La mujer soldadora que triunfa en un oficio 'de hombres'
Stefanie Pareja

 
Por Stefanie Pareja

Rara vez, detrás de esas máscaras de metal y entre las chispas de soldar, aparece el rostro de una mujer. La soldadura es un oficio entendido para hombres si no por capacidad, al menos, por costumbre. A María Esther Landa le aburren las tradiciones infundadas. Solo ella misma puede comprobar de qué es capaz. Landa es la fundadora y gerenta del grupo Santa María, una empresa que fabrica y alquila estructuras de metal. Una mujer que al contar su historia se remonta a sus diecisiete años, cuando empezó sus estudios de electricidad, trabajó como mecánica automotriz, se inició en la soldadura pura y decidió fundar una empresa. 

Aunque  ella no entiende por qué, todos voltean a ver a la mujer soldadora. La edición estadounidense de la revista “Marie Claire” publicó una entrevista con Landa bajo el título “Más que una cara bonita”, y en su oficina tiene una foto al lado de Hillary Clinton, celebrando el liderazgo femenino. A María Esther Landa la felicitan por tener una empresa estable, en un rubro que se supone reservado para hombres; pero ella no compite contra nadie más que con ella misma y no convierte sus logros en una declaración de género. 

¿Creciste en un hogar donde las mujeres y los hombres tenían distintas labores?

Mi padre se había dado cuenta de que la cultura que nos rodeaba no beneficiaba a las mujeres, así que siempre quiso que las de su familia no nos viéramos afectadas por eso. Él decía que las tradiciones, cuando ya no sirven, hay que dejarlas de lado. No le gustaba vernos demasiado tiempo en la cocina, quería que aprendiéramos otras cosas. Mientras construía nuestra casa, una vez nos llamó, a mi hermana y a mí, para enseñarnos los cimientos de la construcción y su importancia. Yo tenía diez años, cuando mi padre me explicó que sucedía lo mismo con los cimientos de una persona: si eran fuertes, entonces uno podía construirse como quisiese.

¿Cuándo empiezas a reconocerte como emprendedora?

A los 17 años decidí que quería ser empresaria. Mi mamá se enteró de una charla sobre emprendedores en Villa María del Triunfo y fuimos juntas. Ahí escuché a varios empresarios de Gamarra. Algunos contaron cómo pasaron de vender ropa en el suelo a tener sus tiendas. Mencionaron que un empresario toma su vida en sus propias manos. Me gustó esa idea de no tener techo ni límite para tus proyectos. Uno es su propio jefe y no recibes órdenes. Además, tú eres el responsable de tu vida y no le puedes echar la culpa a nadie más. Me encantó esa libertad.

Querías ser empresaria, pero aún no sabías qué clase de negocio tendrías.

Bueno, yo recibí muchas motivaciones al crecer, tanto en casa como en el colegio. En mi familia, mi papá un día nos contó de un documental sobre mujeres en China que trabajan manejando tractores, mientras cargan a sus hijos en la espalda. Nos dijo que hasta manejaban mejor que los hombres, porque eran delicadas al estacionar, al retroceder. Mi padre me presentó a ese tipo de mujeres que existían en otros países y que yo no conocía. Me abrió el panorama.

Fotografía: Javier García-Rosell. Styling: Carlos Chung. Maquillaje y peinado: José Antonio Rivera (R&C Imagen Personal y Corporativa)

¿Y cómo te motivó tu colegio?

Yo estudié en un colegio de madres dominicas de congregación francesa. Se llamaba Santa Rosa de Lima y las madres estaban muy bien capacitadas y hacían bastante más que orar. Como éramos un colegio solo de niñas, ellas nos recordaban que, sin importar el género, un ser humano como creación de Dios era muy poderoso. Nosotras podíamos estudiar música, matemáticas o electricidad. Nos enseñaron que ser mujer no es sinónimo de inutilidad y que ser delicada no significa no saber hacer cosas. Si se baja la llanta de tu carro, uno no debe pensar: “ay soy mujer, soy delicada, entonces no la cambio”. Yo veía a las madres de mi colegio reparando los motores de sus carros. Con ellas aprendí que las mujeres con conocimiento podemos llegar a ser lo que queramos. Lo primero que estudié fue mecánica automotriz.

¿Había más mujeres en esas clases?

¡No! Solo mi hermana y yo (risas). Recién ahí descubro que las mujeres no estábamos en esos rubros. Yo no sabía eso, porque solo iba del colegio a mi casa y en ambos sitios no hacían distinciones entre hombre y mujer. Mi hermana y yo éramos las únicas mujeres de la clase y ya sabíamos de motores. Los profesores se sorprendían y nos apoyaban porque veían que estudiábamos mucho y sacábamos buenas notas. Uno debe tener amor por el conocimiento. 

¿Cómo vas de la mecánica a la soldadura?

Un día mi papá recibió un volante de CARE (una ONG internacional que en el Perú se concentra sobre todo en empoderar mujeres y niñas) que ofrecía capacitaciones técnicas para jóvenes y una opción era la carpintería metálica. Él me preguntó si me interesaba, yo nunca decía que no, el curso era gratuito, así que empecé a estudiar. Mi hermana y yo estuvimos tan felices que decidimos estudiar soldadura pura, por tres años en el SENATI.

¿Sentías que como mujer tenías que esforzarte más?

Nadie, hombre o mujer, consigue sus sueños sin esfuerzo. Recuerdo que los lunes los chicos llegaban a clases con el cuerpo descompuesto porque, al parecer, se habían ido de fiesta el fin de semana. Un soldador no puede estar mal físicamente ni tener ningún tipo de distracción. Ellos tenían las manos temblorosas y no podían hacer bien su trabajo. Nosotras nos dedicábamos a estudiar.

¿Qué es lo que te gusta de la soldadura?

Ver que con ese conocimiento puedes construir algo. Si necesitas una puerta para tu casa, sabes que puedes comprar los metales, cortarlos, soldarlos, la instalas y la usas. Tengo vecinos a los que yo les he hecho las puertas de sus casas y ver que por ellas entran y salen es hermoso. Ver la capacidad de tus manos para crear cosas es hermoso. El trabajo de la soldadura es muy delicado. Se trata de trazar líneas y es un poco como pintar. Si no te concentras y haces ciertos movimientos con la mano, no te va a salir el trazo.

¿Qué es lo más grande que has soldado?

Con mi hermana trabajamos un tiempo en la Fuerza Aérea y ahí nos pidieron soldar los álabes del motor de un avión (unas piezas pequeñas de las que depende que se encienda la nave). Primero trabajamos en el área de motores y luego de aeronaves, entonces sueldas en el mismo avión. Fue muy divertido y todo un revuelo, porque se acercaban los técnicos a vernos soldar. Éramos una novedad. Hasta ahora no comprendo por qué algunos varones piensan que una mujer no puede hacer lo mismo que ellos. No lo concibo, porque nunca he visto diferencia en nuestros aprendizajes.

¿Cómo aprendiste a administrar una empresa?

Fue algo maravilloso que aprendimos con CARE, desde ese curso de carpintería metálica, porque incluía dos etapas: enseñarnos a soldar y colocarnos en talleres de pequeñas empresas para que practicáramos. Al inicio yo solo lijaba y limpiaba planchas en un taller de Villa El Salvador, pero siempre iba con mi cuaderno y mi lapicero. Hacía lo que me pedía mi maestro y lo apuntaba. También le pedía acompañarlo cuando iba a hacer la toma de medidas en los pedidos de los clientes o a comprar material. Después él me pedía que hiciera diseños y también empecé a soldar. Ahí aprendí qué es lo que quieren los clientes y a trabajar con ferreterías. Después, estudié Administración de Empresas en la universidad Ricardo Palma y otros cursos como Desarrollo Gerencial en la Universidad del Pacífico.

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