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No era para menos la emoción. El posterior sold out. En Lima, como nunca, se iban a presentar algunas de las actrices más famosas de las telenovelas mexicanas, ya saben, las de la era pre-turca. La bravas de los dramones lacrimógenos de los años 80, 90 y un cachito más. Ocho juntas sobre el mismo escenario, aquí nada más en Miraflores, y no dentro de una pantalla de televisión potona sin HD. Victoria Ruffo, Jacqueline Andere, Maribel Guardia, Ana Patricia Rojo. Los primeros nombres en aparecer en las cortinas de entrada de los relatos hechos en los estudios de Televisa San Ángel. Los más grandes de las marquesinas. Heroínas y villanas legendarias. Las de tu mamá. Las de tus amigas. Las tuyas. ¿Qué si iba a comprar una entrada? Pero, por supuesto. ¿Qué cuánto cuestan? ¿Cuánto? Ahí nomás, joven. Mucho. Soy víctima del hype, pero primero tengo que comprar el uniforme del nido de mi hija.

No me avergüenza contar que he sido niña Televisa. Que crecí almorzando junto a los culebrones que pasaban en el canal 4, cuando no había cable, ni Internet -¿Netflix, Disney Plus? ¿Qué clase de hermosas, pero aún lejanas brujerías serían esas?-. Que algunos de los primeros que recuerdo son “Tú o Nadie”, con Lucía Méndez y Andrés García o “Rosa Salvaje”, con Verónica Castro y Guillermo Capetillo. Que mi primer gran shock de ficción televisivo se dio con "Amor en silencio" a los siete años, cuando la hermana enfermiza de Fernando (Arturo Peniche) llega a la boda de este con Marisela Ocampo (Erika Buenfil) y les dispara a los dos. ¡A los dos protagonistas! (aún retumba en mi cabeza: “¡Mariseeeelaaaa! ¡Vete al infierno! ¡Pow Pow! Harta sangre sobre la torta...). Más impactante aún fue que, después de eso, ambos se murieran. ¡Los dos protagonistas! (mentalmente inserte aquí muchos de los emoticones del grito de Munch). Sí, se mueren. La primera gran Boda Roja de mi vida. Después llegarían “Quinceañera”, “La Pícara Soñadora” , “El extraño retorno de Diana Salazar”, “Alcanzar una estrella I y II” y muchas más. Y la mejor, para mí, de todos los tiempos: “Corazón Salvaje”, con Eduardo Palomo y Edith González. Pero también “La dueña”, “Cañaveral de pasiones”. No, mejor me detengo porque no acabamos. Pongámoslo de esta manera: no veo una telenovela completa hace 20 años, pero si hubiese un concurso de trivia de telelloronas mexicanas entre 1986 y el 2000, tengo enormes posibilidades de llegar a la final.

Mi abuelita Celinda le decía a las telenovelas: “la mentira”. “Ya se van a poner a ver “la mentira”… ¡Pero me toman toda la sopa de mote!”. Nunca mejor descritas. En todo este tiempo he tenido claro que lo son, pero conocer alucinantes historias, reales y ficticias, me fascinando desde que tengo memoria. Miénteme, como siempre. La única condición, en el tiempo, ha sido que fueran buenas. Buenas mentiras. Buenas historias. Como las de las ficciones de las actrices que llegaron al Perú y que también se presentaron en Arequipa y Trujillo. Sin duda, las 'advengers' de las telenovelas de la época a la que me refiero y también posterior. De ahí que me diera pena no verlas en escena. Una amiga querida, con boletos en la mano, sin embargo, me invitó de repente a ir a la segunda función del 25 de abril. Fui corriendo después del cierre de edición.

La obra se llama “Arpías Recargadas” y tiene ya buen tiempo poniéndose en México. Da cuenta del misterioso asesinato de Marcelo (César Évora), un millonario que es encontrado muerto en su casa de campo ubicada en medio de la nada. Como sospechosas del crimen se identificará a ocho mujeres, todas cercanas al finadito, cada quien con motivos secretos que vuelven complicado distinguir quién fue la ejecutora del delito. Además de las mencionadas se suman al elenco Lorena Velásquez, Sherlyn, Cecilia Galliano y Zoraida Gómez. Aquí, tal vez, no son muy reconocidas de nombre. Pero si les ves el rostro las identifica de inmediato.

La función aquella vez, según el ticket, empezaba a las 10:15 p.m. Pero a esa hora, las colas fuera del Centro de Convenciones del Hotel María Angola eran tan largas como la trilogía de las Marías de Thalía. Nadie entendía por qué seguíamos fuera. El rumor era que después de la primera función de esa noche, el público se estaba tomando fotos con las actrices. Cuánta habría sido la demanda que la obra empezó a las 11:20 pm... Daba pena porque esperando habían muchas abuelitas envueltas en chales y tedio. Las bases 50, 40 y 30 también estaban presentes. Una vez dentro, las queja en voz alta seguían inmisericordes. Eso hasta que apareció el cubano Évora en escena, probablemente a las 11:22 pm. Entonces, gol de Perú. Un estallido de silbidos y aplausos. La magia de la televisión.

Esto me lo han preguntado mucho. “¿Guapo, Évora?” Guapo. Pero, sobre todo, trome. Y encantador como lo requería ese papel. Con una voz sobre las tablas que no necesita micrófono (CV: “Corazón Salvaje”, “El privilegio de amar”, “Luz Clarita”, “Abrázame muy fuerte”, etc.).

A los pocos minutos hace su aparición estelar la primera actriz Jacqueline Andere. Ni nos ponemos a listar sus trabajos, pues en la hoja de vida tiene más de 50 telenovelas (hace poco terminó su relación de exclusividad con Televisa, la misma que duró más de 60 años). Una nueva gran ovación. El cariño demostrado es tal que ella se da el lujo de romper la cuarta barrera y mandar un beso volado al público. Andere tiene el rol de una abuela a la que le gusta beber, por lo que se le pasa “ebria” los 100 minutos de función. Alejada de las villanas a las que siempre interpretó, es natural, jocosa, divertida. Muy enérgica a los 81 años. Quizá la que se roba el show.

Otras figuras del elenco entran y salen hasta que le toca el turno a Maribel Guardia, una gratísima sorpresa. Carismática y hermosa como nadie. Con mucho parlamento y capacidad de improvisación. La encargada de tomarse licencias en el guion para acercarlo al público peruano (“...heredaría miles de soles”, “...quisiera estar muy lejos de aquí, tal vez en Machu Picchu”...). Tal vez demasiadas, mucho fan service, pero valen. También de las más aplaudidas.

Ana Patricia Rojo, la heredera de Gustavo Rojo, no se queda atrás. Mala de antología. Cuánta mezquindad en sus libretos y profesionalismo en su trabajo. Muy alta y muy pegada a la letra. De las favoritas también.

Casi a los 45 minutos de iniciada la obra hace su ingreso triunfal al escenario, ella: Simplemente María, La Madrastra, La Malquerida, La Fiera, la Pobre Niña Rica. La reina de las telenovelas, doña Victoria Ruffo. Odas, vítores, loas. Sus mismas compañeras del elenco detienen la acción para darle curso a la ovación. Un desafortunado inconveniente, no obstante, sucede luego con su participación, al menos en la fecha que asistí. Está enferma. Bien enferma. Accesos de tos le impiden culminar uno que otro diálogo y la obligan a tapar el micrófono que lleva consigo. La energía es baja. No es su mejor función. La gente la quiere igual. Ni un centímetro menos. En la lealtad, retroceder nunca, rendirse jamás. Por eso cuando el personaje Guardia le dice con segunda al suyo: “Gabriela, a mí se me hace que tú debes ser muy buena para llorar...”, el María Ángola estalla. Es, pues, la complicidad. El afecto. Y la verdad, qué duda cabe.

(Video: Gabriela Machuca)
(Video: Gabriela Machuca)
(Video: Gabriela Machuca)
(Video: Gabriela Machuca)

Uno, como se entenderá en este punto, no va a ver realmente la obra. Va a verlas a ellas. Va por la nostalgia de las horas frente a la tele de la sala, de la conversa en el almuerzo del trabajo, de la espera al capítulo del lunes. Del recuerdo de la abuelita diciéndote que ya, pero que tomes la sopa. Va porque sus historias, de alguna manera, son las de una. Las de la adolescencia y la juventud, las del pasado sin preocupaciones. Y va por la relación de años que se tiene con esas entrañables artistas aunque ellas ni sepan que existes (que es lo último que importa). De ahí que, las filas para las fotografías, a la 1: 12 am, también fueran larguísimas. Tanto como el cabello de Lucerito.

Fin. 

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