Sonia del Águila

Hasta hace algunos meses, cuando Carlos Álvarez salía a la calle, las risas eran inevitables. La gente le gritaba desde las veredas o los autos: “¡Dina Baluarte!”, “¡Natalia Mala Mala!” o “¡Acuña, un chiste!”. Sus imitaciones se habían vuelto parte del ADN del humor político peruano. Pero algo cambió. Hoy, en lugar de pedirle un personaje, le piden que sea presidente del Perú. Que ponga orden. Que acabe con la delincuencia. Que enfrente a la corrupción. Y es en ese momento, cuando la broma da paso al silencio, que Carlos se pone serio. Muy serio. Porque no se trata de un sketch más. Si postula, asegura que lo hará con plena conciencia de lo que significa ponerse al frente de un país herido y desconfiado. “Sé que es una gran responsabilidad. Sé el peso que conlleva”, dice.

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