Tengo una billete de dos dólares sobre el escritorio. Se lo pedí a mi esposo, quien lo tenía guardado en un bolsillo especial de su billetera. A él se lo regaló hace unos meses su cuñado querido, un contador peruano radicado en Las Vegas. “Para la buena suerte”, le dijo cuando se lo entregó. Con el fin de descifrarlo lo he visto al derecho y al revés, a contraluz, de cabeza y hasta con ojos conspiranoicos. Poco antes de empezar a escribir este artículo, mi hija de cinco años ha venido corriendo hacia donde estoy, se ha interesado también en él y lo ha tomado con vehemencia y premura de mis manos. Sorprendentemente me he escuchado clamar con decibeles más altos de los habituales: “¡Cuidado no lo vayas a romper!”. Luego, ha venido la reflexión. ¿En qué momento surgió una especial atracción/curiosidad/admiración por este papel moneda en cuestión? ¿Por qué quien se topa con uno usualmente se lo queda? En tiempos en los que los peruanos estamos atentos a cada movimiento del dólar, cabe conocer el pasado y presente del también conocido deuce, el cual, en realidad, es menos ‘raro’ de lo que uno podría pensar.
El escritor estadounidense John Bennardo también se hizo estos cuestionamientos hace unos años. Ello a partir del entusiasmo que le generaron durante toda su vida los billetes de US$2. Pero fue tal su fascinación a medida que iba estudiando la historia del mismo que hizo una pieza fílmica a la que tituló The Two Dollar Bill Documentary (2016). En esta recaba información histórica del billete y analiza el por qué del barullo entorno a él. Según sostiene, son varios motivos por los que muchas personas lo siguen considerando una rareza, una novedad o un elemento coleccionable. Para comprenderlos hay que remitirnos a la historia.
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El dólar de US$2, en principio, circula desde 1862. Para finales del siglo XIX ya había pasado por varios rediseños, llegando incluso a mostrar al mismísimo George Washington, el protagonista del billete de US$1 – el actual muestra al presidente Thomas Jefferson-. Se dice en el documental que habían tantos billetes de US$1 y US$2 que el americano de a pie comenzó a usar el primero y dejar de lado el segundo. Con la Gran Depresión se utilizaron aún menos y hacia los años cincuenta, la gente ya estaba habituada a hacer sus transacciones con otras denominaciones. Su escaso uso ocasionó que dejara de imprimirse entre 1966 y 1976, en este último año es que lo traen de vuelta con motivo del bicentenario de la independencia de los Estados Unidos. Entonces, el Departamento del Tesoro Público conminaba a la población a comprar y vender con el deuce, pero nada. En la mente colectiva se había instalado el estigma de ser un billete “extraño” de ver o que al ser conmemorativo debía coleccionarse. De eso a “dar buena suerte” solo hubo un paso. Eso hasta el día de hoy.
Y es cierto. En la actualidad, mucha gente lo conserva en la billetera, pero nunca lo gasta - ya saben, por si acaso…-. Se le ha conferido esta aura de amuleto o pata de conejo y por eso sirve para entregárselo a alguien que estimas o meterlo dentro de una tarjeta de cumpleaños, graduación o Navidad. La ilusión caló tanto, de hecho, que durante las décadas de los 60 y 70 eran los mismos astronautas quienes tenían billetes dobladitos discretamente en sus pertenencias. Entre ellos John Glenn, el primero en orbitar la Tierra; o David Scott, quien se llevó uno a la luna durante la misión Apollo 15 de 1971.
De valor sentimental
Las personas piensan que son especiales, entonces, porque no se los ve seguido en comparación con otros billetes. O que son de colección porque se re imprimeron con bombos y platillos para el bicentenario. Sin embargo, para tener un billete de US$2 solo hay que ir al banco – estadounidense, claro- y pedirlo. A la fecha circulan 1.3 billones de estos. Se imprimieron por última vez solo el año pasado, y antes de eso, en 2018, 2015, 2014 y 2013. Es decir, no serían realmente “raros” si se producen de forma tan continua.
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El asunto es que no circulan de forma masiva como los de otras denominaciones y allí interviene un factor decisivo adicional alrededor de ellos: la nostalgia. El valor sentimental. Sucede que el billete evoca la memoria del padre o amigo que te lo regaló o de aquella fiesta inolvidable en un bar cuando te lo entregaron como ‘vuelto’. Siempre suele tener, pues, una historia especial detrás.
La editora Heather McCabe lo sabía bien. Hasta hace un año publicaba un blog llamado Two Buckaroo y en este recogía anécdotas de personas a las que ella les entregaba billetes de dos dólares al pagar en restaurantes, bares, cajas y más. Ocurría que tenía la práctica de cargarlos en la cartera, hacer las respectivas transacciones y esperar ver qué suscitaba en ellas el famoso fetiche. Así anduvo por 15 años, por puro pasatiempo, hasta que decidió guardar registro escrito y fotográfico de estos pequeños grandes eventos. Según ha contado, la gente casi siempre muestra reacciones positivas al verlos: una sonrisa, una apertura grande de ojos y, cómo no, el compartir los relatos propios que tienen con el billete.
Todo esto junto, pues, tiene sentido. Las memorias felices, son a veces, los mejores amuletos.//