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Kurt Cobain

Te calma. Cuando la sientes dentro de ti, te da una incomparable sensación de euforia. Con el paso del tiempo, aunque el volumen aumente, también lo hará tu tolerancia… y tu dependencia. Eso suele ser lo que produce la música en nuestros cuerpos, aunque en el caso de , Layne Staley o Scott Weiland, esa exacta sensación era la que les producía la heroína, la más nefasta protagonista de esta historia de heroísmo musical.

Lo fue desde el 19 de marzo de 1990, cuando ingresó por última vez al torrente sanguíneo de Andrew Wood, causándole la muerte. Wood tenía solo 24 años, había sido roommate de Chris Cornell y destacaba como vocalista de Mother Love Bone. Antes, integró Malfunkshun, considerada una de las bandas seminales de la escena grunge de Seattle, al lado de Melvins o Green River. A pesar de que Apple, el primer álbum de MLB, ni siquiera había salido a la venta aún, ya gozaban de gran popularidad gracias a sus presentaciones en vivo.

Dueño de una personalidad extrovertida, carismático y aparentemente alegre, a Wood se le puede considerar la primera víctima oficial del grunge. Lamentablemente, si tomamos en cuenta cómo perecieron algunos de sus amigos años más tarde, su fin, más que dejar lecciones, planteó una hoja de ruta: había que llevar el personaje grunge hasta el máximo límite posible. Poco después de su muerte, Chris Cornell concretaría en su homenaje el proyecto Temple of the Dog, en el que participarían también su compañero en Soundgarden Matt Cameron; los ex MLB Stone Gossard y Jeff Ament; además de Eddie Vedder y Mike McCready. El futuro Pearl Jam en pleno.

-Con olor a espíritu joven- 
“En los 90 perdimos demasiadas buenas almas musicales”, me dijo J. R. Richards, vocalista de la banda post grunge Dishwalla. Aunque su primer disco apareció recién en 1995, ellos ya formaban parte del movimiento musical de esos años. “Recuerdo el día en que Kurt Cobain murió. Me llamaron del sello discográfico para ver cómo estaba. Les dije que no tenían que preocuparse por mí, que yo era generalmente una persona feliz. Sigue siendo un shock que Kurt se haya ido, cuando tenía aún mucho por delante. La depresión es una cosa horrible”.

La paranoia reinó en el ambiente. Y no era para menos. Seattle era entonces una ciudad afectada por la depresión y con una elevada tasa de suicidios. Aquellos jóvenes, quizá sin saber qué era lo que les revolvía las tripas y los impulsaba a tomar una guitarra, un micrófono y gritar sus frustraciones ante un público, convirtieron estas emociones en el motor de su éxito, para bien y para mal.

“Se nos fueron rápido no solo por las drogas o el alcohol, sino porque ya vinieron dañados, muy complicados al mundo y toda la movida de esos años los hizo hundirse en el camino”, nos dice Daniel Willis, integrante de bandas como D’mente Común, La Prensa o Los Yacks. Paco Holguín, vocalista de Emergency Blanket, confirma esta idea. “El grunge cobijó a adolescentes de los suburbios de Seattle. Ellos no se sentían identificados con nada”, sostiene. El desempleo e incluso el clima frío, opaco y lluvioso de Seattle son mencionados por los críticos como influencias externas que marcaron decisivamente las vidas y, por lo tanto, las letras y la música de bandas que originalmente se habían formado como una respuesta a lo comercial.

-El disparo más letal-
“Cuando nos enteramos de la muerte de Kurt, fue devastador. De alguna manera nosotros, Soundgarden, nuestra música, lo que tocábamos, había salido de esa idea oscura, malhumorada, de ese sentimiento de encontrarse mal. Y de repente, Kurt estaba muerto”, declaró alguna vez Chris Cornell sobre un momento que, a la postre, sería un disparo letal también para el grunge. Cuando el 8 de abril se encontró el cuerpo sin vida de Cobain –tras haberse disparado con una escopeta la mañana del día 5–, lo que siguió para el género fue solo una larga agonía. Unos desaparecieron, otros se transformaron, algunos viven de la nostalgia. Aunque Kurt fue el segundo vocalista de una banda grunge en partir, fue el más mediático y, fatalmente, no el último. El 5 de abril del 2002, el mismo día en que se cumplían ocho años de su muerte, Layne Staley, voz y alma desgarrada de Alice in Chains, era víctima de una sobredosis fatal de speedball (heroína y cocaína) en su departamento de Seattle. Sin embargo, su cuerpo –que pesaba solo 44 kilos– no fue encontrado hasta el 19 de abril. En los últimos tres años salía apenas de su casa y pocos sabían de su vida. Tenía solo 34 años.

Varios años después, cuando parecían superadas sus etapas más desquiciadas, el 3 de diciembre del 2015, Scott Weiland, entonces ya ex vocalista de Stone Temple Pilots, era encontrado muerto en el bus que lo llevaba de gira junto a su banda Scott Weiland & The Wildabouts. Había sufrido un infarto, producto de una letal combinación de alcohol, cocaína y MDA. En sus últimos años, la droga lo tenía tan paranoico que llegó a creerse perseguido por extraterrestres. Tenía solo 48 años.

El capítulo final de esta historia de rock, locura y autodestrucción tuvo lugar en la habitación de un hotel de Detroit, el 18 de mayo del 2017, cuando Chris Cornell, probablemente una de las voces más reflexivas de la escena y que, a sus 52 años, aparentaba haber alcanzado la estabilidad emocional lejos de las drogas, decidió que su garganta no cantaría más. No se ahorcó él: ahorcó el magnífico estertor de su voz. Horas antes había dado un concierto en la misma ciudad junto a Soundgarden y nada hacía presagiar una tragedia.

“Hubo esa portada de Nirvana donde llevaba una camiseta que decía algo como ‘las revistas comerciales son una mierda’. Pero al mismo tiempo el grupo había acordado presentarse para una sesión de fotos. No tiene mucho sentido. Nosotros también tuvimos esa crisis”, confesó Chris Cornell en una entrevista acerca de la paradoja de ver a unos veinteañeros que, poco tiempo antes, criticaban el consumismo y la docilidad comercial de algunos grupos, convertirse en parte del sistema.

La discográfica Sub Pop fue fundamental en esa historia. Los inconformistas del grunge tenían algo que gritar. //

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