Verónica Linares: "Redes poco sociables"
Verónica Linares: "Redes poco sociables"
Verónica Linares

A estas alturas de la campaña ya debes haber tenido un encontrón verbal con algún amigo de Facebook o Twitter a causa de sus preferencias electorales (o de las tuyas). O por lo menos te has incomodado con el post radical que publicó alguien contra tu candidato o candidata. 

Entonces, prefieres no cruzarte con esa persona y faltas a los ‘after office’ que tanto disfrutabas el año pasado, porque no sabes cómo reaccionarías si la tuvieras delante tuyo. O vas sin ganas a al gimnasio, al lonche familiar o al santo de tu suegra, porque ahí te encontrarás con alguien cuyas opiniones tal vez no soportas. Bueno: bienvenido a la nueva era.  

Esto que te sucede no es temporal ni se terminará cuando pasen las elecciones. Creo debemos ir acostumbrándonos a esta corriente mundial: decirlo todo -y a todos- a través de redes sociales. Hasta hace unos años criticábamos que las autoridades publicaran alguna información en Twitter o Facebook antes de comunicarlo a través de los medios tradicionales.

Ahora le reclamamos por redes sociales al ministro del Interior por la falta de seguridad en el barrio y le advertimos con fotos o videos de lo que está sucediendo. Incluso le pedimos al propio presidente de la República que se pronuncie sobre los últimos tweets  de su esposa. 

Tengo la impresión de que cada vez habrá más conflicto en las redes sociales conforme vayan aumentando los usuarios. Es una fórmula de aritmética simple: a más interacción, más enfrentamientos. 

Las explicaciones sobre este fenómeno abundan y en su mayoría apuntan al anonimato. Es como si tus cuentas de Facebook o Twitter te dieran licencia para sacar tu verdadero yo. Un yo sincero, a veces despiadado e implacable. Te sientes empoderado y lanzas tus petardos. Hasta en Facebook, donde se supone que solo tienes a tus amigos  -a los que conoces- sientes cierta libertad de decir lo que piensas porque no tienes al otro al frente. 

Es como cuando eras chibolo y tenías que contarle a tus papás que te habían castigado en el colegio, ¿acaso no preferías escribirles una carta  -me siento tan vieja usando esa palabra- antes que contárselos cara a cara? Bueno, eso es lo que pasa en Internet o, como se diría en Twitter: #talcual 

Las redes sociales son la nueva  sociedad y cuanta más gente haya, más opiniones distintas existirán. La intolerancia es un mal generalizado,  todos creemos tener la razón y queremos que el otro piense como nosotros; es una vieja historia. 

Seguro nuestros hijos o nietos lo entenderán mejor, pero nosotros sufrimos la migración de nuestras conversaciones sobre el 5 de abril de la cafetería, la canchita de fútbol o el santo del tío a las masivas redes sociales. A dónde vamos no lo sé; pero ese sin duda es el futuro. 

Entonces los temas delicados y complejos -política, fútbol, religión-, esos que las abuelas no permitían que se comenten en la sobremesa, porque generaban riñas y discordia, ahora se debaten abiertamente en Facebook o Twitter. En las redes estas tres materias son el pan de cada día. 

Los personajes públicos vivimos de manera un poco más cruda esta sobreexposición. Y recibimos insultos y difamaciones a diario. Tal vez por ello siento que estoy un poco más curtida y solo bloqueo a otros usuarios cuando se meten con mi viejita, mi hijo o mi vagina.  

Esta mañana quise tuitear que por fin se acabaron las vacaciones y que creía que con ello cambiaría el panorama electoral. Pero antes de dar click pensé que tal vez podría malinterpretarse. Que pensarían que estaba apoyando a un candidato cuyo slogan es “se acabó el recreo”. Que me acusarían de ser de ultraderecha, que dirían que los canales en los que trabajo están auspiciando a ese partido o que estoy en la planilla del candidato. Imaginé comentarios como: “Deja de arrodillarte ante tus jefes, pesetera, maniquí, calabaza pagada, sigue leyendo telepromter, corrupta”.

Entonces borré el tweet y me autocensuré. Hace cinco años me sucede lo mismo: la pienso veinte veces antes de decir algo, hay que andar con pies de plomo. Es el precio que hay que pagar por tener información inmediata y resumida en 140 caracteres. Así como recibir el cariño de miles de personas que solo quieren que les mandes un saludo: Así son las redes sociales y me encantan. 

 

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