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Calle de las pizzas
Nora Sugobono

En la , la gente come pescados y mariscos. Hawaianas y napolitanas salen poco, pero a nadie se le ha ocurrido cambiarle el nombre al espacio; uno, porque así no se llama, y dos, porque la pizza es universal.

Ni siquiera San Ramón, quien bautiza el paseo donde operan más de una veintena de locales de comida y bebida, tiene origen italiano. El santo español fue canonizado en el siglo XVII y es patrón, entre otras causas, de personas acusadas falsamente. Una ironía deliciosa en una de las calles más agitadas de Miraflores, donde la venta de comida suele camuflar actividades ilícitas, ampliamente difundidas en reportajes de dominicales desde los años noventa. La comercialización de drogas y la prostitución son las más conocidas. En ese orden.  

La tercera actividad por la que el paseo es popular entre los comensales es el fútbol. Es lícita.  

Cebiche y pan al ajo 
El escudo todavía puede verse en la puerta de metal del que fuera el coliseo del colegio Champagnat, justo al medio del Paseo San Ramón. Es el único espacio que permanece libre. Todo lo demás –que no es mucho– está ocupado por restaurantes, bares y locales de salsa en vivo. La primera mitad hace evidente alusión al plato por el que es, o era, famoso este sitio (Don Corleone, Angello, Mezzaluna). Allí, jaleas, chaufas y lomos saltados se sirven sobre manteles a cuadros rojos y blancos. Trattoria meets tacu tacu. La segunda va directo al grano: nombres como Los Incas o Nazca dicen todo lo que hay que decir cuando el visitante es sueco, estadounidense o alemán. La oferta está hecha por y para el turista y es usual encontrarse con choritos a la chalaca y honey chicken wings entre las opciones de entrada de una carta cualquiera. No siempre fue así.

Hacia 1986, el entonces alcalde de Miraflores Luis Bedoya de Vivanco buscaba darles valor comercial –y un carácter más familiar– a antiguos pasajes del distrito, entre ellos San Ramón y la calle que lo cruza, Figari. Llegaron más restaurantes y pubs a la zona y la calle se volvió peatonal. A finales de la década del ochenta todo el mundo conocía el espacio por la especialidad de sus mesas: las pizzas. López –no es su nombre real, pero pocas cosas aquí lo son en realidad– trabaja como mozo desde 1989. Dice que rara vez los peruanos vienen a comer, salvo que haya partido. Que muchos turistas llegan solos. Que antes no era fácil encontrar restaurantes en Lima que sirviesen pizzas y que mucha gente se desplazaba especialmente hasta Miraflores para comerlas. Probamos las suyas. La masa es delgada, la mozzarella sabe a mozzarella. No están mal. 

El acento peruano de López, ubicado como jalador en la puerta de un local, destaca. Venezolanos y venezolanas han hecho suyo el ambiente. “Mami, pasa adelante, pisco sour de cortesía”. Ofrecen también un vaso de cerveza; tal vez dos. Lo importante es que hablen inglés. López ha visto de todo pero confirma que las cosas están más tranquilas ahora, cuando juega Perú y centenares de personas se desplazan hasta el espacio para alentar a la selección. Algunos locales han colocado rejas para que los comensales que están dentro puedan comer tranquilos. Otros saben sacarle mejor provecho a la situación.  

El partido entre Perú y Arabia Saudita fue el primero de un mes que se pronostica agitado. López, los venezolanos, los turistas: todos lo saben. Desde el momento en que uno pone pie en el primer adoquín del Paseo San Ramón otras son las reglas, para bien o para mal. Caminar por la Calle de las Pizzas cuando juega la blanquirroja solo se hace porque se quiere hacer. Es un acto consciente que borda la inconsciencia. La bulla, el humo del cigarrillo, las comparsas, los celulares, los niños llorando. Los goles que se gritan pero no se oyen.

Somos consultó al alcalde Jorge Muñoz sobre el futuro del espacio, pero no obtuvimos respuesta. En el presente allí no habrá pizza, pero habrá Mundial. 

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