
Para muchos peruanos, el frisbee es sinónimo de tardes en la playa, donde se lanza un disco de plástico sin mayor regla que pasar un rato de diversión. Pero lo que pocos saben es que el frisbee también es un deporte en crecimiento, con una comunidad global en expansión y una estructura competitiva bien organizada. Con su ritmo dinámico, jugadas espectaculares y un código de ética único, el ultimate frisbee —o simplemente ultimate— ha ido ganando reconocimiento. De este modo, cada vez más personas ven el disco volador no solo como un juguete playero, sino como un verdadero implemento deportivo, lo mismo que un balón.
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Una mañana de enero nos reunimos con un grupo de jugadores y jugadoras de ultimate en el parque Castilla de Lince para conocer más sobre esta disciplina. Lo primero que llama la atención es la confluencia de distintos acentos latinoamericanos en pocos metros cuadrados: sucede que el deporte en cuestión ha llegado al Perú gracias a la migración. Venezolanos que lo jugaban en su país lo han traído consigo para mantener el vínculo con su comunidad, pero también hay colombianos y personas de otras nacionalidades, junto con peruanos que han descubierto y adoptado este deporte con entusiasmo.

La hermandad de platillo volador
El ultimate frisbee es una disciplina en la que dos equipos compiten con un disco de 175 gramos. Su diseño toma influencias del fútbol, el básquet y el tenis, pero, sobre todo, del fútbol americano. Sin embargo, su rasgo más distintivo es el “espíritu de juego”, un concepto ajeno a la agresividad y competitividad de otros deportes. De hecho, los encuentros de ultimate son tan limpios y buena onda que no requieren árbitros: los jugadores deben resolver sus diferencias de manera pacífica y respetuosa, siguiendo un reglamento detallado. “Si hay una falta y no se llega a un acuerdo, la premisa es regresar a la jugada anterior”, explica Eddy Caridad, médico traumatólogo venezolano y capitán de Awankay, uno de los equipos más antiguos del país. “Este es un deporte que promueve el juego limpio y valores como la amistad y la hermandad”, destaca.
Awankay fue fundado por migrantes y durante sus primeros años, entrenaban y competían entre ellos, pero con el tiempo comenzaron a participar en torneos internacionales, como el que disputaron en Argentina, donde dejaron una buena impresión. Hoy en día, el ultimate frisbee en nuestro país cuenta con cinco equipos locales mixtos y dos de mujeres. La movida femenina es fuerte aquí, y para fortalecerla más, las jugadoras han creado torneos específicos como Las Hermanas del Disco, que agrupa a los equipos femeninos con el objetivo de impulsar la presencia de mujeres en el deporte.

No obstante, el nivel competitivo del país está en desarrollo. “Estamos todavía en una fase inicial. Ahorita somos unas cinco o seis asociaciones que competimos entre nosotras, pero todavía no tenemos un formato oficial”, señala Caridad. De esta forma, el ultimate frisbee en el Perú busca su reconocimiento formal. Actualmente, Caridad lidera la Federación Peruana del Disco Volador, que ya está registrada ante la Federación Panamericana y la Federación Mundial del Disco Volador. Sin embargo, falta que las asociaciones locales se formalicen para presentar la solicitud ante el Instituto Peruano del Deporte (IPD). “Vemos posible que se logre este reconocimiento, pero necesitamos que los clubes completen su registro”, comenta Caridad.


Como enamorado de la cultura peruana, Eddy Caridad — quien ha participado en dos mundiales de ultimate frisbee en la categoría máster— cuenta que busca impulsar el deporte en este país entre las nuevas generaciones a través de la Academia Peruana de Ultimate Frisbee, donde entrenan niños y adolescentes. Su máximo objetivo es expandir esta disciplina en el país y demostrar que puede ser accesible para todos, sin distinciones de ningún tipo. //