(Foto: Shutterstock).
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Redacción EC

La envidia tiene que ser uno de los sentimientos con peor prensa. En el imaginario se vincula con personajes de ficción malvados como el Grinch o la reina Ravenna, se lo considera un rasgo personal poco deseado y también es asociado con el color verde, ya que la mitología dicta que este estado provoca una generación tal de bilis que su color se evidencia de esta manera en la piel del envidioso. Sin embargo, todo esto ocurre si se lo observa desde un solo punto de vista.

Sucede que otra mirada habilitada por nuevas lecturas desde las ciencias sociales plantea que la envidia puede ser un sentimiento útil que aporta tanto al mejoramiento personal (estudios que lo relacionan con un mejor rendimiento, creatividad y autosuperación en el individuo) como al bien común. ¿Puede acaso algo que ocasiona malestar y frustración traer consigo algún efecto positivo? Envidiar puede ser una actitud corrosiva a la larga y si no se canaliza bien, pero en su forma y dosis justas algunos se atreven a sugerir que hasta es conveniente.

Si bien los especialistas detectan dos grandes reacciones, admiración y envidia, la primera vista como algo noble y la segunda como algo inherentemente malo, no todos los sentimientos de envidia son creados de la misma forma. Así como hay un estrés bueno y malo, según Richard Smith, un psicólogo de la Universidad de Kentucky que comenzó a estudiar este tema en los 80, existen dos clases de envidia. Investigaciones muestran que incluso el lenguaje no es concluyente cuando se trata de hablar de la envidia, y que en varios idiomas como el polaco, el holandés y otros, no hay solo una forma de referirse a la misma, ya que es una emoción compleja que puede tener diferentes acepciones según como lo viva la persona.

La envidia en sí misma surge de la combinación de dos variables. Por un lado, la relevancia: envidiamos aquello que nos significa algo personalmente. Por el otro, la similitud, en tanto envidiamos aquello que podemos medir o comparar con nosotros o lo que tenemos.

Envidiamos aquello que no tenemos. (Foto: Pixabay CC0)
Envidiamos aquello que no tenemos. (Foto: Pixabay CC0)

Por estos dos motivos es que por lo general envidiamos a la gente cercana y en aspectos que nos interesan y nos tocan de cerca. En cambio, cuando admiramos lo hacemos pensando en situaciones más inalcanzables o idealizadas, desde cierta distancia significativa. Para envidiar, la clave es pensarnos o imaginarnos en el lugar del otro: “Yo podría estar ahí” o “yo podría hacerlo mejor”.

Pero es justamente este último rasgo, advierten algunos expertos, lo que puede devenir en la llamada buena envidia en tanto estimula la competencia y la superación. En un artículo de ‘The New Yorker’, la periodista especializada en ciencia María Konnikova cita un estudio de 2011 realizado sobre la base de 500 adultos que encontró que la gente que experimentaba envidia aumentaba su habilidad para prestar atención, memorizar, ponderar detalles y otras facultades cognitivas.

En otros ‘tests’, el efecto de predisponer a la gente a ciertas ideas tuvo una correlación con sus sentimientos y con lo que eran capaces de hacer: aquellos que expuestos a la idea de que con trabajo duro es posible mejorar, experimentaron una envidia buena que los movilizó a cambiar y ser mejores. Por el contrario, los que fueron expuestos a otras (que los logros son innatos o por pura suerte), tienden a esforzarse menos.

Pero entonces, ¿cuál es la diferencia entre la buena envidia y la admiración? ¿Acaso la frase “sana envidia” provendrá de esta diferenciación entre mala y buena? El eufemismo “envidia sana” se usa para expresar que la admiración o el deseo que se tiene sobre una persona o situación son positivos. En este sentido, la envidia benigna es similar a la admiración, aunque sus resultados sean opuestos: que una genere bienestar en la persona que lo experimenta, mientras que la otra no deja de ser una añoranza que puede traer malestar o incomodidad. Sin embargo, lo cierto es que cuanto más cercana es la realización de la falta, más motivados podemos estar a cambiarnos.

El escritor James Suzman, autor el libro ‘Afluente without abundance’, plantea algo que 'a priori' puede parecer contra intuitivo: la psicología evolutiva muestra cómo la envidia puede ayudar a moldear comunidades fuertes y altamente cooperativas. Según Suzman, la envidia jugó un rol fundamental en las antiguas sociedades de cazadores, si bien advierte también que esta rama de la psicología intentó desde siempre conciliar nuestras pulsiones más bajas (envidia, codicia) con las emociones más nobles (altruismo, generosidad), y por eso la existencia de teorías como el “gen egoísta” (que plantea que no existe el altruismo ya que todo lo que hacemos tiene una cuota de interés personal).

La envidia, esa “mano invisible” que regía la economía social de estos clanes, es la que hoy permite que “tomemos placer en ver a los poderosos caer, que respetemos la humildad, que se eduque a los niños para que sepan compartir desde chicos, y explica por qué nos sentimos incómodos ante la ostentación”, explica el escritor.

“El interés narcisístico y el interés general pueden oponerse pero también potenciarse, todo depende del entramado afectivo de cada uno. Y en ese entramado conviene diferenciar lo que se siente de lo que se actúa. Tener envidia es algo humano. El ser humano se diferencia por su capacidad de vivir en sociedad, integrando en su singularidad sentimientos negativos y positivos que no lo destruyan ni destruyan al otro. Es en una relación creativa que los sentimientos negativos son integrados en un vínculo que beneficie al yo y al otro”, dice Juan Eduardo Tesone, de la Sociedad Psicoanalítica de París. En conclusión, bien manejada la envidia puede potenciarnos.

GDA
La Nación - Argentina

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