Un desliz clásico es cuando se piensa una cosa y se quiere decir otra.
También conocidos en psicología como actos fallidos, estos tropiezos verbales podrían revelar los impulsos prohibidos -tales como deseos sexuales y ganas de maldecir- que , por lo general , están bloqueados de forma segura dentro de la mente inconsciente.
Los errores verbales no serían producto del azar, sino un rompecabezas que debe ser decodificado.
Sólo hay un problema: los deslices freudianos, al igual que muchas otras ideas del famoso médico, son extremadamente difíciles de probar.
Freud puede ser tan famoso como Darwin, pero muchos psicólogos, lingüistas y neurólogos piensan actualmente que se equivocó en casi todo. ¿También en esto?
Probando el error
Uno de los primeros e ingeniosos estudios utilizó el sexo y las descargas eléctricas para averiguarlo.
Al inicio del experimento, dos de tres grupos de varones heterosexuales fueron recibidos por un profesor de mediana edad, mientras que el tercero fue conducido a una habitación con una asistente de laboratorio vestida provocativamente.
"Nosotros fuimos a la clase de límites de lo que podría esperarse en el campus. Era atractiva y llevaba una falda muy corta y una especie de blusa transparente", recordó Michael Motley, sicólogo de la Universidad de California en Davis, uno de los autores del estudio.
Se les pidió a los participantes leer una lista de pares de palabras en silencio, a razón de una por segundo.
Lo que no sabían era que los pares de palabras habían sido diseñados para inducir trastrueques o ''spoonerisms", un término en inglés inspirado en los deslices que hicieron famoso al reverendo William Archibald Spooner, quien tendía a intercambiar los sonidos o letras iniciales de dos palabras.
De vez en cuando quienes conducían el experimento pedían que los participantes leyeran la pareja de palabras en voz alta.
Como habría pronosticado Freud, los hombres en presencia de la ayudante de laboratorio tuvieron más deslices basados en el sexo que el grupo de control, pero no mayor cantidad en general.
Mientras tanto, el tercer grupo tenía sus dedos conectados a electrodos conectados a su vez a una máquina capaz de provocar leves descargas eléctricas.
"Les dijimos -esto era mentira, por supuesto- que había una probabilidad del 70% de que iban a recibir una descarga eléctrica", dijo Motley.
En este grupo muchos confundieron las palabras que iban leyendo con otras asociadas a lo que realmente tenían en mente: la posible descarga eléctrica a que se exponían.
El "problema del oso blanco"