Bronceados y sonrientes, Gonzalo y Santiago Bullard nos reciben bajo los portales del Gran Hotel Diligencias en Veracruz, México. Toman nuestras maletas rumbo a la elegante recepción del histórico hotel, fundado en 1795. Desde el inicio todo fluye en este viaje de aventuras, como todos los que organiza Nat for Life, la empresa que ambos fundaron en el 2015.
“Siempre me ha hecho bien estar en la naturaleza. Sentí que podía hacer algo para ayudar a otras personas a vivir mejor facilitándoles ese contacto”, cuenta Gonzalo. Las expediciones iniciales fueron caminatas al Morro Solar, la ruta de los cactus en la sierra de Lima o el cañón de Autisha (Huarochirí), al que llegaron guiados por chiquillos de la zona. Fascinados con el hallazgo, promocionaron en redes las bajadas a rapel del cañón, sin imaginar que empresas sin escrúpulos les seguirían los pasos.
A partir de esa experiencia mantienen los lugares que descubren en secreto, para protegerlos. Ni siquiera a los viajeros que los acompañan les dan las coordenadas exactas, mientras que a los guías locales los asesoran para que los cuiden. “No queremos verlos destruidos como tantos otros, hoy irreconocibles”, comenta Santiago, escéptico del turismo que no es respetuoso del medio ambiente.
El scouting es la actividad favorita de la dupla, padre e hijo. Por cada nueva ruta hacen unas diez expediciones para conocer las características del lugar y que sus seguidores disfruten seguros de la naturaleza en estado puro. Siete años después de fundados, organizan expediciones por la costa de Áncash, el bosque seco de Lambayeque, la enigmática selva de Juanjuí y otros lugares a los que solo llegan ellos siguiendo rumores de los locales, exploración y no pocos riesgos.
La expansión de las fronteras de Nat for Life se sentía venir. El gran salto ha sido México; primero Guadalajara y ahora Veracruz. “Es muy importante unirte a gente que trabaja con profesionalismo y la misma idea de conservación”, comenta Gonzalo acerca de sus aliados, Jessica, Ismael y el joven May, especialistas en outdoors. Escapar de la nube gris limeña para aterrizar en pleno verano mexicano es una alegría y desafío a la vez. Sobre todo si se ha venido a caminar en la selva tropical, en la región de los Tuxtlas.
Antes de empezar el primer trekking, Jessica Swanson nos invita a platicar a la sombra Jessica Swanson nos invita a platicar a la sombra de un gran árbol. “Hemos venido a ensuciarnos”, dice a modo de bienvenida, señalando el camino con barro, por las recientes lluvias. “El que no se ensucia, no se divierte”, replica Susana Belaunde, una de las chicas del grupo.
El calor extremo me hace sentir que estoy caminando en una sauna. Quiero regresar a la playa a tomar una piña colada ¿No es esa la idea de vacaciones en México? “Da pasos lentos, sin parar, como una geisha”, me dice Gonzalo, animándome a seguir. Mantengo un paso constante hasta llegar a unos acantilados de basalto, piedras negras de origen volcánico, que contrastan con el turquesa del mar. Valió la pena la caminata de 9,5 kilómetros, a 30 grados, según el smartwatch de Solange Balderrama, veinteañera del grupo.
MUJERES A LA AVENTURA
“El paraíso de los olmecas”, han titulado a esta experiencia con caminatas en el bosque, cañonismo, destrepes, buceo entre peces de colores y snorkelling junto a prehistóricas tortugas. También hubo saltos a pozas de agua, incursiones a cuevas marinas, kayak entre manglares e incluso tres descensos a rapel. Ataviados con cascos naranjas, ajustados nuestros arneses y con ganas de nuevas emociones, comenzamos con un rapel de diez metros para aprender la técnica.
Pasada la prueba, vamos por más. Una bajada de más de 30 metros entre helechos que cuelgan al lado de una cascada. “¡Treinta y seis metros de pura adrenalina!”, exclama gozosa Teresa Durán, de 66 años. Al día siguiente caminamos entre tupida vegetación, hasta desembocar en escarpados acantilados contra los que revientan las olas. Estamos sobre un respiradero del volcán San Martín Tuxtla, aún activo.
El olor a azufre se percibe en la cueva por la que descenderemos a rapel, hasta un barco de pescadores, 40 metros más abajo. El miedo se siente al borde del precipicio, pero, transformado en motivación, vamos bajando entre aplausos. Colgada de su arnés, a veinte metros sobre el Golfo de México, Ana María Pflucker improvisa una danza aérea. “Fue una explosión de emociones, el éxtasis del asunto, la máxima felicidad”, dice al llegar al bote.
Del grupo de 11 viajeros, nueve somos mujeres. La mayoría femenina es constante desde sus expediciones iniciales. La primera vez pensaron que era porque coincidió con la final de la Champions League, pero el patrón siguió repitiéndose. “Las mujeres están un paso adelante de los hombres en la búsqueda de crecimiento espiritual y emocional”, es la conclusión de los Bullard. “Es lo máximo decidir venir sola, disfrutar de la naturaleza, descubrirse uno mismo y conocer gente fabulosa”, comenta Silvana Simón expresando el sentir de muchas. En otras palabras: dejar los miedos para vivir mejor. //
Gonzalo Bullard es un contemporáneo ‘Indiana Jones’, y su hijo Santiago, un literato apasionado por la naturaleza. El principio de su espíritu expedicionario es “estar dispuesto a esperar lo inesperado” en los lugares que visitan, y que mantienen en secreto para evitar su depredación.
Los fundadores de Nat for Life tampoco dan detalles de lo que se hará, “la consigna es confiar y sorprenderse”. Instagram: @natforlifeperu @bullardgonzalo
Whatsapp: 9139 23585
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