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En el día que deja el cargo de presidente de la nación más poderosa del mundo, la figura de Donald J. Trump luce chamuscada, cual personaje de caricatura al que una bomba le estalla de pronto en el rostro. Desde noviembre pasado todo le salió mal al magnate de 74 años, desde perder las elecciones de EE. UU. hasta su escandaloso intento por revertirlas alegando un fraude que no pudo demostrar. Lo del asalto al Capitolio sobrepasó todo. Desde entonces su soledad fue palpable. Más de veinte importantes corporaciones, entre ellas Coca-Cola, suprimieron sus donativos a los republicanos. Lo que más le debe de haber dolido de todo: que le cerraran Twitter y otras redes sociales que le permitían amplificar su voz.
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Desde el día uno, la presencia de Trump en el panorama político fue vista como una rareza en una de las democracias más viejas del planeta. Para el analista internacional Farid Kahhat suceden dos cosas inusuales con él: “Jamás EE. UU. había tenido un presidente que no tuviera experiencia en política o de tipo militar. Eso lo ayudó a crearse credenciales de outsider. Tampoco había tenido, al menos desde la segunda guerra Mundial, un presidente aislacionista, que se preocupe por lo que sucede en su suelo y no en otros países aliados o enemigos”.
Como todo populista, Trump sembró hábilmente la idea de que se enfrentaba a una élite poderosa que operaba de espaldas a la población. Lo insólito en su caso es que los líderes populistas suelen ser, por mínima coherencia, de extracción popular y no millonarios educados en universidades de élite. “Es una paradoja: él representa a los ricos, que están muy contentos con él, y al mismo tiempo sus políticas populistas seducen a las clases rurales blancas olvidadas”, anota el analista Ramiro Escobar. “El populismo no es una ideología, sino un comportamiento político. con eso quiero decir que, en sus prácticas, tanto Trump como Maduro se parecen”.
¿Es posible que ese estilo trumpista, con sus aires matonescos y tintes de xenofobia, misoginia y negacionismo científico, se apodere de la campaña electoral peruana de alguna forma? Es posible: el populismo será inusual para los estadounidenses, pero Perú y Latinoamérica pueden dar cátedra de ese estilo de gobierno. Trump, desde luego, tiene muchos admiradores peruanos, como el presentador Andrés Hurtado, ‘Chibolín’, quien se fotografió sonriente con el gorro de Make america great again, la vez que Trump fue elegido en el 2016. la leyenda de la foto es todavía más desconcertante: “¡Ya somos gobierno!”.
La ex narradora de noticias Jessica Tapia, afincada en Estados Unidos, es otra acérrima seguidora del presidente que se ha fotografiado con la gorra y votado por él. Se recuerda además a la anónima compatriota que, en un informe de Deutsche Welle sobre el movimiento latinos por Trump, dijo ante la cámara, sin rastro de rubor, que no quería que vayan más hispanos a Estados Unidos, incluso si eran de Perú. “Si otro viene y no paga taxes [impuestos], roba y vive del gobierno, ahí yo también soy racista. ahí yo digo fuera”.
¿Habrá un Trump peruano en campaña? Kahhat lo cree posible pero no le augura éxito en las urnas. “El candidato Rafael López Aliaga se presentó con esos aires en las elecciones pasadas y no tuvo repercusión. atrajo a candidatos con discursos confrontacionales, como Rosa Bartra, y él mismo se comparó con Jair Bolsonaro, pero no tuvo efecto. Siempre va a haber intentos de reivindicar posturas cercanas a Trump, como lo hace la misma Coordinadora Republicana, pero para su desgracia los temas que plantean no han sido fundamentales en el debate del Perú. Quedaron en minoría con su defensa del anterior congreso”.
Las próximas elecciones en Perú serán un desafío, por la logística y por el mar de noticias falsas que se viene, algo de lo que Trump sabe mucho. El Washington Post le llegó a contar más de 20 mil mentiras dichas. Avances científicos, reportes de inteligencia, la prensa, todo era calificado como falso por el presidente, que, al mismo tiempo, labraba una realidad paralela para sus seguidores, fomentando la polarización. “Cualquier sociedad donde hay una desconexión entre grupos de esta con la forma de hacer política es caldo de cultivo para un líder populista”, dice la politóloga Denisse Rodríguez-Olivari.
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¿Cómo evitar que esos discursos causen daño en el debate público? “Creo que hay responsabilidad en los medios de no legitimar discursos como la xenofobia y ponerlos al nivel de una posición política, como el estatismo o el libre mercado. Los medios deben hacer acotaciones, poner el pare. No todas las posiciones, sobre todo las que atentan contra los derechos de personas, son válidas. Lo que ha pasado con Trump, por ejemplo, es el resultado de años y años de reproducir las barbaridades que decía”. //
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