
Quienes visiten La Herradura este verano tendrán la posibilidad de descubrir un rincón de Lima que, aunque golpeado por el tiempo, conserva una belleza enigmática. Una bruma espesa que cubre su bahía nos da la bienvenida, tras sortear las curvas del Morro Solar. Son apenas las diez de la mañana, pero los jaladores de los restaurantes de la zona ya están haciendo su trabajo, y ni siquiera es fin de semana. “Venga por un pan con pejerrey o un cebichito para comenzar bien el día”, nos dicen a lo lejos. Hay poca gente en la playa. Las olas revientan con fuerza, y el viento parece susurrar las historias que hicieron de este extremo de la Costa Verde el lugar de veraneo favorito de los limeños a mediados del siglo pasado.
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UN PARAÍSO OLVIDADO
Se dice que antiguamente La Herradura era refugio de piratas que desembarcaban en sus costas en busca de escondites seguros. A inicios del siglo veinte, las personas llegaban a este punto de la ciudad en el tranvía de Lima, que tenía como última parada la playa chorrillana. En aquella época, algunas de las familias más acomodadas tenían sus casas y ranchos en el balneario de Chorrillos. “Hasta principios del siglo veinte, los baños de mar era una práctica exclusiva de las élites. Pero luego, con el transcurso del tiempo, esa costumbre se va difundiendo a nivel social y más estratos de la población comienzan a acudir a la playa como una forma de esparcimiento”, nos dice el historiador Juan Luis Orrego.

Los años de esplendor de La Herradura llegarían entre las décadas del 30 y 60. Músicos y poetas se reunían en los restaurantes de la zona para compartir inspiración entre copas de pisco y guitarra en mano. Las tertulias se solían extender hasta bien entrada la madrugada. Un pasaje de la novela Conversación en la Catedral retrata el ambiente festivo y bohemio que reinaba en la que era considerada la playa más bonita de Lima. “Al callar la música, oían el mar a sus espaldas, y si se volvían, divisaban por sobre la barandilla del malecón la espuma blanca, la reventazón de las olas. Había varios automóviles estacionados frente a los restaurantes y bares de La Herradura. La noche estaba fresca, con estrellas”, relata Mario Vargas Llosa.

Los veraneantes solían acudir al exclusivo club Samoa, que emergió como un faro de entretenimiento. Frecuentaban el restaurante El Suizo (que sigue operando hasta el día de hoy), donde se organizaban bailes populares de la época, como el mambo. Años más tarde, aparecería el recordado salsódromo La Máquina del Sabor, donde se bailaban todo tipo de géneros musicales, pero especialmente salsa. “La decadencia comenzó cuando la exclusividad de La Herradura se vio amenazada por cambios en el acceso y la movilidad en la ciudad”, explica Orrego.
En la década del 80, la rompiente de La Herradura fue afectada por la construcción de la carretera que conecta con la playa La Chira. La obra, que comenzó en 1983, alteró las corrientes marinas, erosionando la playa y cubriendo de piedras lo que antes era una extensa franja de arena. El lugar fue perdiendo su encanto y los veraneantes empezaron a migrar hacia el sur.

CUANDO SALE EL SOL
Luego de haber ocupado la orilla de La Herradura por más de 30 años, las piedras que allí se encontraban fueron retiradas a inicios de este mes por la Municipalidad de Chorrillos, colocando a su vez 600 metros cúbicos de arena. Si bien esto generó que miles de cangrejos emergieran en busca de refugio (más detalles en el recuadro), por lo cual la playa se mantuvo cerrada unos días, la recuperación de este espacio público viene atrayendo nuevamente a los veraneantes.

Al mediodía la bruma se despeja y de inmediato la playa empieza a ser ocupada por bañistas y familias enteras que buscan darse un buen chapuzón. Hay quienes prefieren hacer bodyboard en sus aguas agitadas, mientras que los más pequeños construyen castillos de arena, algo impensado hasta hace unas semanas. “Antes la playa estaba olvidada, no era un lugar apto para los bañistas. Pero ahora con el arreglo que le han hecho, hay bastante concurrencia. Hasta el día de hoy, gracias a Dios, no hemos tenido ninguna intervención fuerte, pero siempre estamos a la expectativa”, nos dice Matías Arco, un joven salvavidas.

Los más felices con este cambio son los comerciantes y empresarios gastronómicos de la zona. Uno de los personajes más populares de La Herradura es el abuelito Jack Sparrow, del restaurante Costa Azul. “Yo he crecido aquí. El restaurante lo tenemos desde 1964 y he visto cómo la playa se ha ido transformando con los años”, no dice. “Luego de que fueran removidas las piedras, está viniendo más gente. Hay más movimiento. La Herradura está que se vuelve a prender”, complementa.

Hoy en día, este lugar es un símbolo de resistencia en una Lima que se expande sin control. Un refugio natural para todas aquellos que quieren escapar del caos de la ciudad, dentro de la misma ciudad. Aunque todavía hay muchas cosas por mejorar —como implementar mejores accesos y baños públicos— La Herradura va recuperando poco a poco ese encanto que parecía haber quedado en el olvido.