Verónica Linares: "Facebook adolescente"
Verónica Linares: "Facebook adolescente"
Verónica Linares

No soy de las mamás que dice que le gustaría que sus hijos se queden chiquitos para siempre. No es que sea una madre insensible, pero pongo cara de descontenta cada vez que escucho cosas como: «Disfruta a Fabio ahora que es pequeñito». Esos comentarios me hacen preguntarme si acaso cuando sea adolescente o adulto voy a sufrir.

Nadie puede negar que es riquísimo tenerlos cargados, sentir cómo exploran tu cara, tu pelo, saber que solo calman su llanto si los abrazas. Es verdad que no tiene precio verlos saltar de alegría cuando vas a recogerlos al nido y saber que se sienten seguros cuando los coges de la mano. Es probable que a los 14 años no quiera ni acompañarte a la bodega por temor a encontrarse con algún amigo y que vea que aún sale a pasear con mamita. 

Pero no me importa dejar de apapachar a mi hijo en público con tal de ver cómo será de grande: me muero de ganas de conversar con él, de saber qué le gustaría. ¿Será persistente como su papá o burlón como su mamá? ¿Se enamorará a primera vista o será un seductor incansable? 

¿Me hará abuela? Solo espero que no muy pronto. Tener un hijo en la adolescencia no siempre es sinónimo de responsabilidad. Creo por ahí va más ese anhelo de las madres de que sus niños no crezcan. Es por esa mamá gallina que vive en nuestro corazón y cree que la única manera de que no les pase nada malo es teniéndolos siempre cerca. 
Cuando me junto con papás y mamás de adolescentes no paro de preguntarles en qué andan. Porque mi preocupación de hoy es que Fabio deje el pañal, saber en qué colegio lo aceptarán, que no le pegue a los niños que no le prestan sus juguetes, que coma solo, que pida por favor, que se cambie solo, que sea independiente. Pero luego vendrán las libretas, las enamoradas, la masturbación, el sexo, el alcohol, las drogas, el peligro de la pedofilia. 

La presión social y el temor al qué dirán ahora alcanzan escalas internacionales debido a las redes sociales. Antes creías que como todos los chicos del salón hacían algo, tú debías seguirlos para no quedar como nerd. Ahora con Facebook, Instagram, Snapchat y tantas otras aplicaciones podrías sentirte un bicho raro si dejas de hacer lo que se hace en todos los demás colegios: mostrarte semidesnudo, meterte cualquier sustancia nueva al cuerpo, tener cibersexo o, como fue tendencia el año pasado, citarte en el óvalo Gutiérrez para pelear con las chicas de otro colegio y subirlo a You Tube.

He escuchado a mamás que  dejan a sus hijos tener Facebook bajo la condición de saber sus claves y cada cierto tiempo entran a ver su muro y espían sus conversaciones personales. Así sienten que tienen todo bajo control. Aquí no puede haber privacidad, me dicen las más radicales.

La medida me parece un tanto invasiva y exagerada. ¿Hasta qué edad la madre puede tener acceso a la cuenta de su hija? ¿Catorce, quince, dieciséis?¿Cuando tenga enamorado? No me queda claro, pero como soy novata en esto de ser madre al escuchar estos casos solo asentía e imaginaba el momento en que Fabio me pedía abrir una cuenta y juntos tipeábamos la clave: MAMAVERO. Hasta que un día una mamá me contó que descubrió que su hija de 11 años había creado otra cuenta a escondidas. ¿Ustedes creen que será la última vez que haga algo a espaldas de la madre? 

¿Qué hacer, entonces? No lo sé y creo que el reto de los padres es ir conociendo a nuestros hijos en cada etapa para saber cómo actuar en momentos complicados. Si tuviera la fórmula secreta para que ellos confíen en nosotros, escribiría un best seller y me volvería millonaria: «Diez pasos para que tu hijo te cuente todo».

Desde luego que me asusta no poder proteger a mi hijo toda la vida, pero más me asusta pensar en volverlo incapaz de tomar decisiones por sí solo. Esa vieja idea de que lo prohibido es más tentador, sigue vigente. La restricción -desde la época de Adán y Eva- no es la solución. 

 

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