Dos derrotas seguidas, calcadas, igual de dolorosas, de esas que te hacen pedacitos. De inmediato vuelven los fantasmas, las maldiciones, las sacadas en cara y los índices que acusan. Porque desde la tribuna o la sala de una casa, desde el bar o la oficina, todos somos técnicos, todos sabemos más que quien está en el banco, de quienes se ganan el pan sudando en la cancha. Y sabemos tanto que a los mismos que idolatramos luego del triunfazo ante Cristal, ya no los queremos ver.
Ya se hacen listas de despidos, renovaciones y jales. Incluyen a jugadores inalcanzables, de sueldos millonarios, olvidando que el club acaba de ser multado por retrasos en los pagos. Hace un mes prometíamos, rogábamos, hacíamos fuerza, nos convertíamos en un puño ante la sombra del descenso. Hoy ya pasamos la página. Es más, pareciera que la pesadilla ni siquiera sucedió.
“Las flaquezas futbolísticas que maquilla la garra se hacen visibles cuando al frente hay equipos mejor trabajados, y en los bancos técnicos con más recursos. Alianza y Municipal, con muy pocas horas de diferencia, nos lo acaban de demostrar”. Esto fue lo que escribí apenas terminado el partido de anoche. ¿Y Cristal? ¿Cómo así le ganamos al mejor del campeonato? Es lo mismo que me sigo preguntando cuando vuelvo a ver el video de esa victoria y revivo la mezcla de angustia y miedo que sentí esa noche. ¿Cómo fue posible?