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Desde antes de nacer, Yeny Sáez (49), embarazada tras años de intentarlo, sabía que su hijo sería especial. Aquello no era una corazonada ni una intuición de madre: así se lo habían dicho los médicos. Sucede que la miomatosis uterina que padecía reducía al mínimo sus posibilidades de volver a quedar embarazada, y el feto en gestación pasó a ser considerado “valioso” por la ciencia, lo que exigía cuidados extremos, reposo absoluto y cero emociones fuertes. Mario Gilvonio nació prematuro, diminuto, de siete meses, y tan frágil que pasó semanas en incubadora. Su vida era un hilo delgado sostenido por el afecto, la ciencia y la pura determinación de su madre.
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“Fue una tarea difícil”, cuenta Sáez dieciocho años después. La familia de Mario se propuso compensar, con cuidado, todo aquello que su frágil salud y la situación económica les impedían brindarle. Aprendieron a preparar papillas de quinua con anchoveta, hígado y sangrecita para contrarrestar sus deficiencias de calcio y hierro. Aunque el presupuesto de una familia de Villa El Salvador dedicada a la costura no alcanzaba para lujos, compraban salmón solo para él. Al mismo tiempo, le ponían música, le leían cuentos y convirtieron cada día en una sesión de estimulación temprana.

El resultado de todos sus esfuerzos fue que criaron a un niño excepcional. A los tres años, Mario comprendía cosas complejas. A los cuatro, resolvía sin dificultad las cuatro operaciones matemáticas básicas. Cuando finalmente ingresó al primer grado, ya dominaba todo el contenido del curso. “Las profesoras me decían que exageraba, pero la verdad es que él se aburría en clase. Asi pasó en toda la primaria. El ya sabía todo y los profesores preferían ignorarlo, por eso lo saqué del colegio nacional”.
Mario Gilvonio ingresó becado al colegio Prolog, en Villa María del Triunfo, una institución que reúne a varios niños talentosos que destacan en concursos internacionales. Sus padres, conscientes de su potencial, también lo inscribieron en una academia para escolares avanzados. A los nueve años, ya resolvía problemas con soltura frente a adolescentes de 15 o 16.

Desde entonces, todo fue en ascenso: participó en olimpiadas de ciencia y astronomía, en las que obtuvo alrededor de 100 medallas; realizó una pasantía en el instituto Max Planck de Alemania; y creó sus propios proyectos de divulgación científica, como Ciencia para Muggles. A los 10 años ingresó por primera vez a una universidad. A los 12 fue admitido en San Marcos (aunque no llegó a estudiar) y más adelante también logró una vacante en la UNI.
Mario es un chico sencillo, como cualquier adolescente de su edad. Pestañea mientras piensa en sus respuestas para estar seguro de sus palabras y habla con la serenidad de quien ha aprendido a observar las cosas con una mirada que parece auscultarlo todo.
Hace poco cumplió un sueño de vida: fue admitido en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), una de las universidades más competitivas del mundo. Solo tiene 18 años. “Me siento muy orgulloso. Siento que todo el esfuerzo de todos estos años valió la pena”, dice, en medio de una gripe que no logra opacar su entusiasmo. La suya es una historia de persistencia. “Yo ya desde pequeño tenía la meta de querer estudiar en el MIT. Desde cuarto de primaria, desde los nueve años”, cuenta. Esa decisión no fue al azar. Fue el gran astrónomo Carl Sagan quien encendió la chispa.

“Leí el libro ‘Cosmos’ y quise ser como él. Como esa carrera no existía en el Perú, busqué en Google cuál era la mejor universidad para estudiarla. Me salió el MIT, y desde entonces lo tuve claro”. En el MIT, Mario estudiará la carrera de Física, y planea hacer un posgrado en Astrofísica para acercarse aún más a las estrellas. A pocos meses de partir a Estados Unidos, se permite —por primera vez en años— una pausa. Hoy día, solo está disfrutando de su familia y de la atención de la prensa. Después de tanto tiempo corriendo hacia esa meta, se ha ganado, sobradamente, un buen descanso. //
OTROS CHICOS EXCEPCIONALES
1) Alfonso de Bohemia Portugal
Nacido en Lima en 1966, fue un niño prodigio que sorprendió al Perú en 1969 al responder 300 preguntas de cultura general en solo 30 minutos, a la edad de tres años. Hijo de un pianista austríaco y una peruana, su memoria era fabulosa. A los cinco años, hablaba español y alemán.

2) Hugo Zuñiga Utor
Este niño prodigio peruano capturó la atención del país en los años 90. A los 5 años, obtuvo una certificación como técnico en reparación de computadoras y, a los 7, dictó conferencias sobre medicina en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Con un coeficiente intelectual de 160, dominaba cinco idiomas a los 10 años. El Comercio lo encontró años después: se había recibido como médico neurólogo y trabajaba en hospitales.

3) Mathías Ramírez Carranza
En 2019, este prodigio peruano de 11 años logró ingresar a cuatro universidades nacionales: La Cantuta, Federico Villarreal, Universidad Nacional del Callao y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Mathías dominaba las matemáticas y su sueño era trabajar en la NASA.
