1982. Maritza a los 17 años, cuando era alumna del Ballet Miraflores. Una década después, a los 27, fue capturada junto a Abimael Guzmán, a quien escondía en su casa. Abajo, en un ensayo de la obra Arcana, dirigida por Patricia Awapara. Era 1991, cuando ya fungía de ‘ama de llaves’ del sanguinario senderista. En su rostro ya se nota una transformación. (Foto: FotoArt)
1982. Maritza a los 17 años, cuando era alumna del Ballet Miraflores. Una década después, a los 27, fue capturada junto a Abimael Guzmán, a quien escondía en su casa. Abajo, en un ensayo de la obra Arcana, dirigida por Patricia Awapara. Era 1991, cuando ya fungía de ‘ama de llaves’ del sanguinario senderista. En su rostro ya se nota una transformación. (Foto: FotoArt)
Rafaella León

A sus 52 años, la bailarina dará nuevos pasos en caminos aún inciertos. Quizá uno vinculado a una carrera en la danza que se truncó de golpe; u otro muy distinto, si le abre el telón al brazo político de SL.

1985
Maritza Yolanda Garrido Lecca Risco tiene 20 años y enseña ballet a niñas de entre cinco y ocho en un pequeño estudio de la avenida Larco, en Miraflores. En su primera lección les muestra cómo poner el pie en punta. Una de sus alumnas encoje los dedos. Maritza se sienta junto a ella en el piso y, con la firmeza con la que se dobla una voluntad, logra ablandar el diminuto pie. Se ven por última vez una tarde después de clase en que Maritza se sube a la moto Honda 70 roja de su novio, un poeta del colectivo Kloaca.

Treinta y dos años más tarde, la alumna de los dedos rígidos le envía un pliego de preguntas a su ex maestra de danza, presa en el penal de mujeres de Chorrillos, donde cumple una pena de 25 años por el delito de terrorismo. Maritza no acepta darle una entrevista.

A falta de sus respuestas, reunimos en estas páginas relatos, recuerdos y testimonios de personas que vieron cómo Maritza, la muchacha de clase media alta egresada del colegio sanisidrino Sophianum, la única hija mujer en una casa con cuatro hermanos mayores, la reconocida bailarina en la escena local de los 90, emprendió, en poco más de siete años, un camino sin retorno. El próximo 11 de setiembre dejaría el encierro, que se inició el 12 de setiembre de 1992, cuando fue detenida en la casa que rentaba en Surquillo como academia de danza, fachada del escondite del líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán Reynoso. Como se recuerda, ella fue condenada a cadena perpetua y recluida en el penal de Yanamayo, en Puno. En el 2002 se anuló esa sentencia y se ordenó un nuevo proceso. En el 2005 fue sentenciada a 20 años y al año siguiente, tras la revisión de su proceso, a 25. En el 2007 escribió un libro, Libertad de danzar (Mano Alzada Editores), que se inicia con una frase que –a pocos días de posar nuevamente sus pies en la calle– resulta premonitoria: “Siempre es difícil comenzar”. 

Maritza Garrido Lecca
Maritza Garrido Lecca

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“No va a ser fácil”, sentencia Carlos Incháustegui, 57 años, cabellera totalmente blanca, casaca de cuero una talla mayor. Hace casi 25 años fue capturado junto a Maritza Garrido Lecca en la casa de la urbanización Los Sauces, en Surquillo, en la que ambos ocultaban a Abimael. En el 2014 salió libre, tras 22 años preso, y aún le cuesta adaptarse a la vida fuera de una cárcel. En Yanamayo –a 15 minutos de la ciudad de Puno y a una altura de 3.900 m.s.n.m.– llevó una vida de convento de clausura junto a otros 88 senderistas que podían salir de sus celdas media hora cada día. “Cualquier pedacito de papel era todo para mí. Estaba prohibido. Un lapicito chiquito, nada. Con migas de pan hice piezas de ajedrez. Con los restos de jabón deshidratado escribía sobre la puerta de metal. Era como hacer planos de arquitectura otra vez”. Once años y medio después lo trasladaron a Castro Castro, en Lima. Le tomó tiempo acostumbrarse al bullicio, tanto como le cuesta ahora ser uno más en la sociedad. “La cárcel, si no te quiebra, te fortalece. Estoy empezando de cero, hago trabajos de arquitectura pero hay un estigma. ‘Ah, tú has salido por terrorismo. Gracias, yo te llamo’. La ley me impide enseñar, licitar con el Estado, ejercer cualquier tipo de actividad política”. Incháustegui dice estar dispuesto a ayudar a Maritza en lo que se pueda, apenas quede libre. “La visito cada cierto tiempo. Le tengo mucho cariño. A ella la veo por entero trabajando en el arte. A donde va hace bailar a todo el mundo”.  

Maritza Garrido Lecca
Maritza Garrido Lecca

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Veinticinco años atrás, Maritza y Carlos sabían que los estaban vigilando. El Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) llevaba dos meses haciendo seguimiento a la casa de tres pisos de la Calle 1, número 459, Surquillo, donde ella daba clases de danza. El comandante en retiro Guillermo Bonilla tenía 28 años cuando integraba el GEIN. “Nosotros teníamos la idea de que a la casa donde estuviera Abimael nadie podría entrar. Pero llegaban mujeres, alumnas, mamás con sus niñas para sus clases de ballet. Esa casa era una coladera”, nos cuenta en su departamento de Miraflores. Una mujer muy joven (tenía 27 años en el momento de la captura), profesora de danza… era la fachada perfecta para el escondite del ‘Cachetón’ Guzmán. El GEIN sostenía la tesis de que su tía Nelly Evans Risco la captó para cuidar a Abimael Guzmán, tal y como hizo ella hasta su detención en una casa de Chacarilla a inicios del 91.

Ese año había sido capturado el camarada ‘Manuel’, encargado del departamento de economía de SL, a quien los oficiales del GEIN habían apodado ‘Cholo’, por su parecido con el ex futbolista Hugo ‘Cholo’ Sotil. El sujeto empezó a hablar. Dijo que la clave para llegar a Abimael era encontrar a la joven encargada de su seguridad. ¿Y cómo es físicamente? “Pareciera miraflorina”, se la describió a Bonilla. “Nos paseábamos por Miraflores para ver cómo eran las mujeres, y nada. Hicimos un identikit, y nada”. La pista era el carro, un Jeta verde del año. Ese carro los llevó a Los Sauces. “Se abría el portón y salía volando. La piloto tenía mucha habilidad. Los primeros días no hemos podido controlarla, hasta que nos dimos cuenta de que bajaba la velocidad a medida que se alejaba de la casa. Sentir que entonces era libre fue uno de sus primeros errores”. 

Maritza Garrido Lecca
Maritza Garrido Lecca

Vendrían más. 

Un día se baja del auto; le toman una fotografía. Era el objetivo estrella del GEIN en ese momento. “El oficial Marco Miyashiro pasa por ahí, ve la foto sobre el escritorio y rápido la saca: ‘A esta mujer yo la conozco’. Mueve sus papeles y la identifica”, explica Bonilla. Era Maritza Garrido Lecca, detenida tres años atrás en la Dincote con personas vinculadas al MRTA. Esa vez salió limpia.

A pesar de que conocía el grado de la responsabilidad que se le había encomendado –esconder a Abimael– y de que asumía el rol de ser el elemento clave de su seguridad, Maritza empezó a perder los papeles. Literalmente. Un día salió caminando de la casa. Ya había notado que podrían haber estado revisando la basura que sacaba todas las tardes, así que cambió de estrategia. En un momento retrocedió y botó un pedazo de papel a un buzón de desagüe. Se quedó unos segundos verificando que hubiese desaparecido y se fue dando pasos largos. “Ese papelito fue fatal. Uno de nuestros compañeros se mete al desagüe y lo saca, incluso con excremento. Lo limpiamos. Era oro. Tenía la letra de ‘Miriam’ [Elena Iparraguirre], que conocíamos de memoria”, relata Bonilla. Con tinta negra se leía “La reunión del buró político…”, en abreviaturas. “Sesión plenaria...”. Se trataba de la cúpula: Guzmán y tres de las mujeres con las que fue detenido el 12 de setiembre de 1992. Faltaba el camarada ‘Feliciano’, pero no llegó.

“Yo simplemente era un peón en toda esa maquinaria”, relata Incháustegui, que ha dejado enfriar su café. “De hecho, informé que había seguimiento, gente, carros… Pero tampoco es que los del GEIN hayan sido los más grandes sabuesos del mundo. Hubo una tardanza [de la cúpula] en salir”. Días después de la captura, sentado en una de las oficinas del GEIN donde estaba siendo interrogado, Abimael habla brevemente sobre Maritza. “Ella es una compañera del partido que ha cumplido muy bien su función, sabe lo que ha hecho; ya ustedes saben”, responde. Cuando Bonilla y sus compañeros le hacen notar la serie de errores de la muchacha y su conviviente Incháustegui, Guzmán fuma como loco y cambia de cara. ‘¿Cómo a una mocosa le das la responsabilidad de tu seguridad? ¿Cuándo cometiste ese grave error? La revolución se va a venir abajo por tu culpa, porque elegiste mal’, le decíamos. Y se ponía rojo…”.

Maritza Garrido Lecca
Maritza Garrido Lecca

1972
​La niña de cejas grandes asiste tres veces por semana a sus clases de ballet en la academia Miraflores, cerca de la bajada de Armendáriz. Su madre, Yolanda, la espera mientras le teje pierneras con lana rosada. A sus siete años, rápidamente llama la atención de sus maestras. “Al poco tiempo que llegó, noté que tenía pasta. Un día me acerqué y le dije: ‘Tú tienes que ser siempre la primera’. Aunque no tenía mucho empeine, le enseñabas los pasos y al toque los agarraba. Siempre fue muy reservada”, nos cuenta Diana Kané, la primera maestra de danza de Maritza. A veces, después de la clase, visita con su madre albergues de niños en abandono. En 1983, a los 18 años, deja la academia y entra a estudiar Educación en la Universidad Católica. Una amiga cercana que integró con Maritza la Asociación Peruana de Educación por el Arte cuenta que Garrido Lecca quería ser monja antes de ingresar a la facultad. “Era muy creyente. Hizo sus prácticas en El Agustino, luego en Pamplona. Con su tía Nelly Evans, una ex religiosa prima hermana de su mamá, hacía obra social en colegios Fe y Alegría. Por esa época se fue a dormir a Villa El Salvador para guardar sitio y poder ver al papa Juan Pablo II”, recuerda. En 1986 viajan juntas a un encuentro de enseñanza artística en La Habana, Cuba, del cual Maritza regresa con un ideal socialista muy marcado. “Religión y justicia social son factores que han movido un montón en esa época. A eso le sumas intelectualidad y puede ser una combinación complicada”. Cuando a Maritza le presentan ideas terroristas, ella las rechaza. “Por eso me sorprendió después”, cuenta la fuente –que pide guardar su nombre–, quien fue a visitarla a Santa Mónica en una oportunidad. “Sendero Luminoso fue como una religión para ella. Sentía que tenía una misión. Incluso llegó a pensar que les arruinó la vida a sus papás, pero que nuestro paso por este mundo está hecho de sacrificios”.

Maritza Garrido Lecca
Maritza Garrido Lecca

2017
​En una antigua caja de papel fotográfico hay imágenes, contactos y negativos de bailarinas de ballet. Son jovencitas fotografiadas por Eva Lewitus, retratista checa de 90 años radicada en Perú, muy conocida en las décadas del 70 y 80. Su estudio de la calle Tarata en Miraflores se llamaba Foto Art y el día del atentado con coche bomba (julio de 1992) todos sus vidrios se quebraron. “Recuerdo que al día siguiente iba a venir una señora que quería que le hiciera un retrato a su hijo. Le dije que por lo que había pasado no podría. Insistió tanto que acepté. Yo estaba todavía en shock y entre toma y toma me iba al baño a vomitar”, nos cuenta mientras escarba en aquella caja buscando las fotos de bailarinas del año 82. “Acá está”, levanta en el aire una tira de contactos donde aparece Maritza Garrido Lecca, 17 años, con tutú y corona. No tiene empeine, pero la luz sobre su cuerpo le otorga una expresividad particular. 

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El día del atentado de Tarata, la bailarina Patricia Awapara tomaba café con su pareja, el músico Celso Garrido Lecca, en el Haití de Miraflores. Les cayó un vidrio encima. En las noticias, en la calle, en cualquier reunión no se hablaba de otra cosa que no fuera la ola de muerte que dejaba Sendero, ahora en el corazón de la capital. A los pocos días, Patricia visita por segunda vez a su colega Maritza –sobrina de Celso– en la casa de Los Sauces, Surquillo, pues debía recoger el vestuario de una obra que preparaban juntas. “Le digo: ‘Oye, Maritza, el atentado de Tarata…’ y ella comentó, sin darle mayor importancia, algo como ‘de qué lado habrá sido la bomba’”, le cuenta Patricia al periodista Carlos Paredes, autor de La hora final, libro sobre los 25 años de la captura de Abimael Guzmán. Más de dos décadas después de haber sido detenida en esa misma casa, junto con Celso –confundidos ambos entre Maritza, Incháustegui, Abimael, Elena y el resto de la cúpula senderista–, Patricia le encuentra sentido a varias situaciones que en su momento no le parecieron extrañas. “Iba a visitarla en una casita en General Garzón, Jesús María, donde convivía con el poeta Rafael Dávila. Todo era medio ambiguo, había que entrar por una puerta falsa. Paraban con unos poetas que yo sentía que eran revolucionarios de cafetín que querían cambiar el mundo”, relata. En febrero del 91, Maritza, ahora pareja de Incháustegui, se muda a General Silva, en San Antonio, Miraflores. “Tú tocabas la puerta y a veces no te abrían. Siempre Maritza fue así, como distante. Daba sus clases de danza en la sala, ahí ensayábamos. Había zonas de esa casa a las que yo no tenía acceso. Nunca pregunté”, continúa. Una noche, Maritza y su pareja invitaron a unos amigos. Estaban bebiendo, conversando. Uno de los presentes pregunta dónde estaba el baño. Maritza mira a Incháustegui y este lo guía por un pasadizo con varias habitaciones. Se quedó esperando afuera del baño hasta que el invitado terminó y lo escoltó de nuevo hasta la sala. “Parecía no querer que me equivocara de puerta”, nos cuenta el amigo, cuyo nombre reservamos. Días después había ensayo de baile en esa casa. Patricia y Celso tocan y tocan y nadie abre. Celso soltó una broma que en ese momento parecía fuera de lugar: “¿No tendrán que ver algo con Abimael?”. Rieron, aguardando en la calle.

(El artículo continúa después de la siguiente entrevista al procurador Milko Ruiz)

MILKO RUIZ ESPINOZAProcurador para casos de terrorismo“Cualquier terrorista que pise la calle genera preocupación”La excarcelación de Maritza Garrido Lecca –prevista para el 11 de setiembre– obliga a reforzar mecanismos legales y de inteligencia, advierte Ruiz. Para él, senderista que sale de la cárcel no cambia su ideología.​

¿Qué implica la salida de Maritza Garrido Lecca, tras 25 años presa?
Por más que a uno le indigne y quiera que los sentenciados por terrorismo se queden de por vida en la cárcel, la justicia les ha impuesto esa pena. Tienen que salir. A nosotros nos causa preocupación e indignación, como a cualquier ciudadano. Maritza Garrido Lecca no ha tenido un cargo importante dentro de Sendero Luminoso. No es una cabecilla, no es miembro, no dirigía un pelotón de aniquilamiento. Su trabajo era cuidar a Abimael Guzmán. Eso no es que no la haga peligrosa. La mente la sigue teniendo torcida, como muchos integrantes de SL.
¿Le preocupa que pueda integrar una de las fachadas del senderismo hoy?
Cualquier terrorista que pise la calle genera preocupación. Pero hoy hay leyes severas. Ya no estamos en los años del terrorismo, cuando no existía la ley de apología –que se ha reforzado– ni la ley de terrorismo con conspiración o con delito de financiamiento.
¿Ella se ha desafiliado de Sendero?
No hay un video o una carta en la que ella haya dicho: “Yo ya no soy de Sendero”. Hasta ahora no he visto ni una pizca de arrepentimiento.
Ni ha pedido aislarse del resto de senderistas organizadas…
Así es. Eso me hace concluir que ella sigue con la mentalidad y visión de ser integrante o corresponder a los ideales de Sendero. Para mí, su mente sigue ideologizada y el tema es que no cometa nuevamente el delito de terrorismo.
¿Qué pasaría si lo hace? ¿Qué tipo de seguimiento se aplica en estos casos?
La ley señala que si vuelve a incurrir en delito de terrorismo, será denunciada y condenada nuevamente. Es preocupante su salida, pero existen mecanismos preventivos en el Estado. Por un lado está la Dircote, pero además hay mecanismos legales. El tema de inteligencia le corresponde a la policía. Nosotros estamos en el ámbito legal. Si estas personas incurren en el delito de terrorismo, nosotros estamos ahí. Debemos confiar en nuestras instituciones.
¿Está confirmado que saldrá el 11 de setiembre?
Según lo que tenemos registrado y según el periodo de prueba de la sentencia, la fecha es 11 de set. La excarcelación es automática. Cumple la pena y el director del penal, en este caso Ancón II, la libera. No se necesita autorización de un juez.
Desde su experiencia, ¿el senderista en la cárcel puede cambiar su modo de pensar o más bien lo afianza?
De lo que conozco a estos subversivos, si salen libres, no van a cambiar. Van a seguir con su ideología del pensamiento Gonzalo, el maoísmo. Es lo que vemos con el Movadef y el Fudep. Su mente ya está tatuada con esta ideología. En el tema ideológico-político, ahí la lucha corresponde a los políticos para combatir a estas personas. Si Maritza incurre en un delito, será denunciada y se le procesará. Esta persona va a tener que desenvolverse de manera muy recta para no volver a ser denunciada. Ideológicamente, estas personas ya ustedes han visto cómo salen, siguen iguales.
¿Ser integrante de Movadef es ser senderista?
Nuestra tesis es que esa persona que sigue con ese pensamiento e integra el Movadef es parte de Sendero. Movadef fue creado por Abimael Guzmán y el comité central, como creó en su momento a los Abogados Democráticos, Socorro Popular. Es un organismo afín a Sendero. Y, por lo tanto, el que es integrante del Movadef es senderista.
¿Cuál es el trabajo que realiza Procuraduría para vigilar al Movadef?
Esa tesis se ha planteado en el proceso Perseo, donde están juzgados y procesados la mayoría de cabecillas del Movadef y la cúpula senderista. Ahí se tiene que determinar por el PJ que Movadef es parte de Sendero.

Maritza Garrido Lecca

(Continuación del artículo central: Un nuevo escenario)

1992
Es sábado 12 de setiembre. Patricia y Celso visitan a la bailarina y al arquitecto en Los Sauces cerca de las 6:30 p.m. Nadie abre la puerta. Están por dejarles una nota cuando oyen a Maritza gritar “Ahorita salgo”. Esa tarde Maritza se muestra prepotente, confronta ideas sobre danza con Patricia. En algún momento Awapara se acerca a la cocina. Según le cuenta al periodista Paredes, observó que estaba llena, sucia, como si hubiera comido un batallón. Otras veces Maritza sacaba algo de comer para invitarles. Sin embargo, ese día no ofreció nada, tanto así que Celso le hace una seña a su pareja para retirarse. Se quedaron lo que demoró en tomarse la caja de vino. Con la puerta de calle abierta empezó el final. A las 8:45 de la noche, dos agentes del GEIN que se hacían pasar por enamorados en la bodega del frente corren hacia ellos y reducen a los cuatro. A Patricia le dijeron que pusiera las manos sobre el auto y Maritza empezó a gritar enfurecida. Ataron a todos boca abajo en la sala. Ochenta y dos agentes que habían estado apostados en las inmediaciones ingresaron como refuerzos y se esparcieron por todo el inmueble. Del segundo piso bajaron detenidas varias personas. Maritza advirtió a la fiscal que Patricia sufría de asma, que tenían que prever eso. Una fiscal le advierte a Awapara: “¿Tú sabes quién vive aquí? Abimael Guzmán”.

Patricia y Celso fueron llevados con la cúpula senderista a la Dincote, donde pasaron los siguientes 15 días. “Tú no te preocupes, tú vas a salir bien. A mí me están poniendo a prueba”, le dijo Maritza a su amiga. Patricia comparte celda con Elena Iparraguirre. En otras había bailarinas que ese 12 de setiembre también fueron detenidas, durante operativos en diferentes casas. Todas vinculadas con Maritza porque ensayaban en la ‘academia’ donde ella escondía a Guzmán. El día que quedaron libres, solo Patricia decidió despedirse de Maritza.

1991
Yolanda recibe cartas de su hija Maritza desde el Cusco. La bailarina, que en realidad estaba en la Calle 1 de Los Sauces formando parte de la coartada para esconder a Guzmán, le hace creer que está viviendo en la Ciudad Imperial. “Sería una manera de proteger a sus papás. No podría ni visitarlos porque sería arriesgado”, piensa la amiga que acepta conversar con nosotros sobre Maritza. La ex ‘ama de llaves’ de Abimael está hoy en el penal Ancón II, en el pabellón asignado a las internas organizadas de Sendero Luminoso. Su madre ha espaciado las visitas: era más fácil movilizarse para verla en Chorrillos. Va cada 15 días a Ancón, donde se desplaza unas ocho cuadras –en silla ruedas– dentro del establecimiento, hasta ver a su hija. “Yolanda se está preparando para estar fuerte”, nos cuenta un amigo de la familia Garrido Lecca Risco. A sus 83 años, busca la guía espiritual de sacerdotes, mientras alista la habitación de su departamento de San Antonio, en Miraflores, a donde llegará Maritza en unos días a vivir. “Ha empezado a hablar con la junta de propietarios del edificio para advertirles…”, continúa el allegado, guardando su nombre. Un hermetismo comprensible rodea a la familia. La madre prefirió no recibirnos y Javier, el hermano que más contacto mantiene con Maritza, leyó todos nuestros mensajes y preguntas, pero nunca respondió.

“Ella quería ver a su padre vivo”, nos dice Julio Magán, ex presidente del INPE, hoy gerente de Centros Juveniles del Poder Judicial. Enrique Garrido Lecca estaba grave en la clínica Anglo Americana en el 2013. “Maritza presentó su pedido, nosotros evaluamos y dijimos que salga. Pero los ministerios del Interior y Justicia se opusieron”. Cuando le ofrecieron asistir al velorio de su papá, ella se negó. “Varias veces se quejó por el trato, por sus visitas, por los alimentos, por el maltrato del personal en los primeros años. Claro, las veían como delincuentes, como animales”, recuerda Magán, quien conoció a Maritza en el año 96, cuando él era funcionario de la Defensoría del Pueblo y supervisaba los penales. Durante las requisas oponía mucha resistencia. “Cuando los penales estaban a cargo de la policía, a veces las golpeaban, y se han quejado. Les encontraban libros vinculados al marxismo o sus escritos… eso les quitaban”. El INPE decidió el traslado de las presas del Pabellón B de Chorrillos (sentenciadas por terrorismo) a Ancón II en el año 2012. “En Chorrillos ya estaban hacinadas, no podían convivir con las [presas] comunes”, continúa Magán. “Las del B se levantaban a una hora, hacían sus ejercicios, se duchaban, leían, tenían un ritmo de vida diferente. Tenían todo limpio. Las comunes tiraban las cosas, escupían en el piso, era una desgracia. Las de Sendero se fueron tranquilas a Ancón”. 

2010
Cuando Maritza no estaba dirigiendo clases de danza en la cárcel de Chorrillos, asistía al taller de literatura que dictaba la escritora y activista Rocío Silva Santisteban. Todos los lunes, entre el 2005 y el 2010, unas 35 internas leían y analizaban durante tres horas textos de ficción, teoría, ciencias sociales y mucha poesía. Carmen Ollé, Blanca Varela. César Vallejo, Cesare Pavese. “No había límites. Podíamos leer a Rigoberta Menchú y a Toni Morrison o Doris Lessing. Se armaban grandes debates. Muchas veces la gente de Sendero no estaba de acuerdo con algunos planteamientos de las lecturas”, recuerda Rocío, quien tuvo también de alumnas en el mismo taller a Giuliana Llamoja y Eva Bracamonte (ambas procesadas por la muerte de sus madres). “Era un espacio de socialización de mujeres leyendo a mujeres. Maritza participaba en todos los debates y siempre se ofrecía a organizar la siguiente lectura. Todas me llamaban por mi nombre. Solo Elena Iparraguirre me decía ‘profesora Rocío’”.

El último día del taller, todas leyeron sus propios poemas. Maritza, en cambio, bailó. Las internas habían decorado el patio con caminos de velas. Alrededor de ellas, Maritza y sus alumnas de baile, vestidas con telas de gasa, hacían pasos de danza moderna. Al final, ataviada como una escolar de mediados del siglo XX, representó una performance con el poema “A cocachos aprendí”, de Nicomedes Santa Cruz. Y hoy, parado en una esquina lloro el tiempo que perdí… “Maritza no es la típica construcción de la mujer de Sendero Luminoso, la dura, popular, ayacuchana. Toda la violencia se va a concentrar en ella. No sé cómo va a poder rehacer su vida”, piensa en voz alta Rocío.

“La cárcel es un asunto mental”. Julio Magán, presidente del INPE del 2014 al 2016, nos cuenta que “Maritza se mantiene en su creencia, y eso le hace aferrarse a la vida”. En una de las varias conversaciones que sostuvo con ella y algunas otras internas de Sendero, Magán recuerda que dijeron que habían llevado adelante una buena lección, pero mal aprendida. “Eso no es igual a arrepentirse. Ella es una convencida de su ideología. Nunca se desvinculó de su organización. Esa es la vida que ella eligió. Ella va a salir y seguirá siendo senderista”.

Para Guillermo Bonilla, uno de los cerebros del GEIN, Maritza no es Maritza: es ‘Lola’. Nunca pudieron determinar cuál era el alias que Sendero le había asignado. Así que mientras estudiaron sus movimientos en la casa de Surquillo la rebautizaron. Su contraparte, Incháustegui, era ‘Lolo’. “Para que la vida de ‘Lola’ sea fácil afuera, solamente le queda continuar en lo mismo porque ahí se va a sentir como pez en el agua, con los suyos. Va a seguir activada, trabajando con ellos, como hacen ahora muchos de Sendero”. Durante 25 años Maritza nunca pidió aislarse, ser trasladada de ambiente, vivir separada de las senderistas. Ha tenido tiempo para seguir leyendo, preparándose. Nunca delató a nadie, no renegó de su pasado. En el 2013 declaró a la revista chilena The Clinic que “lo hecho, hecho está” y que debe verse en el contexto en el que ocurrió todo. En la misma publicación coincide con el pensamiento de su ex pareja Carlos Incháustegui: la sociedad peruana debe cerrar ese capítulo y pasar a otro momento de la historia. Asumir los horrores, dar la vuelta a la página. “Desde mi moral y mi ética, yo no podría renegar de lo que he hecho. Ya pagué lo que tuve que pagar”, dice Incháustegui a Somos.

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“Así como hay el amor en los tiempos del cólera, hay el amor en los tiempos de guerra”. Carlos Incháustegui recuerda con esta frase el momento en que se despidió de Maritza antes de ser llevado a un cuartel en Puno. “Pudimos darnos un abrazo, pero no sabíamos dónde estábamos. En ese momento no hay palabras. La detención no puede apagar un sentimiento”. Se volvieron a encontrar en Yanamayo. “Era una alegría y una suerte de tortura. Todos vivíamos encerrados, estaba prohibido vernos en el patio. Solo podía escucharla a lo lejos”. Poco tiempo después ella cae enferma, se hinchan sus manos y pies y es trasladada a Socabaya, Arequipa.

En una de sus últimas visitas a Maritza en Ancón II, ella le habló de la posibilidad de poner una academia de danza cuando haya cumplido su pena. “¿Pero quién va a mandar a sus hijos ahí? Hay gente que tiene apertura y más tolerancia, pero otros van a usarla como piñata de velorio. Lo mejor que podría hacer Maritza es tener un perfil bajo y hacer un balance de lo vivido”, insiste Incháustegui.

Patricia Awapara es hoy una reconocida instructora de yoga y maestra de la Escuela Nacional de Ballet. La última vez que vio a Maritza fue en el penal de Chorrillos, en una celda limpia y ordenada, como de convento. En la entrevista que sostiene con el periodista Carlos Paredes, ella cuenta que quería saber por qué su amiga y colega los hizo entrar a ella y a Celso Garrido Lecca esa tarde del 12 de setiembre de 1992 a su casa de Los Sauces. No obtuvo una respuesta. “El terror es qué va a pasar cuando Maritza salga. ¿Va a venir a tocarme la puerta? Yo definitivamente no la voy a poder acoger”. 

apunte de Roberto Cuenca, 1988. Ese año Rafael Dávila publica un poemario dedicado a Maritza. Ella baila en la presentación. Al lado, Rafael Dávila en la actualidad. Reside en EE.UU. (Archivo personal Rafael Dávila)
apunte de Roberto Cuenca, 1988. Ese año Rafael Dávila publica un poemario dedicado a Maritza. Ella baila en la presentación. Al lado, Rafael Dávila en la actualidad. Reside en EE.UU. (Archivo personal Rafael Dávila)

“Ella empezó a tener menos críticas hacia SL”​​Poeta y catedrático Rafael Dávila, ex pareja de Maritza Garrido Lecca, recuerda momentos clave que la llevaron a radicalizar sus ideas.

"Maritza fue la persona más importante que conocí, con la que tuve una relación muy intensa en muchos sentidos”. Rafael Dávila levanta el teléfono desde Lowel, a una hora de Boston, donde reside desde el 2001. Poeta y catedrático, nos cuenta que la captura de su ex pareja, el 12 de setiembre de 1992, junto con Abimael Guzmán y su cúpula, le cambió la vida también a él. “Yo he estado en una cárcel desde que ella cayó. A mí me acusaron de ser responsable de su radicalización política”.

Hoy recorre en su memoria pasajes que vivió al lado de Maritza Garrido Lecca a lo largo de cuatro años. Era mediados del primer gobierno de Alan García. La crisis económica, la coyuntura política y el asedio del terrorismo marcaron a una generación de jóvenes que proponían, desde una perspectiva de izquierda, un discurso social a partir del arte, la danza, la poesía, la educación. No fue difícil que ‘Rafo’ y Maritza comulgaran en sus ideas. Él trabajaba entonces en el colegio Los Reyes Rojos y ella ya era una conocida bailarina en el circuito local. “Nos encontrábamos en la cafetería de Artes de la Católica. Yo tenía una pareja y ella estaba casada con Saúl Mankevich”. Maritza se casó joven con el publicista y empresario argentino (años después, Mankevich fue relacionado con Daniel Borobio y Ricardo Winitzky, quienes presuntamente participaban en la estrategia de control de medios de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos).

Dávila sostiene que el ambiente conservador y ultracatólico de la familia Garrido Lecca Risco –la hija menor después de cuatro hermanos hombres– fue opresivo para ella y que vio en Mankevich la posibilidad de salir de su casa. El matrimonio no duró mucho. “Maritza se encuentra con la horma de su zapato: un tipo igual de burgués que su familia. Cuando esta acepta al marido, ella rompe con él”. Maritza en ese momento se va a Cuba, a un encuentro de educación por el arte. Era el año 86. “Esa visita para ella es un momento de no retorno. Comienza a creer firmemente en el socialismo. Regresa y me busca en Los Reyes Rojos y desde ese día ya nunca nos separamos”, cuenta Dávila.

La felicidad total duró dos años. “Era muy difícil estar con una persona que era tan talentosa; todo el mundo tenía que ver con ella, todo el mundo la buscaba”. Conoce a Patricia Awapara, que está saliendo con su tío Celso Garrido Lecca. Los cuatro salen a todos lados. “Se consolida un tipo diferente de visión artística, más honesta”, apunta Dávila.

En 1987 lleva a Maritza a trabajar a Los Reyes Rojos, donde están a cargo de los talleres hasta 1989. Forman parte del suplemento cultural Asalto al cielo, de El Nuevo Diario, de tinte izquierdista. Sin embargo, sienten que el compromiso de sus pares con un cambio social es una pose. Se alejan de todos y se quedan solo con Celso y Patricia. Por esa época conocen a un grupo de estudiantes de la universidad Ricardo Palma, que se hacía llamar los NN. Era 1988 y ‘Rafo’ Dávila alista la presentación de su poemario Tránsito en el colegio barranquino. Maritza prepara una coreografía para bailar ese día. “Los NN se montan al coche de la presentación de mi libro y hacen la escenografía. Ahí estaba Carlos Incháustegui”. El estudiante de Arquitectura, que también había formado un grupo llamado Los Bestias, está sumergido en un proyecto sobre el Qoyllur Riti, festividad religiosa de Ocongate, Cusco. Sin que Dávila se percate, comienza a meterse en su relación con Maritza. “Ahí viene la crisis definitiva. Supongo que para ella yo termino siendo lo mismo que estoy criticando. Él aparece como un intelectual más consecuente, más radical”. Son los últimos seis meses de la relación. Se van juntos al Cusco. Ella se enferma; él la ayuda. “Yo no estoy; está él”, remarca Dávila.

Maritza comienza a radicalizar sus ideas. Aparecen ciertas contradicciones a nivel político que Dávila no había notado antes. Empieza a manifestar abiertamente simpatías por SL. “Conforme se va acercando Incháustegui, se va alejando del proyecto nuestro. Yo tengo una distancia con SL que comparto con Maritza, pero en el caso de ella esa distancia va disminuyendo. Hay cosas con las que yo no estoy de acuerdo, yo tengo críticas y ella parece que cada vez menos”. El elemento político termina de catalizar la ruptura.

El lunes 14 de setiembre, dos días después de la captura de Abimael Guzmán, Dávila fue a dictar sus clases a la Unife. En la cafetería se le acercan dos alumnas: “Es tu Maritza, ¿no?”. Cuando le cuentan los detalles, se echa a llorar frente a todos y el resto del día permanece en shock. “Yo sospechaba que Maritza andaba por ahí, pero una cosa era que estuviera coqueteando con SL y otra es que Abimael haya sido descubierto en su casa. Yo seguía enamorado de ella totalmente...”.

Antes de cortar la llamada, Dávila nos cuenta que mantiene de vez en cuando contacto con Maritza, que le hace llegar cosas a la cárcel cuando puede, que ella le escribe y le pregunta todo el tiempo cómo está él. “Siempre he tratado de hacer campaña por su libertad. Su condena fue desproporcionada”. En el tintero guarda una colección de poemas de amor dedicados a ella: Canto de amor a una camarada combatiente. Y una novela apenas comenzada, titulada La camarada Luzmila. “Dicen que Maritza se había vinculado por mí a grupos radicales [Kloaca, Asalto al Cielo]. Que yo la llevo hacia ese terreno. Pero la gente tiene que darse cuenta de que si esto ha ocurrido en la sociedad peruana, no es porque la violencia salga de mentes malas. Está ahí y va a ocurrir nuevamente si la sociedad no recapacita sobre los problemas que hay”.

Este reportaje sobre Martiza Garrido Lecca fue publicado el sábado 02 de setiembre de 2017 en la revista Somos.

Los siguientes enlaces corresponden a las otras tres notas que, si bien se incluyen en el mismo reportaje, no se refieren directamente a Maritza Garrido Lecca.

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