El medio ambiente no solo modifica la función de los genes, sino que esos cambios pueden causar alteraciones genéticas que futuras generaciones podrían heredar. (Foto: Pixabay)
El medio ambiente no solo modifica la función de los genes, sino que esos cambios pueden causar alteraciones genéticas que futuras generaciones podrían heredar. (Foto: Pixabay)
Elmer Huerta

Los aproximadamente 25.000 genes que tienen los seres humanos –contenidos en sus 46 cromosomas– son las unidades de la herencia y determinan –a través de la producción de proteínas– todas las funciones celulares. En otras palabras, somos humanos, porque nuestros genes así lo determinan. Sin embargo, ¿puede el medio ambiente modificar la función de los genes, y –de hacerlo– esos cambios serían pasados de generación en generación?

Varios, recientes y controversiales estudios responden afirmativamente a ambas preguntas. El medio ambiente no solo modifica la función de los genes, sino que esos cambios –incluyendo experiencias humanas– pueden causar alteraciones genéticas que futuras generaciones podrían heredar. Ese es el revolucionario concepto de la epigenética.




—Misterio del peso —

Un interesante experimento nos grafica el concepto de epigenética. Desde hace tiempo se sabe que los bebes nacidos de madres obesas tienen mayor probabilidad de tener obesidad y sufrir trastornos metabólicos relacionados a esa condición. Sin embargo, investigadores de la Universidad Laval de Quebec (Canadá), demostraron que, si una madre obesa –que ya había tenido hijos obesos en previos embarazos– lograba bajar de peso con una cirugía de reducción del estómago, tenía ahora hijos de peso normal. Es decir, gracias a la reducción de peso, sus bebes habían perdido su ‘capacidad’ de sufrir de obesidad.

¿Qué tiene que ver la corrección de este problema en la progenitora, con la desaparición del riesgo de obesidad de sus hijos? La madre es la misma, tiene los mismos genes y lo único que ha cambiado es su peso. ¿Cómo es posible que un hecho tan simple pueda cambiar tanto la biología del bebe?

Los investigadores descubrieron que al comparar el perfil genético de 25 bebes de peso normal (nacidos después de la operación) con los genes de 25 bebes obesos (nacidos antes de la operación), la función de 5.698 genes que regulan la obesidad era diferente. Ese cambio de función no fue consecuencia de una mutación genética, sino de una alteración del material que rodea a los genes (metilación del ADN).

Es como cuando maceramos una carne para la parrillada del fin de semana. La carne macerada en sillao y pimienta tendrá un sabor diferente de aquella macerada en vinagre y comino. Del mismo modo, los bebes ‘macerados’ en el útero de una madre obesa tendrán un ‘sabor genético’ diferente del de los bebes ‘macerados’ en el útero de una madre de peso normal.

— Cambios epigenéticos en ratones —

Múltiples observaciones históricas tratan de buscar respuesta a esa pregunta en la epigenética. Por ejemplo, los hijos de mujeres embarazadas durante la hambruna de los Países Bajos, en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, tuvieron tasas más altas de obesidad, diabetes y esquizofrenia.

Otros estudios sugieren que los hijos de padres que pasaron hambruna en su infancia, incluso en el útero, tenían más enfermedades cardíacas. Por otro lado, registros históricos demostraron que los hijos de los soldados de la Guerra Civil norteamericana que fueron prisioneros de guerra tuvieron mayor probabilidad de morir antes que los de sus compañeros no apresados.

Por último, Rachel Yehuda, de la Escuela de Medicina Icahn de Mount Sinai, en Nueva York (EE.UU.), descubrió que 40 niños sobrevivientes del Holocausto tenían niveles más bajos de cortisol (hormona del estrés) y un patrón distintivo de metilación del ADN, un marcador epigenético.

Debido a lo controversial de aceptar que los sufrimientos de nuestros padres puedan heredarse, y debido a que los estudios en seres humanos demorarían siglos en demostrarse, la neurobióloga Isabelle Mantuy, de la Universidad de Zúrich (Suiza), ha desarrollado un revolucionario sistema de estudio del rol del estrés y del sufrimiento en el ADN de ratones.

Ella afirma que los cambios epigenéticos causados por el sufrimiento pueden llegar hasta la sexta generación de ratones, y que esos cambios son causados por la modificación de pequeñas secuencias no codificantes del ARN (sncRNA).

En un respaldo a su trabajo, el biólogo Larry Feig, de la Universidad Tufts en Boston, estudió muestras de bancos de esperma y demostró que los espermatozoides de hombres con altos niveles de estrés –medidos con el cuestionario de Experiencias Adversas de la Infancia (ACE, en inglés)– presentan cambios significativos en sus secuencias sncRNA.

¿Se imagina que los hijos de los peruanos que sufrieron los horrores del terrorismo estén viviendo con la herencia genética de esa negra época?

— ¿Y la contaminación ambiental? —

Más controversiales aún son los trabajos del Michael Skinner, un doctor en bioquímica que ha desarrollado el campo de la herencia epigenética transgeneracional, afirmando que la contaminación ambiental y de los alimentos con sustancias químicas afectan el epigenoma del ser humano, lo predispone a enfermedades y –más controversial– es capaz de ser transmitido a futuras generaciones.

Obviamente, su trabajo ha sido recibido con mucho escepticismo. Los toxicólogos han intentado recortarle los fondos para su investigación y los genetistas ven amenazada su largamente aceptada y dogmática teoría de que solo los cambios genéticos pueden ser heredados.

— Corolario —

¿Será posible que la calidad de la comida y el aire, la exposición a sustancias químicas de la vida moderna, el estrés o los conflictos sociales que vivimos alteren nuestra epigenética y que esos cambios tengan influencia en nuestros hijos y nietos? Sin duda, en los próximos años, esa moderna disciplina responderá esas preguntas. Al parecer, no todos los cambios hereditarios ocurren por mutaciones genéticas. Es decir, no todos los cambios tienen que ver con el plano maestro que traemos al momento de nacer.

La influencia del medio ambiente es extraordinaria, y el modo en que vivimos puede cambiar nuestros planos y por tanto, nuestro riesgo de enfermedad.

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