Verónica Linares: "Adiós, abuelo"
Verónica Linares: "Adiós, abuelo"

Mi rutina de los sábados por la mañana era jugar en mi cuarto hasta el mediodía y luego bajar al comedor para almorzar con el resto de la familia. Mi mamá y mi abuela entraban por turnos a ver con qué estaba jugando. Sin embargo, aquel día ni siquiera se asomaron a ver si me había levantado. Fui a buscarlas. 

Desde las escaleras noté que no estaban los muebles de la sala ni la mesa del comedor, y vi a unos desconocidos acomodando unos adornos que no eran los nuestros. Le preguntaban a mi mamá dónde debían ponerlos, pero ella casi no podía hablar. Estaba cabizbaja con los ojos hinchados y en la mano agarraba un pedazo de papel higiénico. Llevaba puesta una blusa de gasa negra, una falda y zapatos del mismo color. Cuando me vio trató de sonreírme: 

«Espérame arriba hijita, ya voy». Pero me quedé sentada mirando todo.
Mi abuela estaba en un sillón a la entrada de la casa. Era raro verla sentada a las once de la mañana. A esa hora estaba en la cocina o regresaba del mercado. Ahora tenía la mirada perdida y quejándose de dolor. También vestía de negro. Una tía le daba agua con una pastilla. Todo era muy raro

De pronto, se llevaron a mi abuela a otro ambiente de la casa y en paralelo entraron unos señores cargando una caja larga de madera que acomodaron en medio de la sala desalojada. 

Mis recuerdos de esa fecha continúan conmigo corriendo en esa sala semivacía de objetos, pero llena de gente. Jugaba a las chapadas con otro niño. Reíamos y gritábamos hasta que una señora me pidió que bajara la voz: 

«Vas a despertar a tu abuelo», me dijo señalando el cajón de madera. No sé si le hice caso, pero sí recuerdo con claridad haber sentido un vacío en el estómago. Creo que me dio miedo. Yo tenía cuatro años.

La muerte de mi abuelo Antonio fue repentina y eso dejó a su esposa e hija desconsoladas. Estoy segura de que hasta ahora mi mamá deja caer unas lágrimas al recordar a su padre. 

Hace unos días he revivido esos momentos tristes: una muerte que nadie esperaba, una esposa que casi no podía mantenerse en pie, un hijo devastado y un nieto de cinco años que se preguntaba qué estaba pasando. Me preocupaba saber cómo y en qué momento le contarían lo sucedido. Él y sus papás vivían con su abuelo, así como yo. 

Ayer vi al pequeño, es primo de mi hijo y parecía estar como siempre. Jugaba con Fabio a las escondidas. En ese contexto mi hijo quiso treparse a una ventana y su primo le gritó: “¡No, Fabio, si te caes te vas a morir!”. Estábamos en un quinto piso. 

Fabio lo miró y no solo se alejó de la ventana sino que se fue del cuarto. Obviamente no entendió qué significaba ese verbo, pero supongo que por el gesto de su primo sabía que era terrible. 

Hace unas semanas, cuando mi abuela estuvo mal busqué información sobre cómo explicar a los niños cuando alguien de la familia muere. Encontré que la frase que me dijeron no se debería usar: «Tu abuelo está durmiendo». Porque tal vez los pequeños pueden pensar que cuando se acuesten en la noche también podrían morir. 

Desde mi punto de vista, considero que no es aconsejable ocultar o adornarles las cosas a los niños, menos aun si se trata de la pérdida de alguien querido. No está mal que tu niño te vea triste y sepa que sufres y lloras. Pero a veces la pena podría impedir que cumplas con algunas actividades que hacían juntos: como almorzar, jugar en el parque o acostarlo a las ocho. Y la rutina –según los psicólogos– genera una sensación de seguridad a tu hijo. Por eso creo que, dependiendo de la cercanía del familiar fallecido, lo mejor sería buscar la asesoría de un especialista.

Una vez estuve en una terapia psicológica por otro tema. Ya era adulta y no sé por qué terminé hablando de mi abuelo Antonio. Pensé que, como había sido tan chiquita, su muerte había sido casi imperceptible, pero lloré sin control. Nadie sabe lo que pasa por la cabecita de nuestros hijos.

 

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