
En teoría las plataformas sociales son solo programas que bien podríamos eliminar en cualquier momento; sin embargo, parecen haberse integrado a nuestras vidas con una fuerza adictiva difícil de romper. “Nunca te fíes de una computadora que no puedas tirar por la ventana”, dijo alguna vez Steve Wozniak, cofundador de Apple. Esta frase, que en su momento aludía a la defensa del control del usuario sobre la máquina, hoy suena casi profética al hablar de nuestra relación con los celulares y, sobre todo, las redes sociales.
Son los más jóvenes quienes quizás se vean más afectados por el poder adictivo de estas aplicaciones. Un reciente estudio realizado en Lima ha puesto en evidencia la estrecha relación entre el uso excesivo de redes sociales y el aumento de la procrastinación académica en estudiantes universitarios. Según la investigación, casi un tercio de los jóvenes encuestados presenta altos niveles tanto de adicción a estas plataformas como de postergación de tareas.
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El estudio, llevado a cabo por el investigador Manuel Alexander Lunahuana-Rosales de la Universidad Científica del Sur, y publicado en la revista ‘Health and Addictions’, analizó a 223 estudiantes de entre 17 y 28 años de universidades privadas limeñas que cursan sus carreras en modalidad virtual. Los resultados mostraron que el 27.8% de los participantes tiene un nivel alto de adicción a redes sociales y un 28.3% un nivel alto de procrastinación académica.
“Se encontró una relación positiva y de magnitud moderada entre ambas variables”, señala el estudio. Específicamente, la adicción a redes sociales explicó el 26.4% de la procrastinación académica en los universitarios limeños, independientemente de factores como el sexo, las horas de estudio o las horas dedicadas al uso de redes.
“Primero, es importante puntualizar que este es un estudio relacional. Aunque se reporta un estadístico que involucra la predicción, no se puede afirmar con total certeza que la adicción a redes sociales predice la procrastinación; es solo un indicador”, explica el investigador a El Comercio.

“Sin embargo, el resultado sí es relevante. En comparación con estudios similares en Europa o Asia, donde se reportan porcentajes entre 20% y 22%, el 26.4% de nuestro estudio en Perú resulta significativo”, señala Lunahuana-Rosales. “Pero, más preocupantes que los números son las consecuencias que puede generar un nivel alto de adicción a redes sociales”, agrega.
El auge del uso de redes sociales se aceleró durante la pandemia debido a la virtualización de las clases y el distanciamiento social. Sin embargo, el estudio advierte que su uso desmedido no solo tiene impacto en el rendimiento académico, sino también en la salud mental de los jóvenes, al generar ansiedad y dificultades para concentrarse.
“Tras la pandemia, el nivel de adicción a redes sociales en la población universitaria creció en un 18.4%”, advierte Lunahuana-Rosales. “Y el entorno virtual, donde muchos jóvenes estudian desde casa, ha contribuido a reforzar ese patrón”.
Aunque existe una amplitud de definiciones, la investigación plantea la procrastinación académica como una conducta de aplazamiento voluntario e irracional de tareas académicas, a pesar de saber que eso conllevará consecuencias negativas. Esta conducta se vincula a una falla en la autorregulación, es decir, en la capacidad de controlar impulsos, emociones y pensamientos necesarios para ejecutar una tarea en el momento adecuado.
Entre los comportamientos más problemáticos identificados están el uso excesivo, la falta de control y la obsesión por las redes, aspectos que dificultan la capacidad de los estudiantes para organizarse y regular su tiempo. Además, el 69.5% de los encuestados indicó usar redes sociales durante tres horas o más al día, siendo WhatsApp, Instagram y TikTok las más populares.

Un refuerzo inmediato difícil de resistir
El estudio advierte que uno de los factores clave en la procrastinación académica es la dificultad para posponer la gratificación, un aspecto que las redes sociales explotan constantemente. La teoría señala que mientras más alejada está la recompensa de una tarea, menos motivación genera. En contraste, las redes sociales ofrecen gratificaciones inmediatas —notificaciones, “me gusta”, mensajes— que activan mecanismos de placer y reforzamiento en el cerebro. Este contraste entre el esfuerzo sostenido que exige el estudio y la recompensa instantánea de las redes debilita la autorregulación de los estudiantes, propiciando que posterguen sus obligaciones académicas a favor de estímulos más inmediatos y atractivos.
No podemos hacernos los ciegos: muchos hemos postergado tareas solo por quedarnos unos minutos más frente a la pantalla. Pero cuando esta conducta se vuelve adictiva y la capacidad de autorregularse desaparece, ya no hablamos de una simple distracción, sino de un problema serio que puede afectar el rendimiento académico y la salud mental.
“Una publicación o video que te gusta es un reforzador inmediato. Ese estímulo constante genera liberación de dopamina y endorfinas, lo que genera una sensación placentera inmediata. Pero, a largo plazo, este tipo de reforzamiento puede volverse negativo, sobre todo si interfiere con tareas importantes como estudiar, hacer trabajos o incluso leer. Es especialmente riesgoso en jóvenes y adolescentes que aún están desarrollando habilidades de autorregulación emocional”, comenta el investigador a este Diario.
Si bien este estudio se realizó sobre alumnos que cursaban clases en modalidad virtual, según Lunahuana-Rosales, la relación entre adicción a redes y procrastinación también ha sido validada en contextos presenciales.
¿Cuándo el uso se vuelve adicción?

Cabe señalar que no todo uso prolongado de redes sociales representa una adicción. El estudio diferencia entre un uso frecuente y uno compulsivo a partir de tres indicadores clave: el primero es el compromiso mental, es decir, la preocupación constante por no estar conectado; el segundo, la falta de control, cuando el intento de limitar el uso fracasa y este interfiere con tareas académicas, laborales o personales; y el tercero, el uso excesivo, cuando resulta difícil poner fin a la conexión y se pierde la noción del tiempo.
“Si una persona se siente inquieta por no revisar sus redes, interrumpe sus actividades para conectarse o ya no puede controlar el tiempo que pasa en línea, probablemente estemos ante una conducta compulsiva”, explica el investigador. Es allí donde el uso deja de ser funcional y comienza a tener un impacto negativo en el rendimiento académico, la vida personal y el bienestar emocional del estudiante.
Cómo afrontar la problemática
Frente a este panorama, las universidades tienen un rol clave. Más que restringir el uso de dispositivos, el especialista sugiere implementar programas que fortalezcan la autorregulación emocional y cognitiva de los estudiantes. “No se trata de prohibir los celulares, sino de dar herramientas para que los alumnos aprendan a autogestionarse”, explica Lunahuana-Rosales. “Programas de autorregulación emocional, el uso de aplicaciones que limiten el tiempo de conexión, o incluso algo tan simple como establecer horarios de uso puede marcar una gran diferencia”.
El investigador también destaca que abordar la procrastinación implica trabajar aspectos más profundos, como la confianza del estudiante en su propio rendimiento. “La autoestima académica cumple un rol importante”, señala. “Muchas veces, uno procrastina porque no está seguro de poder realizar bien la tarea. Al no sentirse competente, la evita. Por eso, trabajar la autoconfianza y brindar estrategias para organizar el tiempo puede ayudar tanto a reducir la procrastinación como a prevenir una adicción a las redes sociales”.
Además, sugiere que las instituciones podrían explorar nuevas formas de integrar la tecnología en el aprendizaje, maximizando sus beneficios mientras minimizan sus riesgos.“Las plataformas educativas podrían adoptar características de las redes sociales, como la interacción rápida y el contenido dinámico, para hacer que el aprendizaje sea más atractivo sin caer en los mismos problemas de distracción”, recomienda. Si bien el impacto de las redes no es exclusivo del ámbito académico, los estudiantes, al encontrarse en una etapa formativa, son especialmente vulnerables a sus efectos negativos.
“La tecnología es una herramienta poderosa, pero como toda herramienta, su impacto depende de cómo se utilice. Es responsabilidad de las universidades, los educadores y los propios estudiantes encontrar un equilibrio que permita aprovechar sus beneficios sin comprometer su bienestar emocional y académico”, finaliza el investigador.