En el 2015, cinco soldados ecuatorianos resultaron heridos al estallar una mina antipersona en la frontera con el Perú. Un año antes, un suboficial peruano perdió parte de los pies al tropezar con una cerca de Ecuador. Han pasado veinte años desde que finalizó el conflicto fronterizo entre ambos países, pero las minas colocadas para defender los dos territorios siguen cobrando víctimas.
Lo preocupante es que no se trata de un hecho aislado. De acuerdo con un informe de la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersona (ICBL), en el 2016 más de 8.600 perdieron la vida o parte del cuerpo a causa de este tipo de armamento. Es más, en el mundo existen alrededor de diez millones de minas –almacenadas en 61 países– que deben ser destruidas, según datos de las Naciones Unidas y de la ICBL. Asimismo, miles de víctimas y sus familias aún no reciben la ayuda adecuada.
Ante esta situación, se estableció un tratado de prohibición de minas. Sin embargo, unos treinta países permanecen fuera de este. Incluso hay territorios que fabrican esas armas, como India, Pakistán y Myanmar.
Entonces, ¿cómo la mina antipersona ha llegado a prevalecer tanto? ¿Cuál es su historia?
—Desde Asia hasta América—
Uno de los primeros antecedentes del uso de explosivos tipo minas antipersonas se remonta a la China del siglo XVIII. Con el objetivo de detener la invasión del ejército mongol de Genghis Khan, las tropas chinas emplearon una especie de balas de cañón llenas de pólvora que podían hacer detonar. Este armamento fue descrito en el “Huolongjing”, un tratado militar del siglo XIV.
En el libro “Issues in Peace and Conflict Studies: Selections From CQ Researcher”, se destaca otra mina primitiva, llamada ‘fougasse’. Empleada en el siglo XVI en Europa, consistía en un depósito bajo el suelo que contenía explosivos, piedras, tierra y arena. Al pasar el enemigo por ahí, era detonado.
No obstante, la mina antipersona no tomó su forma moderna (un contenedor de metal con pólvora, un fusible y una pieza de detonación) hasta la Guerra Civil Americana (1861-1865), de la mano de Gabriel Rains, un miembro del ejército confederado, detalla el portal Smithsonian.com.
Gracias a sus conocimientos en química e infantería, Rains desarrolló una mina con chapa de hierro. Según dicho portal, el arma poseía un fusible protegido por una tapa de latón cubierta con una solución de cera de abeja. Explotaba ya sea a través de la fricción generada por el contacto directo con la cubierta del dispositivo o mediante un objeto atado a las cuerdas o cables del arma.
Pero su poder destructivo no tardó en generar temor tanto en el lado de la Unión como en el de la Confederación. En 1862, Rains y sus hombres colocaron minas en la ruta que usaron para retirarse de un fuerte confederado, en el cual también enterraron estas armas. El historiador W. Davis Waters escribe que los soldados de la Unión al llegar a la construcción abandonada fueron sorprendidos por explosiones periódicas y que el "terreno fue prácticamente arrancado debajo de ellos".
“Los rebeldes (confederados) han sido culpables de la conducta más asesina y bárbara al colocar torpedos (minas) dentro de las obras abandonadas, cerca de pozos y manantiales, cerca de bastones de bandera y oficinas de telégrafos...” fue la declaración de George McClellan, general de la Unión, publicada en “New York Herald”.
El hecho hizo que se prohibiera el uso de las minas. Sin embargo, al avanzar la guerra, el ejército confederado volvió a emplearlas, pero esta vez se redactaron estándares éticos para su utilización. De todos modos, esto no evitó la aparición de nuevas metodologías, por ejemplo, se colocaba un cable a las minas para que detonaran al contacto directo. También se las cubría de carbón triturado para luego ser deslizadas a los suministros de carbón del enemigo, de esta manera, al ser echadas por equivocación a una máquina de vapor, explotaban.
Rápidamente, esta tecnología se extendió por todo el mundo, y se consolidó durante la Segunda Guerra Mundial, época en la que se plantó la mayoría de minas detectadas hasta la fecha, según el libro mencionado anteriormente. En este período, los alemanes pasaron de tener dos tipos de minas antitanque y una antipersona, a poseer 16 y 10, respectivamente.
A pesar de este terrible antecedente, bajo el actual tratado internacional de prohibición de minas ya se han destruido 53 millones, y esa cifra sigue creciendo.
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