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Kevin Quevedo
Miguel Villegas

"La rompe. Ven a verlo". Tito Chumpitaz, encargado de la Academia de fútbol del Capitán de América, fue breve pero categórico. Era finales del 2014 y se refería a un muchacho flaquito y orejón de la categoría 97 que hacía todo bien. Encaraba, tocaba, superaba. El mensaje era para Chemo del Solar, que de inmediato sugirió su fichaje a la ‘U’ como juvenil. De la Academia de los Chumpitaz había llegado Oreja Flores así que no hubo ninguna traba. se apareció por el Lolo, se lo llevaron a Campo Mar y se puso a entrenar. Quienes lo vieron dicen que, efectivamente, el 2015 la rompió en la Reserva. La rom-pió.

A finales del 2016 -y con la ‘U’ en llamas-, Quevedo habló con su familia y llegaron a una conclusión: necesitamos que juegues. Los talentosos cotizan solo si salen al campo. Sino, son apenas un rumor. Kevin -mediapunta con manejo de ambos perfiles- solo había jugado dos partidos en Universitario ese año y los anuncios de grandes refuerzos -Luis Tejada, por ejemplo- lo desanimaban. "De mí nadie se preocupó. Y no hablo de la actual administración, sino de los anteriores", escribiría él en su muy activo Facebook, donde ya había dejado constancia de que los domingos jugaba para la ‘U’ pero de lunes a viernes soñaba con Alianza Lima.

¿A qué se refería? Ocupados en otras cosas, los señores Leguía nunca llamaron a su padre, Willy Quevedo -ex Muni- para nada. Cuando Kevin recibió la oferta oficial de Alianza, fue el propio César Vento el que quiso tener una reunión para renovar o mejorar la oferta. Fue demasiado tarde. Incluso el domingo antes de la firma de Quevedo por Alianza, el propio José Carranza llamó al papá para convencerlo. Le ofrecieron jugar más. Le hablaron de la ‘U’ y la vitrina de la Copa. No alcanzó.

Por su tranco, extremo. Por su apetito, delantero. Por su intermitencia, promesa. Se pueden hacer compilados de Kevin, combos de jugadas, gifs para Whatsapp, pero difícilmente un video premium de 15 minutos con partidos donde haya sido claramente un crack. A su edad, solo por citar al potrillo más notable de los últimos 30 años que produjo Matute, Farfán ya era titular, goleador, campeón y jugaba en Europa.

Fue con Pablo Bengoechea, sí, que hizo 4 goles en un partido y salió campeón en 2017, pero fue también con el Profesor que excedió la confianza y fue 'castigado' por el entrenador y sentado en el banco. Aún así, tiene ya más de 100 partidos con Alianza, es el mejor prospecto de su categoría -fue seguido de cerca por Ricardo Gareca en los Panamericanos, que lo quería mirar en un ambiente pesado como Videna- y es, en los últimos días, protagonista de las páginas de economía más que de las deportivas. Se habla más de su sueldo que de sus goles promedio. Se habla más de dónde va a jugar que de lo que está jugando hoy.

De un lado, el papá vigilando el activo más preciado de la familia: las piernas del hijo talentoso. Del otro, el club que invirtió lo que quería invertir, que pagó lo que no debía pagar. En el medio, el futbolista, llamado a ser una estrella de cerca, cuando apenas hoy es un puntito luminoso que se ve a miles de kilómetros -también a dos centímetros-. Es el fútbol de hoy, donde el botín no es solo el chimpún. La gran lección del caso Quevedo -la que lo bordea y hasta lo caricaturiza- es nuevamente nuestro apetito por hallar pósters para tanta pared vacía. Nuestro, que nadie zafe cuerpo. 

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