Ciudadanos venezolanos duermen junto a la carretera Panamericana en Ecuador, en su camino al Perú. Aquel país también ha prohibido el ingreso a su territorio si es que no se tiene pasaporte. (Foto: AFP)
Ciudadanos venezolanos duermen junto a la carretera Panamericana en Ecuador, en su camino al Perú. Aquel país también ha prohibido el ingreso a su territorio si es que no se tiene pasaporte. (Foto: AFP)
Teresina Muñoz-Najar

Más que odio al extranjero, la xenofobia es miedo a lo que creemos que este representa: una amenaza. Nos va a quitar algo que nos pertenece. “Estoy de acuerdo con muchos sociólogos que ven la xenofobia, el nacionalismo, el racismo y hasta lo que entendemos por etnia como un mismo proceso cognitivo”, dice la Ph.D. Feline Freier de Ferrari, politóloga de origen alemán, criada en África, graduada en Inglaterra y con cuatro años de permanencia en Lima. Ser extranjera ha sido una constante en su vida. 

El miedo como clasificación
Según ella, la xenofobia proviene de la necesidad biológica, primaria de los seres sociales, de categorizar a las personas: ¿quiénes somos nosotros?, ¿quiénes son los otros? o ¿quién es parte del clan o grupo y quién es el otro que nos puede amenazar?. “Es, en realidad, un proceso de sobrevivencia porque el otro se ve y habla diferente”, dice. Ante la amenaza es que nace el miedo, uno de los impulsos primarios del ser humano. El otro es el ataque. 

Ahora que la xenofobia empieza a extender su sombra sobre el Perú, Feline considera que es saludable reflexionar (y recordar) algunas cosas. Por ejemplo, en la perspectiva que desde siempre ha tenido América Latina respecto a este tema, cuando lo hemos visto a la distancia y con simpatía por los discriminados. 

“Inmediatamente se nos viene a la cabeza Trump o la Unión Europea y criticamos sus políticas tan fuertes y restrictivas. Y recordamos también que esa xenofobia la sufrieron nuestros propios compatriotas en algún momento”. Hay que saber, asimismo, que la xenofobia se basa a veces en la nacionalidad –“todos los mexicanos son violadores, según Trump”– o en la religión –“todos los musulmanes son terroristas”. O en el color de la piel. Y hay que preguntarnos finalmente, continúa Feline, “¿quién tiene interés en activar estos miedos y rechazos?”. Ella divide la xenofobia en social y política, pues muchas veces los discursos políticos se basan en la opinión pública y viceversa. Para muestra el triste y reciente ejemplo de odio que algún candidato quiere hacer pasar por campaña electoral. 

Xenofobias camufladas
La politóloga hace otra diferenciación interesante. La xenofobia abierta y la escondida. La primera hace gala de un discurso exento de pudor y vergüenza. La otra abraza la causa de lo políticamente correcto. Como está mal visto excluir a las personas por su ‘raza’ (aunque esta no exista) o cultura, recurre a requisitos imposibles como son los visados de diversos tipos o políticas de migración muy restrictivas. Todo esto apelando a la ‘seguridad’, palabra clave para que el miedo se active.  

“El problema es que cerrar fronteras, hacer el acceso más difícil a un país, no funciona”, advierte Feline. “Sabemos, por décadas de investigación y evidencia, que esto solo trae más problemas. Incrementa la migración irregular, aumenta el poder de los traficantes de migrantes y no se tiene idea de quiénes ingresan”. A esto habría que sumarle que al migrar ilegalmente las personas se vuelven más vulnerables y potenciales víctimas de explotación laboral, sexual, trata, etc. Y muchas vidas se pierden en el intento.  

El gran desafío: el intercambio
“Hay que ver la migración como un desafío”, sostiene la especialista. “La migración nos permite crecer, pues se genera un intercambio muy creativo. ¿Qué se tiene que hacer? Pues invertir en políticas de integración, sobre todo cuando los flujos migratorios tienen un buen porcentaje de profesionales calificados. Tendría que encontrarse una forma muy rápida de reconocer sus títulos e incorporarlos al mundo laborar”. Ella está convencida, además, siempre con evidencias en mano, que en el mediano y largo plazo la migración es positiva. “Es difícil migrar, es muy duro. La gente lo hace porque tiene ganas de salir adelante, quiere trabajar”. Por ello es necesario invertir fondos en hacer los procesos migratorios más eficaces.

Los refugiados
Por último, y para abordar un tema urgente, Feline considera que los venezolanos que ahora llegan al Perú –lo dejarán de hacer cuando les pidan una visa imposible– deberían ser reconocidos como refugiados, categoría legal internacional que no solo protege a los individuos que sufren persecución política, sino a cualquiera que tiene que salir de su país porque la vida allí se ha vuelto insostenible, porque no tienen qué comer o cómo curarse. “Esto no va a suceder porque significaría un costo político muy grande”. El dilema sigue abierto en nuestras fronteras. 

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