Verónica Linares: Peligro en casa
Verónica Linares: Peligro en casa
Verónica Linares

Era un domingo familiar muy alborotado: llegaba de Estados Unidos una prima hermana, con sus dos hijos a presentarnos a su flamante esposo. La casa de mi hermana era un bullicio total. Por todas partes había niños con Ipads, triciclos, jugando a la casita y gritando. En la cocina se preparaba un exquisito ají de gallina y en la terraza mi papá intentaba entablar una conversación con el gringo, el nuevo integrante de la familia. Todos reíamos hasta  que llamó Raquel. Cuando vi su nombre en mi celular imaginé que me pediría permiso para faltar el lunes. Jamás pensé escuchar lo que me dijo.

Raquel cuida todas las tardes a Fabio cuando voy al programa de la noche. Se encarga de darle de comer, bañarlo y acostarlo. Ella tiene una niña de la misma edad de Fabio, y algunas veces la ha llevado a casa. Nuestros hijos se llevan muy bien y cuando se juntan  juegan sin parar. Para poder trabajar, las mujeres dependemos casi siempre de la confianza y el apoyo de otras mujeres. Raquel me ayuda a mí con mi hijo y su familia a ella con su niña.

Entre lágrimas Raquel me pedía permiso para trabajar acompañada de su hija por un tiempo. De inmediato le dije que sí pero la pedí que me contara qué había sucedido: “Mi cuñado ha violado a mi hija”. Sentí un dolor en el pecho.
No podía ser. Caminaba de un lado al otro repitiendo -una y otra vez- mi incredulidad mientras recordaba la risa de la pequeña junto a la de mi hijo. Atrás mío, mi hermana asustada trataba de averiguar con quién estaba hablando. Mi mamá empezó a preocuparse.

Raquel me contó que la policía había actuado rápido, luego de que el médico legista certificara lo sucedido. Sus familiares le reprochaban haber hecho la denuncia, pues para ellos solo se trató de unos tocamientos indebidos. Se sentía desamparada.

Cuando le expliqué a mi familia qué había pasado se quedaron perplejos. Raquel ha trabajado con mi mamá y también con mi hermana cuidando a mi sobrina. Sabemos que la joven llegó de provincia huyendo de un marido abusador. Que ella y su bebe recién nacida se instalaron en la casa de sus papás, donde viven junto a sus hermanas, los esposos y los hijos de ellas. En medio del barullo alegre de nuestra familia sentimos un dolor inmenso por Raquel y su hija.

En ese momento solo queríamos salir corriendo a hacer justicia. Sin Poder Judicial, ni cárcel, ni policía. La muerte parecía poco para ese miserable. ¡Tiene tres años, por Dios! Mi hermana y yo lloramos en un abrazo profundo de impotencia, de miedo y rabia. 

Si ese hombre violó a la hija de Raquel, ¿lo habrá hecho con otros niños de esa casa? Temo de la reacción de la hermana de Raquel cuando se entere de que a su marido lo han condenado a la cárcel. Y ¿dónde va a vivir ahora Raquel si las casas de refugio del Estado no permiten que las víctimas salgan a trabajar?
¡¿Quién tiene la maldita culpa de lo que le ha ocurrido a esta bebé?! ¿El Estado? ¿La pobreza? ¿El hacinamiento? ¿Raquel debería dejar de cuidar a Fabio y vivir de la caridad estatal en un albergue junto a su niña? ¿Dónde queda todo lo que avanzó? ¿Dónde queda ese discurso de hemos escuchado tanto en las últimas semanas: las mujeres sí podemos salir adelante solas? ¿O acaso las que tenemos hijos siempre vamos a tener que depender de otro?  

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