Descripción gráfica de lo que en Lima llamamos catchascán. Pasó en la Copa Confederaciones 2017 entre México y Nueva Zelanda: Héctor Herrera se agarra a cabezazos con Ryan Thomas y al ladito, Javier Aquino casi es desnucado por Kosta Barbarouses. Prepárate, Cuevita. (Foto: AFP)
Descripción gráfica de lo que en Lima llamamos catchascán. Pasó en la Copa Confederaciones 2017 entre México y Nueva Zelanda: Héctor Herrera se agarra a cabezazos con Ryan Thomas y al ladito, Javier Aquino casi es desnucado por Kosta Barbarouses. Prepárate, Cuevita. (Foto: AFP)
Miguel Villegas

Es gratis alegrarse. Gratis y fácil. Sencillo ponerse feliz porque habrá más días de fiesta, más ganas de ir al trabajo (y de salir para ver los partidos), más niños jugando con su camiseta puesta. ¿Qué otra cosa insignificante nos ha puesto así antes? ¿Cuándo ha sido la última vez que estuvo de moda cantar el Himno? Herencia milenaria o espíritu de hater, hay una sensación incrédula y fea que podríamos desterrar ya, ahora que falta tan poco para armar la maleta. Hazte el favor de sonreír para que salgas bien en el selfie: Perú consiguió el quinto puesto en la Eliminatoria a Rusia 2018 después de empatar 1-1 con Colombia, después de ser por meses el ÚLTIMO de la tabla y con eso, hazaña imposible, la resurrección: tener vida para jugar el repechaje. Poder respirar. Eso que parece poco –y que ha costado 32 años, aquella vez que peleamos por ir al Mundial de México y no se pudo– es una noticia enorme para un equipo al que le sobraban enemigos al inicio del proceso. Que no cuesta millones. Que ahora agota entradas, pero hubo una fecha –Ecuador– en que su estadio no se llenó. Una noticia para abrazar y contar. O como dijo Guillermo La Rosa, el ‘Tanque’, el hombre que marcó el último gol peruano en Copas del Mundo en 1982, mientras le enseñaba a poner el pie para el gol a un niño de 12 años:

– Si Perú va al Mundial, vamos a ser felices todos.

Es sencillo sonreír con el fútbol. Prueba. 

Black & white
El primer recuerdo de un peruano sobre Nueva Zelanda es la Escuela Nueva, bíblica enciclopedia con la que hacíamos la tarea los Sub 40. Desde Nueva Zelanda y Australia habría partido la migración del hombre a América, según la teoría polinesia de Paul Rivet (1876-1958). Lo sabíamos de memoria y hasta dibujábamos con plumones el recorrido. Hasta allá hay que ir, hasta Oceanía. Nueva Zelanda es hoy el rival de Perú para ir al Mundial, a 48 horas en viaje desde Lima con dos o tres escalas. Tú despiertas un miércoles y allá es jueves.

¿Cómo juega su selección? ¿Hacen el haka como los All Blacks? ¿Son realmente amateurs, como se ha viralizado en redes? 

Por partes. El goleador del equipo es Chris Wood, que firmó 8 tantos en las Eliminatorias de la OFC. Wood tiene 25 años y milita en el Burnley de la Premier League inglesa, así como sus compañeros Winston Reid (West Ham), Michael Woud (Sunderland), Monty Patterson (Ipswich Town) y Sam Brotherton (Sunderland). Son ellos los cracks y luego, un equipo sin el talento sudamericano. Muy físico, podría decirse. ¿Haka? No, ellos son los All White, hermanos deportivos de los multicampeones de rugby más famosos del planeta 1987, 2011 y 2015, los llamados All Blacks, esos muchachos que parecen paredes con chimpunes. ¿Amateurs? Quizá esta frase del colorado Chris Wood, el rock star del equipo, lo explique: “Mi hermana y yo jugamos juntos –le dijo a Goal.com– desde los cinco hasta los doce años. Chelsey, durante mucho tiempo, fue mejor que yo y, técnicamente, probablemente, lo siga siendo”.

Honestidad brutal. Más allá de los paisajes –el agua turquesa de Blue Pool Track o la tierra de Mordor, parte de la saga de El Señor de los Anillos–, Nueva Zelanda es el paraíso: según estudios de Transparencia Internacional, es el país menos corrupto del mundo. Allí, este Perú de noticias tristes –y conciencia negra– tiene la oportunidad de limpiar su honra. Tiene, si va allá y gana, si luego define aquí y pasa, la chance enorme de clasificar a un Mundial luego de 36 años y acabar con ese miedo generacional que aborda a los cuarentones. Sus ciudadanos –y los 82 peruanos que migraron hasta 2010, según el INEI– tienen la romántica visión de que allí no se cometen delitos. Dejan su bicicleta en la puerta y nadie se la lleva. No tienen revendedores ni hacen colas ni se quejan. Juegan un partido de fútbol que define 36 años de tristezas y no, no hacen trampa. Es bueno saberlo. Es bueno creerlo.

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