
En la última década, el fenómeno de los streamers ha experimentado un ascenso meteórico en un contexto donde cada vez más vivimos hiperconectados. Plataformas como Twitch, Kick, YouTube y Facebook Gaming han abierto una puerta a miles de creadores de contenido, permitiéndoles ganar fama y una significativa rentabilidad mientras transmiten en vivo su vida cotidiana o sus habilidades en videojuegos.
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El mejor ejemplo de este fenómeno ocurrió hace unos días con la visita a Lima del streamer estadounidense Darren Jason Watkins Jr., mejor conocido como Speed o IShowSpeed. Este joven de 20 años puso de vuelta y media el Centro Histórico de la ciudad, arrastrando detrás de él una masa de miles de jóvenes que lo seguían a cuanto lugar visitaba y que celebraban sus ocurrencias. Otros miles estaban al tanto de las incidencias a través de su canal de YouTube. Al cierre de esta edición, el video tiene 8,7 millones de vistas y posiciona al Perú como el país más exitoso de la gira de Speed en Sudamérica.

El contenido generado por los streamers ha revolucionado la forma en que consumimos entretenimiento, pero también ha suscitado un debate sobre las preferencias de las nuevas generaciones. “Hoy, el cerebro se ha reconfigurado y adaptado a productos culturales de consumo fácil y rápido, como Speed. Esta manera distinta de consumir contenido constituye nuestro bagaje cultural y direcciona lo que nos parece divertido o aburrido”, decía la periodista Pamela Acosta en un reciente artículo publicado en El Comercio.
Más allá del tipo de contenido —como en toda plataforma de entretenimiento, hay cosas interesantes y otras no tanto—, el trabajo de un streamer profesional suele ser riguroso y demanda dedicación. “El trabajo detrás de cada transmisión es mucho más que simplemente jugar videojuegos o interactuar con los seguidores”, nos dice Stephanie Calderón, conocida en el mundo digital como Umi Hyu (@umihyu), especialista en videojuegos y tecnología. Cuando la cámara se apaga, los streamers pasan horas planificando su contenido, editando videos, respondiendo mensajes en redes sociales y correos electrónicos, y realizando un trabajo de networking constante.

Pero hay un factor fundamental que lleva al éxito en esta industria: poseer carisma y sentido del humor para conectar con las audiencias. El streaming no solo se basa en exhibir una habilidad, sino también en mostrar la personalidad del streamer, sus gustos y, hasta cierto punto, su vida. Esto, sin embargo, crea una línea difusa entre la privacidad y la exposición constante. Los seguidores, al sentirse más cercanos a sus estrellas, tienden a sobrepasar límites personales , buscando interacciones más allá de lo profesional, que no siempre terminan bien.

UNA INDUSTRIA EN AUGE
Para muchos, ser streamer ha dejado de ser un hobby y se ha convertido en una carrera rentable. Ya no se trata solo de una persona frente a una cámara, sino de una industria millonaria que mueve patrocinios, suscripciones y donaciones en tiempo real. “Yo comencé en YouTube cuando terminé el colegio. Recién empecé a monetizar a partir de los 50 mil suscriptores. Es un trabajo arduo, realmente consume todo mi día”, nos dice Daarick Leeroy Luján (@thedaarick28), uno de los streamers peruanos más populares en Internet. “Hoy hago mis transmisiones de forma exclusiva en Kick, de lunes a viernes, de seis de la tarde hasta la medianoche. El 90% de mis ingresos provienen de ahí”, afirma.

Algunos streamers locales, como Stephanie, han logrado diversificar sus ingresos más allá de las transmisiones, entrando en el mundo de los e-sports, la música o la publicidad. “Ya no soy, digamos, una streamer a tiempo completo”, ríe. “A fines de 2017, empecé a hacer streams y realmente no pensé que iba a tener tanto apoyo. Fui la primera mujer streamer del Perú que recibió un contrato pagado por Facebook Gaming, que me cambió la vida. A raíz de eso, me empezaron a llamar marcas para generar contenido en otras redes sociales”, complementa.
Los streamers con más llegada pueden facturar miles de dólares mensuales. En el ámbito internacional, algunos de los más conocidos son Ibai, Auronplay, Spreen, Juan Guarnizo, Rubius, Adin Rose, El Mariana, entre otros. Aunque muchos de ellos se iniciaron en el mundo ‘gamer’, hoy en día abordan distintas temáticas: viajes, estilo de vida, deportes, ‘fitness’, gastronomía y más.

Es tal su impacto mediático que cuentan con un equipo de mánagers, relacionistas públicos, editores, diseñadores e, incluso, contadores que llevan sus finanzas. “Yo ya pagaba mis impuestos antes de que saliera la noticia que los influencers iban a rendir cuentas. Mi contador ya me había advertido que iba a haber regulaciones”, dice Stephanie. “Hace unos años, creé una empresa con la que pido facturas y pago mis impuestos. No me conviene estar al margen de la ley, porque luego te caen y resulta peor”, añade Daarick.
Ambos coinciden en tres consejos para toda persona que desea iniciarse en esta industria: ser disciplinados, decididos y no descuidar la salud física y mental. “Ya con el tiempo he aprendido a dosificar. En este mundo también hay que lidiar con ‘haters’ y troles que te dicen de todo. Por eso, trato de darle prioridad también a mi vida personal, salir con mis amigos y desconectarme un poco”, concluye Stephanie Calderón. Además, son conscientes de que, si bien las vistas y la viralidad son importantes, también lo es la conexión genuina con la audiencia, el aporte a la cultura digital y la oferta de un contenido que no sea solo superficial, sino enriquecedor para quienes lo consumen. //