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Regina Alcover
romina herrán

Regina abre la puerta. En su departamento, hay un piano de 100 años, una silla del mudra de la sabiduría, fotografías colgadas en sus paredes –hechas por su hija menor Mía, quien radica en Boston–, y el amarillo en butacas, cojines y flores. Tiene sentido, pienso. Es un color brillante que se relaciona con la felicidad. Y si alguien irradia energía positiva, es ella.

Pero hay más sobre esta actriz, cantante y locutora radial. Mucho más. A le apasiona la neurociencia. Su libro favorito es “El Alma está en el cerebro” de Eduardo Punset. Habla portugués y entiende catalán. Ha vivido en Estados Unidos, Venezuela, Argentina y España.

La primera vez que se casó tenía 18; la cuarta, 53. Le teme al mar y a los terremotos. Superó un cáncer de mama luego de 36 radioterapias. Ha escrito cinco cuentos infantiles (aún por publicar). Es budista desde hace una década. El 29 de setiembre cumple 70 años. Vamos, que su vida está llena de eso, de vida.

Regresas al teatro con “Reina por un día”.
Se estrenará en noviembre en el Teatro Marsano, que es mi segundo hogar. Los ensayos empezarán a fines de septiembre. Se trata de una reposición -Lola Vilar la protagonizó en los 80- actualizada. La esencia de la obra: una madre siempre está cuando su hijo la necesita. Interpretaré a una mamá rockera y me dirigirá Osvaldo Cattone, el hermano que hubiese querido tener y mi amigo desde hace 40 años. Me gusta innovar, porque la vida es un cambio permanente.

Hace 10 años conduces “Regina y tú”, ¿qué te aporta la radio?
Para mí, el teatro te viste de gala, la televisión te da popularidad y la radio se mete en tu corazón y en el de la gente, ya que tu voz llega hasta al señor que vive en el campo con sus ovejas. Profesionalmente, es lo más difícil que me ha tocado. No estás detrás de un personaje, eres tú misma. Hoy, me aceptan como soy.

Además, estudias el diplomado “Terapia breve centrada en soluciones”. ¿Por qué?
Siempre me fascinó entender la mente del ser humano. A los nueve años le pedí a mi profesora libros de psicología. Me hubiera encantado ir a la universidad para seguir esa carrera, aunque nunca es tarde. El público que me llama a la radio me inspiró a llevar el diplomado. Existen muchísimas personas que necesitan ser oídas y este método –llamado Gottman– me prepara para conversar con ellas y explicarles una serie de cosas que las ayuden a resolver sus problemas y a ser felices. Quiero que todos lo sean. Estudio en el Centro Peruano de Terapia Familiar y de Pareja y soy la mayor del grupo.

Te casaste cuatro veces. ¿Qué opinas del amor?
Fui feliz en cada matrimonio y de ellos rescato varias enseñanzas. Me casé pensando que llegaría a viejita, no fue por deporte. Sentía la ilusión, como el personaje de Susanita en las historietas de Mafalda. Sin embargo, la convivencia es difícil, no es tan sencillo engranar. Agradezco las experiencias, no me arrepiento. Eso sí, ahora creo más en el amor, que en el matrimonio. El verdadero amor es libre, estás con alguien porque es tu amigo, tu compañero y te da la gana estar con él.

¿Cuál ha sido tu batalla más dura?
Los momentos más terribles para mí han sido aquellos en los que mis hijos se han visto en situaciones de peligro. Por ejemplo, cuando GianMarco casi termina en coma renal por un accidente. Además, hace cuatro años padecí cáncer de mama. Afortunadamente, lo detectamos a tiempo en un examen anual. La prevención es muy importante. Entonces, trabajaba en el programa en radio Felicidad, en la serie “Al fondo hay sitio’’ y en la obra “Querido mentiroso’’. Por otro lado, recibí una pésima noticia acerca de un ser querido. Siento que la enfermedad apareció por un pico de estrés y aunque sabía que sería pasajera, fueron claves mi fe, mis dos hijos, mi doctor y mis ganas de vivir.

Tu papá falleció cuando tenías cuatro años, ¿cómo sobrellevaste su pérdida?
Fue muy fuerte. Era muy pequeña y me dijeron que se había ido al cielo. Pensé que había tomado un avión, no entendía que había muerto. A los ocho años encontré una carta de mi padre en la que escribió que nos necesitaba en sus últimos días. Falleció de un tumor al cerebro y su ausencia marcó mi vida de manera brutal. En la actualidad, mi concepción de la muerte es que pasas a otro plano. Siempre lo tengo cerca.

Eres budista…
Es una filosofía de vida. No le digo a nadie que lo sea, debes ver si encaja contigo, si te hace feliz. Si no te funciona, no pasa nada. Vivía en Argentina, mi último matrimonio no atravesaba un buen momento y no sabía si quedarme o regresar a Lima. Una amiga me acercó al budismo, primero me enseñó el mantra: Nam- myoho-renge-kyo. El budismo mahayana me dio la fortaleza para enfrentar lo que se venía y empezar de nuevo. Me enseñó que la vida es una ley de causa y efecto. Por eso, es fundamental cómo te comportas con los demás. Quiero dejar una huella positiva y eso no solo se dice, se practica. El budismo también me enseña a ser una mejor persona, a no juzgar, a dominar los pensamientos negativos y que la felicidad es un estado pleno de paz, de saber que, si bien te equivocaste muchas veces, ahora quieres hacerlo mejor. El cerebro es elástico y vienes a este mundo para un constante aprendizaje.

¿En qué te ayudó el teatro?
El teatro posee mística, una forma de curar a la gente y a ti misma. Todos deberían pararse sobre un escenario. Ser otro enriquece tu vida y te permite comprender al ser humano. Me encanta la comedia, hacer reír.

Te sometiste a un lifting hace un tiempo, ¿cómo te llevas con tus arrugas?
Un amigo médico me lo sugirió. Cuando me vi al espejo, seguía siendo yo, solo que con unos años menos. Mis arrugas permanecen. Adoro mis dientes, mi nariz, que es el monumento que creó mi mamá para mí, y mi sonrisa. Sin embargo, si un procedimiento como este te sirve para sentirte más segura y feliz, está bien. Claro, siempre y cuando no termines con la misma nariz o boca que el resto, ni con algo exagerado que te transforme en otra. De todas formas, sin belleza interior, nada de esto vale.

¿Cuál es el secreto para estar tan llena de energía, de esa que te caracteriza?
Contamos con energía en nuestro interior, solo que no la utilizamos. Es como enchufarse, pero a uno mismo. Yo lo hago cada mañana diciendo mi mantra. Mantén la mente positiva y recuerda que si ayer fue un día pésimo, ¡hoy será buenísimo!

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