Verónica Linares: ¿El fin no es el fin?
Verónica Linares: ¿El fin no es el fin?

Raquel me mandó un frío mensaje de voz cancelando nuestro almuerzo: no llego, te llamo luego. Me pareció extraño que luego de insistir tanto para vernos, faltara a nuestra cita y sin mayor explicación. La reunión era para hablar de los problemas que había tenido con su nuevo jefe. Como lo conozco, la idea era tranquilizarla y darle algunos tips de cómo manejar la situación. 

Raquel es una amiga de la universidad de mi hermana, tiene una hija de su primer matrimonio y desde hace dos años convive con una nueva pareja. Ese día, cuando iba a encontrarme en el restaurante, recibió el whatsapp de una desconocida que le advertía que su chico le sacaba la vuelta: “Yo estoy con él”. Al inicio intentó no hacerle caso a un anónimo y siguió su camino, pero cuando le dio datos certeros de su rutina de pareja, empezó a temblar. 

La del whatsapp le dijo que sabía que iba a almorzar con una amiga para hablar de su jefe y mientras tanto ella estaría con él en un hotel. La retó a llamarlo e intentar verlo. Se adelantó en decirle que él se negaría aduciendo exceso de trabajo por sus nuevas responsabilidades. 

Ella: “hola, mi amor, Verónica me plantó, ¿qué te parece si vamos a almorzar juntos?” 
Él: “no, reina. Estoy full en la chamba por este nuevo proyecto que te he contado. Mejor nos vemos en la noche, trataré de llegar temprano a la casa”.
 Ella: “maldito” y colgó. Luego me mandó el frío mensaje cancelando -de verdad- nuestra cita.

Ha pasado una semana desde entonces y ahora tengo frente a mí a Raquel tratando de hablar de su jefe: “Quiero seguir con mis cosas”. Como no somos tan cercanas solo lamenté lo ocurrido y le desee mucha suerte. Pero estaba tan sensible -cómo no- que comenzó a despotricar contra el sujeto.  

Ellos se mudaron a un departamento antiguo en Casuarinas que han ido remodelando juntos. Lo que significa que una separación -de buenas a primeras- sería complicada, porque hay mucha plata de por medio. Raquel está evaluando irse, previo acuerdo de pago o creer en el arrepentimiento de su pareja y perdonarlo.

Hace unos días una psicóloga en la radio decía que una infidelidad no era siempre el fin de una relación. Que en muchos casos sirve para repensar en los pros y contras de la pareja. Que a veces es una especie de llamada de atención.

No soy de las que pone la otra mejilla cuando recibe un golpe. Tampoco devuelvo la cachetada, pero sí me alejo del agresor. Creo que es lo más sano, aunque confieso que cuando escuché a esa terapeuta me hizo reflexionar por unos momentos y pensé que una infidelidad podría ser como un jalón de orejas de que algo no está yendo bien y se podría mejorar.

Pero eso duró solo un ratito, porque luego imaginé lo difícil que sería reconstruir la confianza. ¿Le creería que no puede almorzar conmigo porque tiene trabajo que terminar o que se quedará hasta tarde en la oficina o que irá al cine con sus patas? ¿Cuándo dejaría de reprocharle sus mentiras? ¿Un mes? ¿Medio año?  ¿Cómo seríamos en la cama? ¿Cuánto tiempo después de haber perdonado a tu esposo, podrías acostarte con él otra vez? ¿Podrías volver a hacerlo?

No puedo afirmar que nunca en mi vida me han puesto los cuernos, pero si fue así nunca me enteré y la verdad prefiero que así quede. Eso de ojos que no ven, corazón que no siente-en este caso- calza perfecto.

No comparto la idea de tener un desliz o una canita al aire que dure una noche, pero eso no tiene punto de comparación con mantener una relación paralela con otra mujer. ¿Cómo perdonar la sarta de mentiras utilizadas? Considero que esa es una agresión muy grande. Creo que en ese caso la única señal que te está dando el otro es que ya no te respeta, y por lo tanto, ya no te quiere: ¿vale la pena insistir con algo así?

 

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