ser lo que eran no fuera suficiente.

La madre del autor, Maura Cárdenas, en una visita a su pueblo natal en Carhuanca, Ayacucho. El personaje de La madre de la novela está inspirada en su propia progenitora. (Foto: Archivo personal).
La madre del autor, Maura Cárdenas, en una visita a su pueblo natal en Carhuanca, Ayacucho. El personaje de La madre de la novela está inspirada en su propia progenitora. (Foto: Archivo personal).

Aquella visita le reveló una épica familiar que había despreciado en el pasado por ignorancia o autoaversión, uno de los síntomas de vivir en una sociedad estructuralmente racista. “Mira el caso de la presidenta que tenemos, que lo primero que hace al acceder al cargo es operarse la cara para no tener los rasgos de la gente que ella representa. Somos un país que le cuesta verse al espejo, a mí me pasó”.

La novela está dedicada a Carmen Balcells, la mítica agente literaria del boom latinoamericano. Fue a ella a quien Mario Vargas Llosa le envió el manuscrito de Contarlo todo, iniciando una relación decisiva en la vida de Jeremías Gamboa. “Por Carmen estoy aquí, y por Mario Vargas Llosa también. Eso hay que ponerlo. Me acuerdo cuando Carmen me mandó un correo electrónico para preguntarme si aceptaba que fuera mi representante. Fue el mejor ‘sí’ que he dado en mi vida”, dice el autor, emocionado solo de recordar esa experiencia. Gracias a Balcells, el libro fue vendido y traducido con éxito, lo que le permitió dedicarse por completo a la escritura.

Con Carmen Balcells, la legendaria agente literaria española que lo cobijó bajo su manto en la época de “Contarlo todo”. A ella está dedicado su nuevo libro. “Por Carmen, yo soy lo que soy”, dice. (Foto: Archivo personal).
Con Carmen Balcells, la legendaria agente literaria española que lo cobijó bajo su manto en la época de “Contarlo todo”. A ella está dedicado su nuevo libro. “Por Carmen, yo soy lo que soy”, dice. (Foto: Archivo personal).

Durante uno de sus últimos encuentros en Barcelona, Carmen Balcells, que ya superaba los 90 años, le pidió que le contara las novelas que pensaba escribir. “Me dijo: ‘Yo me voy a morir pronto, no voy a poder leerlas’”, recuerda Gamboa. Entonces le habló de la historia de la profesora de primaria que le enseñó a leer. Ese día, la agente lloró. “Me dijo: ‘Qué pena que no voy a poder leer esa novela’”. Esa novela es El principio del mundo, y por eso lleva su dedicatoria. Es un homenaje a su madre, a Balcells y a su profesora Graciela Monteagudo, convertida en un personaje esencial en la trama. A todas ellas, dice, les debe lo que es hoy.

Para Gamboa, “El principio del mundo” es también una reflexión sobre la educación pública en el Perú y su fracaso persistente. Un sistema que, año tras año, deja a miles de jóvenes —de colegios estatales, academias improvisadas y universidades bamba— sin las herramientas necesarias para construir un futuro digno, condenados a bailar el baile de los que sobran. La novela es también un homenaje a las grandes narrativas peruanas, a obras como “La violencia del tiempo”, de Miguel Gutiérrez. En una época donde se supone que nadie tiene tiempo para leer, Gamboa apuesta por la escritura paciente: casi mil páginas para recordar que hay historias que necesitan tiempo para ser contadas. //

Presentación del Libro

 “El principio del mundo” es la novela más ambiciosa y personal de Jeremías Gamboa. A lo largo de casi mil páginas, el autor reconstruye la historia de origen de un joven marcado por la identidad racial, el fracaso de la educación pública y la influencia decisiva de dos figuras femeninas: su madre y la profesora de primaria que le enseñó a leer. El libro ha sido editado en España por Carolina Reoyo, de editorial Alfaguara. Se presentará este 18 de junio en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú (Camino Real 1075, San Isidro).

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