Hugh Hefner, el multimillonario fundador de Playboy tenía una mansión en la que también vivían sus conejitas. (Foto: Difusión)
Hugh Hefner, el multimillonario fundador de Playboy tenía una mansión en la que también vivían sus conejitas. (Foto: Difusión)
Ana Núñez

“Tu desnudez derriba con su calor los límites...”, arranca uno de sus poemas el salvadoreño Roque Dalton, mientras el inmenso Neruda asegura que “desnuda eres enorme y amarilla como el verano en una iglesia de oro”. Las odas a la desnudez, la piel y la carne sobran en la poesía y el arte, y carne ha sobrado siempre en la revista Playboy desde aquel diciembre de 1953, cuando vendió 52 mil ejemplares, a 50 céntimos de dólar cada uno. ¿Por qué, entonces, tanta controversia sobre esa publicación? ¿Por qué tras la muerte de Hugh Hefner muchas damas no rindieron un adecuado homenaje al “hacedor de un mundo más lindo y sexy”, al “revolucionario de la libertad sexual femenina”? ¿Por qué no lloraron todas hasta corrérseles el maquillaje, como lo hizo Pamela Anderson en una de sus redes?

Ni cucufatería ni falso moralismo. Ni falta de visión artística ni estrechez de corazón o frigidez. La primera respuesta a todas esas preguntas tiene que ver con la necesidad de poner las cosas en contexto. Y la explicación la dan Francesca Denegri, docente de la Universidad Católica y columnista; Natalia Iguíñiz, artista plástica y promotora del movimiento Ni una Menos en el Perú; y Katya Adaui, periodista y escritora, tras hacer una disección imaginaria a la revista del conejo y a la figura de su fundador, el desenfrenado magnate que afirmó haberse acostado con más de mil mujeres.

“Yo creo que la idea inicial es la de una gran revista. Es sensual, sugerente, sexy, con mujeres que conscientemente firman para estar ahí. En la primera edición, Marilyn Monroe aparece en la tapa apenas enseñando el pecho. Pero con la evolución y el paso del tiempo, la publicación se torna desvirtuada y más ‘sucia’, no desde lo moral. Se convierte en una acumulación de zonas grasas en primerísimo plano: tetas, culos, y ahí ya no hay sensualidad”, afirma Katya Adaui.

Según la también periodista, si no fuera por los textos y entrevistas de colección que aún publica la revista, esta ya habría desaparecido. “Creo que Playboy ha seguido viva por eso. Si solo hubiera sido tetas y culos, te acabarías cansando de lo mismo, porque finalmente es lo mismo pero de otro color. Lo que le da vida y soporte a esta revista es que también mete deporte, entrevistas y publica a autores que aún no salen en The New Yorker. O sea, miró afuera. Lo que pasa es que si quieres leer eso, lo encuentras en otro lado. Pero quién puede decir que está mal –en cuanto es la vida privada de cada quien– leer lo que le compete o disfrutar su sexualidad como la desea. Pero que cosificó a la mujer, cosificó”, finaliza la escritora.

MUJER OBJETO
El último término usado por Adaui nos da pie para una segunda idea. ¿Fue Hugh Hefner un héroe de la revolución sexual femenina, como han dicho algunas de sus seguidoras y, sobre todo, varias de sus playmates, que han asegurado que son lo que son gracias al multimillonario que pasó la mayor parte de su vida en una elegante bata roja?

“El día en que una lavandera, una niñera o una maestra de escuela ganen tanto como una conejita haciendo su trabajo, ese día podremos hablar de una liberación femenina. Mientras tanto, lo que tenemos es una cosificación, una mercantilización del cuerpo de la mujer, que no tiene un parangón en el caso masculino”, responde Francesca Denegri.

Pero, ¿podríamos secretamente todas las mujeres desear ser una conejita de Playboy? ¿Es el de las muchachas que llegan a serlo –“una vez playmate, siempre playmate” es parte de la filosofía Playboy– un sueño cumplido?

Según Denegri, a las jóvenes que desean llegar a ser playmates no las mueve un deseo personal, sino que saben que ese deseo calza con el del mercado.

“Las conejitas de Hugh Hefner se acomodan al deseo de Hugh Hefner y de sus secuaces , y si eso implica bailar desnudas en una cuerda floja entre las dos ex torres gemelas, lo harán en vista de que eso les implica una ganancia pecuniaria que sus madres, sus hermanas, sus tías, sus abuelas, jamás habrían imaginado ni en sus sueños más salvajes”, añade la catedrática.

Natalia Iguíñiz, entre tanto, encuentra dos problemas en la existencia de revistas como Playboy en el mercado. El primero de ellos es que esta revista entrega solo imágenes de mujeres idealizadas físicamente y con cuerpo, caras y actitudes de un solo tipo: casi todas rubias de cintura estrechísima y caderas que parecen carreteras. Un estereotipo. “El problema no es la desnudez; yo he fotografiado desnudos y me han fotografiado desnuda. El tema es que se expone solo un tipo de cuerpo. Ya está demostrado que los seres humanos aprendemos por imitación. Cuando yo solo veo un tipo de apariencia, me identifico con esa apariencia, la deseo, la quiero. El adolescente que ha tenido una Playboy entre sus manos, ¿qué tipo de mujer crees que va a desear? Cuando dicen que Playboy hizo que el mundo fuera más libre sexualmente, yo me pregunto: ¿quiénes fueron más libres? Porque las mujeres no fuimos más libres. Playboy nos puso un estándar de belleza tipo Baywatch que ve tú a saber quién lo cumple”, reflexiona.

Lea la nota completa mañana en la edición impresa de la revista Somos.

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