
Han pasado exactamente 70 años desde que se empezó a escribir la historia compartida entre Mario Vargas Llosa y el diario El Comercio. Su firma, antes de hacerse mundialmente reconocida, apareció por primera vez en el decano de la prensa peruana en septiembre de 1955, en un reportaje acerca de José María Arguedas. Entonces, Vargas Llosa era un joven de 19 años que aspiraba secretamente a seguir los pasos de los escritores franceses, fruto de su profunda admiración por Víctor Hugo y Gustave Flaubert.
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Según los vargallosianos, es en esa época que comienza a tomarse en serio el oficio de escribir. Un año después, en las mismas páginas de El Comercio, publicó un fascinante relato ‘noir’ titulado “El abuelo”, que luego pasaría a integrar la colección de cuentos “Los jefes”. Eran tiempos especialmente agitados en la vida del escritor peruano, no solo porque había contraído matrimonio con su tía, Julia Urquidi, en contra de la voluntad de su familia, sino también porque acontecía la dictadura militar de Manuel Odría, a quien enfrentó desde las aulas sanmarquinas.
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Vargas Llosa encontró en El Comercio un espacio para mostrarse como narrador y ensayista. El 25 de noviembre de 1956, publicó su primera columna de opinión, una crítica al libro de cuentos “Rosarito se despide”, del autor peruano Fernando Romero. Con el tiempo, fue natural que se convirtiera en un colaborador frecuente de este Diario, con columnas quincenales que se publicaron durante tres etapas distintas.

Durante años, mantuvo una entrañable amistad con Luis Miró Quesada Garland, ‘Cartucho’, así como con los directores Alejandro Miró Quesada Garland y Aurelio Miró Quesada Sosa, y se mantuvo cercano a distintas generaciones de la familia. Ejemplo de ello fue su encuentro con Maki Miró Quesada en París en 2001, del cual se desprenden tres entregas de entrevistas publicadas en El Comercio en agosto y septiembre de ese mismo año. La íntima conversación tuvo lugar en el parisino Café de Flore, a escasos pasos de la Rue du Dragon, donde el autor vivió de joven (el texto completo puede leerse en la web de El Comercio).
“Siempre recordaré con profunda gratitud la inmensa generosidad con la que aceptó mi invitación para volver a El Comercio en 2021. Gracias a su hijo Álvaro, pude comunicarme con él y transmitirle el deseo de contar nuevamente con la lucidez de sus ideas en nuestras páginas, sobre todo, en tiempos donde la polarización nubla la capacidad reflexiva. Haber publicado sus primeras y últimas columnas es un honor para esta redacción que siempre lo recordará con admiración y siempre mantendrá vivo su legado”, dice Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada, director periodístico de El Comercio.
TONO Y ESTILO
Sebastián Salazar Bondy, quien fuera columnista del Decano, escribió sobre la irrupción de Vargas Llosa en el panorama literario local, en 1959. “Los personajes de estos cuentos resumen, sin duda, una característica aspiración juvenil de nuestro tiempo y nuestro medio, en los cuales, por sobre la grisura, de la vida, por sobre la rutina de los días y los hechos, los temperamentos fuertes y firmes intentan poner su sello con la tinta violenta de la venganza, de los celos, del heroísmo aún gratuito”, apuntó el poeta y dramaturgo peruano acerca de las cinco historias que componen “Los jefes”.
José Miguel Oviedo, su amigo de la infancia, fue probablemente quien mejor se aproximó a su obra. Sus reseñas fueron publicadas en el suplemento cultural El Dominical, que se edita desde 1953 junto con El Comercio. Alguna vez, el escritor peruano dijo que Oviedo era, en realidad, el descubridor del ‘boom’ latinoamericano, además de ser la persona que mejor lo analizó a él y a sus libros. “Los cuentos de Vargas Llosa revelaban a un prosista de poética desnudez, eficaz, austero, sumamente exacto. En su novela, esa desnudez se vuelve riqueza”, escribió el crítico literario, en 1963, tras publicarse “La ciudad y los perros”.

Otro de los amigos que lo retrató en estas páginas fue el artista plástico Fernando de Szyszlo, con quien forjó una amistad en la París rebelde de los años 60. “Sus novelas no solamente deslumbraron a un público acostumbrado a leer obras tan ambiciosas, que usaban un lenguaje y una estructura totalmente contemporánea, sino que al mismo tiempo estaban habitadas de un contenido palpitante que hablaba de los días que acabábamos de vivir o estábamos viviendo”, expresó el pintor luego de que Vargas Llosa obtuviera el Premio Nobel de Literatura, en 2010.
UNA HUELLA IMBORRABLE
Si hay una faceta que ha permitido conocer su lado más íntimo y terrenal, era cuando dejaba de escribir y le tocaba estar en la orilla del entrevistado. “La constante que yo encuentro hasta ahora es la siguiente: todo lo que he escrito ha partido de experiencias personales. La creación pura no se ha dado en mí, esa que brota de la pura fantasía, y creo difícil que se dé entre los narradores”, dijo en un encuentro con este Diario en 1969.
Una de las entrevistas más memorables que concedió ocurrió en su departamento de Manhattan, en Nueva York, tras conocerse que la Academia Sueca de la Lengua le había otorgado la máxima distinción del mundo literario. El periodista Carlo Trivelli, entonces editor de la sección Luces, fue el encargado de conseguir las primeras declaraciones del hombre que se había convertido en Nobel. Richard Hirano, actual editor fotográfico de Somos, registró el momento. “Bueno, ha sido una gran sorpresa. Es una cosa que se suele decir de una manera convencional, pero te aseguro que en mi caso no es nada convencional”, sostuvo Vargas Llosa, desde su piso con vistas a Central Park.

Semanas después, el periodista de El Comercio Enrique Planas lo acompañaría en la ceremonia de aceptación del premio. “Una vez le pregunté si nunca le había tentado la tan humana autocensura, temer quedar mal con alguien por defender algún principio. Recuerdo tal cual su respuesta al ser su énfasis tan claro: ‘Si actúas así, eres básicamente un oportunista’”, rememora Planas en un reciente artículo.
Nuestra última conversación con él sucedió en su casa de Barranco, frente al mar, a inicios de 2023. Aquella vez, el periodista Fernando Lozano lo encontró en su biblioteca, mientras escribía su columna Piedra de Toque en una MacBook. El Nobel le mostró los últimos libros que estaba leyendo, entre ellos “El caballero Zifar”, de Ferrand Martínez. En medio de centenares de tomos y enciclopedias, destacaba una ruma de libretas con anotaciones “muy secretas”, según le dijo Vargas Llosa. “Van a la Universidad de Arequipa, con la indicación de que 50 años después de mi muerte se podrán mostrar”, sostuvo durante ese encuentro el peruano más universal de todos los tiempos.
Cada una de sus palabras, publicadas en nuestras páginas, componen un regalo que en El Comercio atesoraremos por siempre. //
MÁS ALLÁ DE LAS PÁGINAS

El 4 de mayo de 1989, Mario Vargas Llosa formó parte de las celebraciones de los 150 años de El Comercio junto a sus amigos Alejandro Miró Quesada Garland y Aurelio Miró Quesada Sosa.
En 2009, también participó en las celebraciones por el aniversario 170 del Decano. En aquella oportunidad, integró un conversatorio junto a Jorge Edwards, Enrique Krauze y el expresidente Alan García.
Este 2025, el escritor peruano recibió el Premio Luces en reconocimiento a su destacada trayectoria literaria. En una ceremonia celebrada el pasado 8 de abril —menos de una semana antes de su muerte—, el galardón lo recibieron en su nombre sus nietas Isabella y Anais Reich.