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¿Cómo se descubrió el anticoagulante warfarina? - 7

Fue uno de esos accidentes afortunados que cambió el curso de la medicina. La historia empieza con unas vacas, que en los años 20 del siglo pasado vivían en las praderas de Canadá y el norte de Estados Unidos. O más bien morían. Ganado aparentemente sano perecía de hemorragia interna o se desangraba en pocas horas después de que lo descornaban.

Algo así siempre es un desastre, pero en ese preciso momento era catastrófico. La Gran Depresión estaba de por medio y la gente no tenía dinero. Su fuente de ingresos y alimentación se les estaba muriendo.

La primera observación que ayudó a seguirle la pista a la mortal y desconcertante condición se dio cuando se dieron cuenta de que cuando las vacas se alimentaban de heno de trébol de olor, sangraban más, particularmente cuando el clima era húmedo. Entre más lluvia, más muertes. Y era invierno.

Conejos de indias

El misterio atrajo la atención del veterinario canadiense Frank Schofield, patólogo del la Escuela de Veterinaria de Ontario, quien notó que las vacas que morían eran las que habían consumido heno infectado con moho.

Normalmente, el heno mohoso se desechaba pero, dada la situación económica, lo habían estado usando.

Para comprobar su teoría, Schofield condujo un experimento en el que alimentó a unos conejos con heno seco y a otros con húmedo y deteriorado. Estos últimos corrieron con la misma suerte que las vacas y murieron en nombre de la ciencia. Al mal se le empezó a conocer como "la enfermedad de trébol de olor".

Desafortunadamente, Schofield se vio obligado a suspender su investigación pues los directivos de la universidad le ordenaron que volviera a sus funciones de profesor. Desencantado, se fue de misionario a Corea.

Serendipia

Fue otro veterinario, Lee M. Roderick, que trabajaba en la Estación de Agricultura Experimental de Dakota del Norte, en Fargo, Minnesota (EE:UU:), quien descubrió que la enfermedad era prevenible: bastaba con no darle heno mohoso a las vacas.

Si ya era tarde y la habían consumido, una transfusión de sangre de una vaca sana salvaba a una enferma. Lo que pasó después se convirtió en una leyenda del folclor médico.

Diez años después de que se levantara la alarma, un granjero estaba en Wisconsin, EE.UU. desesperado, sin saber qué más hacer. No parecía haber nada que impidiera que sus vacas murieran de esa enfermedad, así que, en medio de una fuerte tormenta de nieve partió camino a la Estación de Agricultura Experimental en Madison.

Llevó consigo un novillo muerto, heno de trébol de olor y una lata de leche llena de sangre de sus vacas para mostrarle a los expertos que no se estaba coagulando.

El granjero se llamaba Ed Carlson y cuando al fin llegó al lugar, estaba cerrado. Pero la casualidad lo llevó al edificio de bioquímica donde el químico agrónomo Karl Link todavía estaba trabajando.

Aunque no había trabajado nunca en el tema, estaba enterado de lo que Schofield y Roderick habían descubierto y le aconsejó a Carlson que sólo le diera a las vacas heno fresco y que les hiciera trasfusiones si estaban enfermas. Sin embargo, esa solución no estaba al alcance de un granjero pobre como Carlson.

Conscientes de ello, tras el encuentro con Carlson en 1933, Link y su equipo se dedicaron a intentar aislar el anticoagulante del heno de trébol de olor. Les tomó seis años, pero lo lograron. Descifraron la estructura del compuesto, lo sintetizaron y lo nombraron dicumarol.

Después de la guerra, las ratas

En 1945, poco después del Día-D, Link se enfermó y tuvo que pasar seis meses en un sanatorio. Aburrido, se puso a leer sobre la historia del control de plagas de roedores.

A su regreso al laboratorio, empezó a investigar la posibilidad de utilizar dicumarol como veneno contra las ratas. Uno de los análogos resultó ser ideal: WARF-42, que pasó a ser el pesticida más exitoso y el anticoagulante oral más usado de la historia. Aunque ese último uso tomó más tiempo en adoptarse.

Gracias a un suicida

A pesar de que los doctores no habían dudado en probar el menos potente dicumarol en humanos, la idea de hacer lo mismo con warfarina, un veneno para exterminar ratas y ratones, no sólo era poco llamativa sino que además suponían que sería demasiado tóxica.

En 1951, un recluta del Ejercito de EE.UU. hizo lo que los médicos no se habían atrevido a hacer. Queriendo suicidarse, consumió veneno para ratas que contenía dosis de warfarina durante 5 días.

Cuando se dio cuenta que no estaba pudiendo matarse, fue a una clínica en la base. Como a las vacas, lo trataron dándole una transfusión de sangre, pero también una dosis grande de vitamina K que, como el equipo de Link había comprobado, podía revertir la hemorragia.

La vitamina K es clave en la coagulación de la sangre, algo que descubrió en 1929 el científico danés Henrik Dam. La llamó "la vitamina de la coagulación", que en alemán se escribe koagulation , de ahí la K. El recluta se recuperó inmediatamente.

Su caso sirvió de catalizador para que el warfarina pasara de ser un veneno para matar ratas a un anticoagulante que se usa para prevenir trombosis y tromboembolismo.

En 1955 cuando el presidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower sufrió un infarto de miocardio le dieron warfarina.

A pesar de que era secreto, pronto se supo que al hombre más poderoso del mundo lo habían tratado con el anticoagulante. A partir de entonces, su uso se generalizó.

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