Verónica Linares:"Todo por los amigos"
Verónica Linares:"Todo por los amigos"
Redacción EC

El ‘Chato’, el ‘Negro’, el ‘Moco’ y el ‘Loco’ son mis amigos de siempre. Esos no son precisamente sus apodos pero digamos que sí sus principales características. Les tengo tanta confianza que me permito exponerlas públicamente. Éramos inseparables. Tenemos fotos juntos desde las actuaciones del nido: Yo con un top, una falda y pañuelo de color naranja, con bolas de colores. Ellos en pantalón, camisa blanca y fajín rojo, listos para bailar festejo. Teníamos cinco años. Bueno, yo tenía cuatro. Me encanta recordar que soy un año menor.

En la universidad parecíamos una hermandad. Nos veíamos todo el día. Íbamos a la playa, salíamos de viaje, nos pelábamos, almorzábamos, nos aburríamos, tragábamos chocolate, tomábamos hasta las últimas consecuencias, bailábamos, reíamos mucho y algunas veces, -pocas-, hemos llorado. Lo chévere de una verdadera amistad es que pueden estar juntos, sin plan alguno y ser felices.

Han pasado años desde entonces. Cuando quedamos en vernos, siempre hay uno que no cumple. Sus hijos, el trabajo, la maratón de no sé qué, mi horario, en fin. Hemos crecido. Pero tratamos de estar en contacto y saber en qué anda el otro.

A mí me marcó mucho que mis mejores amigos hayan sido en su mayoría hombres. Es verdad que me resultaba un poco complicado conseguir enamorado porque tenía constantemente a mi alrededor a estos halcones guardianes. Pero de vez en cuando me daba mis escapadas. Tenerme de amiga, en cambio para ellos fue muy conveniente en aquella época. En las discotecas, podía entrar al baño a chequear si la chica que les gustaba estaba sola y le hablaba con algún pretexto: «¿Me invitas un cigarro?». En esa época se podía fumar en lugares cerrados. Si salíamos juntas era mi modo de decirles: «Dale». Y entonces se acercaban. «Negro, te presento a Paola». No siempre les ligaba, pero yo cumplía con mi encargo. Casi logro casar a uno.

Alguna vez me pasó que por andar en estas indagaciones, alguna chica entendía mal y terminaba dándome su teléfono. Gajes del oficio: todo por los amigos.

Hay quienes dicen que hombres y mujeres no pueden ser amigos, que siempre habrá un interés sexual. Hay raras excepciones. Si no, me llamaría Doña Flor en vez de Verónica. Además no somos tan diferentes. O sea, tenemos intereses distintos pero igual terminamos enamorados, nos equivocamos, sufrimos  e idealizamos.

Esto aprendí de ellos: si conoces a un chico en una reunión, tú te preguntas si será el hombre de tu vida. Él, si serás el plancito de la noche. Si es muy romántico, tú crees que es el príncipe azul. Él, tal vez, está preparando el terreno para algo más: sexo. El amor a primera vista existe en nuestra mente, no en la de los hombres. Si luego de la primera cita, lo llamas para ver qué almorzó o si ya llegó a su casa, él puede espantarse. Déjalo que te busque. Si lo hace no siempre es una garantía de que esté interesado en serio, pero por lo menos no se alejará de inmediato y en el camino podría conocerte y quién sabe, enamorarse.

Miles de veces los he escuchado decir que tal chica es solo para un ratito. Bueno, lo dicen con otras palabras. Y después, cuando ellas los dejaban, terminaban llorando en mi casa. «Nunca más voy a enamorarme», decían. Con lisuras, claro. En el fondo somos lo mismo. Cómo los extraño.

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