Verónica Linares: Bon appétit
Verónica Linares: Bon appétit
Redacción EC

 

Estaba en la sala de espera del consultorio de mi nutricionista, sumergida en las redes sociales cuando otra paciente con tono de angustia me preguntó si acaso de noche no me moría de hambre. Quería saber si podía controlarlo. Intuí, por su mirada, que lo que quería era una respuesta cómplice y rápida, así que le mentí y le seguí la corriente: no aguanto el hambre. 

Quería ser escuchada y la dejé hablar. Me contó lo mucho que le cuesta cumplir con la dieta que le manda el doctor y que, a veces, peca comiéndose un helado chiquito y, por eso, estaba preocupada porque en minutos debía enfrentar a la balanza. 

Era una joven de unos 30 años que había estado fuera del país por un mes y medio y engordó 10 kilos. Era muy guapa, llevaba las uñas pintadas, el pelo bien cuidado, pestañas postizas con rímel. Su cartera combinaba perfecto con sus zapatos. Yo, en cambio, estaba en chanclas con un pantalón de tela delgada, un bividí y con la cara lavada. Éramos tan distintas –ella supercuidadosa con su facha y yo casi nada–, pero igual estábamos ahí, sentadas a la espera de que un especialista nos diga qué comer.  
Lo que no le conté a la joven es que voy a un nutricionista desde el 2009 y que mi ansiedad por comer aparece a partir del mediodía y no en la noche. Como me levanto a las 3 y 30 de la madrugada, a las 10 de la mañana tengo ganas de comerme el mundo entero. En las noches estoy tan cansada que lo único que me pide el cuerpo es una cama para dormir. 

En todos estos años, he aprendido que los antojitos de algo dulce o salado solo existen en nuestra mente y que, si empezamos a satisfacerlos picando pequeñas porciones, vamos a terminar con sobrepeso. Eso no es otra cosa que ansiedad y no sé por qué la mayoría de mujeres la calmamos comiendo. 

En esta época de verano paramos preocupadas por los bikinis, la playa, la piscina y los benditos rollos. No sé si los hombres se quejan menos de su gordura o les importa poco, pero lo cierto es que el tema de las dietas es principalmente femenino. Y ahora, que el sol amenaza con quedarse más tiempo, queremos estar flacas a como dé lugar y nos desesperamos. La ansiedad crece y comemos más, es como un círculo vicioso.
En ocho años de asistencia continua a un nutricionista comprendí que no existen fórmulas mágicas para bajar de peso. Que la única forma de reducir tallas es reducir las veces que te llevas un bocado de comida a la boca. 

No fue sencillo darme cuenta de que los culpables de nuestros kilos de más no son ni la regla ni la retención de líquidos. Que el estado emocional sí juega un papel importante en el peso, porque, si no duermes bien y estas preocupada por algo del trabajo o la casa, la ansiedad es más fuerte y, entonces, la ganas de comerte un chocolatito es mayor y podrías terminar mandando al diablo la dieta y comiendo fudge sin control.
Lamento decir que la solución a los kilos de más no está en un quirófano. No nos hagamos las tercias. Pónganse la mano en el pecho y digan a cuántas personas operadas conocen que regresan a ser gorditas. 

Entonces, no basta con quitarnos parte del estómago o grasa, hay que asumir que el problema de la gordura no está en el cuerpo sino en la cabeza y, a esa, no le podemos hacer liposucción y poner banda gástrica. Solo depende de nosotras. 

 

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