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Un historia de valor: 50 años después las hermanas Estremadoyro recuerdan la experiencia de ser parte de la primera promoción de mujeres paracaidistas del Ejército peruano
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Entre abril y mayo de 1975, el papá de las hermanas Jossie, Silvana y Roxana Estremadoyro llegó a su casa en Chorrillos con una noticia que vio en la televisión y que cambiaría sus vidas. El Ejército peruano había lanzado una convocatoria nacional sin precedentes: buscaban a mujeres valientes para formar la primera promoción femenina de paracaidistas en un contexto en que las mujeres no eran miembros de esta institución en ninguna parte de Sudamérica.
Sin dudarlo, las tres, aún escolares amantes del deporte, aceptaron. “Pensamos que sería un deporte más”, recuerdan. En aquella época, las gemelas Jossie y Silvana tenían solo 16 años, y Roxana, una de las menores de la promoción, había cumplido 14. Hoy, 50 años después del salto masivo en Lomo de Corvina (Villa El Salvador), nos cuentan esta hazaña que marcaría un hito en la historia de la mujer peruana.
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Prueba de carácter
Junto a ellas, asistieron a la convocatoria más de 1.200 mujeres de todo el país. Llegaron de Lima y de diversas regiones, todas de distintos orígenes sociales, pero solo 640 fueron seleccionadas y, de este grupo, 225 culminaron el curso. Tenían entre 14 y 30 años, aproximadamente. Incluso, algunas estaban casadas y con hijos. Una excelente condición física para resistir las exigencias del entrenamiento era imprescindible y, al llevar una vida saludable dedicada al deporte, las hermanas Estremadoyro tuvieron eso a su favor.

“El entrenamiento fue una verdadera prueba de carácter. No hubo concesiones: teníamos que cumplir los mismos estándares que los varones, con jornadas largas, ejercicios intensos, salto en torre, prácticas de caída y evaluaciones constantes”, sostiene Jossie. Solo las más preparadas física y mentalmente lograron llegar hasta el final.
¿Cómo eran estos entrenamientos? Desde mayo hasta setiembre, cuando se graduaron, fueron los momentos más intensos de sus vidas. Regresaban de las clases escolares, almorzaban en casa, se ponían sus uniformes, borceguíes y salían hacia las prácticas del turno de la tarde en la Escuela de Paracaidistas del Ejército, División Aerotransportada, entonces liderada por el comandante Luis Romaní Ponce. “Al terminar la jornada diaria, corríamos alrededor del estadio más de 12 kilómetros. Si no llegábamos, quedábamos eliminadas. Por lo general, nosotras, que éramos las más altas, ayudábamos a las chicas más bajas. Entre todas nos ayudábamos; había unión y compañerismo en la escuela. No te miento: nunca hubo discriminación”, comenta Silvana.

Muchas fueron descartadas durante las prácticas por diversas causas: falta de resistencia, alguna lesión, cansancio o miedo a saltar desde las torres de entrenamiento, que tenían la altura de un edificio de cuatro pisos. Además de la preparación física, fueron entrenadas en drapla (despliegue rápido del paracaídas) con prácticas de apertura manual y resolución de fallas simuladas de paracaídas; instrucción para armar, desarmar y limpiar la subametralladora Uzi, calibre 9 mm; y el salto en paracaídas desde aeronaves en vuelo. A esto se sumaban clases de cocina y enfermería. Se estaban preparando para una posible guerra. Juan Velasco Alvarado tenía el plan de una invasión a Chile que se iniciaría en agosto, proyecto que se vio frustrado por su salud deteriorada y el golpe de Estado de Francisco Morales Bermúdez, que lo sacó del poder.

Salto a la historia
“Recuerdo el primer salto y se me escarapela el cuerpo”, nos dice Roxana, la menor de las hermanas.


La emoción en las tres vuelve a aflorar, como si estuvieran nuevamente sentadas en el piso de los aviones Buffalo, mentalizadas y preparadas, con sus cascos de colores y paracaídas de reserva en mano, listas para saltar y arengando con algarabía para contagiarse fuerza entre todas. No niegan que también sintieron miedo, pero estaban seguras de su entrenamiento y eso les dio confianza.
Jossie lo recuerda así: “Fue mágico. Al estar en la puerta del avión, el corazón latía con fuerza, el viento golpeaba el rostro y, al lanzarme, sentí una mezcla de miedo, libertad y felicidad indescriptible. En ese instante comprendí que todo el esfuerzo, el cansancio y las lágrimas habían valido la pena. Fue el momento en que sentí, de verdad, que volábamos hacia la historia”.
Una vez en el aire podían admirar por pocos segundos el paisaje e, inmediatamente, concentrarse y juntar las piernas para caer a la perfección. En tierra, enrollaban sus paracaídas y buscaban a cualquier compañera para abrazarse y celebrar que estaban vivas.
El pasado 25 de setiembre se reunió la primera promoción de mujeres paracaidistas del Ejército peruano a cinco décadas de haberse graduado. Jossie Estremadoyro, integrante de esta promoción, resalta del reencuentro: “Fue un momento inolvidable. Mirarnos a los ojos después de 50 años ha sido como volver a ver a aquellas jóvenes llenas de sueños, coraje y esperanza. Compartimos risas, lágrimas y recuerdos que aún nos estremecen. Sentimos que el tiempo no borró nuestra unión; al contrario, la hizo más fuerte. Fue una celebración no solo de lo que hicimos, sino de lo que seguimos siendo: mujeres valientes que un día se atrevieron a saltar y todavía siguen volando juntas”.

El tercer y último salto fue impactante. El 25 de setiembre de 1975, la prensa, curiosos y familiares fueron testigos de esta hazaña. A 1.500 pies de altura, y desde cinco aviones Buffalo en vuelo simultáneo, las 225 mujeres paracaidistas saltaron en Lomo de Corvina, en una hazaña sin precedentes en la historia.
Después de recordar las arengas junto a sus hermanas, Silvana valora que esta primera promoción de mujeres paracaidistas del Perú, bautizada como Micaela Bastidas, haya dejado una huella en el país. “Demostramos hace cinco décadas que no somos el sexo débil, como siempre se dice”, sostiene. Y el ser pioneras en este salto de valentía será recordado por siempre.
De aquel entrenamiento, las hermanas y toda su promoción guardan con mucho orgullo haber tenido el valor de afrontar este riesgo por su patria. Aunque ninguna se dedicó a la carrera militar, dejaron una impronta en la familia que llena de orgullo a sus hijos y a sus nietos, quienes siempre resaltan que sus abuelas fueron parte de esta gloriosa promoción. Mientras miran sus fotos vestidas de uniforme en la Parada Militar de la Avenida Brasil y en los entrenamientos, las tres hermanas saben que marcaron un antes y un después en el Ejército peruano, abrieron camino para las siguientes generaciones de mujeres y que su valor quedará sellado en la historia del Perú. //
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