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Frente al nido de Fabio se ubica, estratégicamente, una bodega. Cada vez que lo recojo, cruzamos. Este es un momento importante, pues es nuestro primer encuentro del día, así que lo aprovechamos al máximo: cuchicheamos, reímos, compartimos chocolates y lo acompaño en su interacción con otros niños. No somos los únicos, otras mamás y papás acuden religiosamente con sus hijos.

Aquí también intercambiamos frustraciones y alegrías de esta aventura de la paternidad: no me hace caso, no quiere comer solo, ya dejó el pañal, nos dejó la niñera, grita cuando lo baño, no presta los juguetes, es pegalón, etc. No saben lo liberador que resulta saber que no eres el único en el mundo que padece cada día con su hijo.

Por estos días, nos sentamos en el muro de la bodega y nos preguntamos cómo les habrá ido a nuestros niños en el primer encuentro al que fueron convocados por sus futuros colegios. Si bien empiezan el próximo año, los llamaron a una mañana de juegos para que se vayan conociendo. Estamos angustiados porque los dejamos en la puerta y no sabemos qué hicieron dentro, así es que cada uno va contando la reacción de su niño, y los breves comentarios que lograron sacar a las profesoras. Pero un día una mamá llegó con una noticia bomba: las visitas no eran solo para jugar y ambientarse, se trataba de un día de evaluaciones.

Ella logró quedarse y vio que mandaban a marcar con X tal o cual recuadro, a dibujar un niño, a dar la fecha de su cumpleaños. Yo me sorprendí porque su niño irá a lo que se conoce como colegio inclusivo o alternativo. Entonces me pregunté: ¿qué habrá pasado en el de Fabio que es más tradicional si ni siquiera sabe agarrar un lápiz? Si lo hace es para hacer círculos gigantes y dice que son tiburones.

Hoy hemos recibido un correo para una reunión con la directora del kinder y ya nos enteramos de que no ha llamado a todos los padres. Y sí, estamos nerviosos. Más aún cuando en la bodega una mamá que es psicóloga nos aconsejó esperar a que nos manden a una terapia. ¿Terapia de qué? Ella dice que es mejor esperar cualquier cosa para tomarlo de la mejor manera.

¿No les parece un exceso mandar a un niño a un especialista solo por una mañana en un lugar que no conoce y encima con extraños? Sin embargo, parece un uso común ahora. Hace unos años se prohibió tomar exámenes a bebés de tres años para que accedan a una vacante escolar. Era una locura ver a niños de esa edad preparándose para entrar al cole como si fueran a la universidad.

Ahora, si bien te aceptan incluso antes de los tres años, igual lo evalúan de alguna manera y no para ir viendo cómo organizarán el salón. Pareciera que los evalúan para, de ser necesario, “igualarlo” al resto. Creo que es muy prematuro y controlista. ¿Acaso un niño no va al colegio precisamente para aprender? Esperaremos la reunión y luego habrá que tomar decisiones sobre qué educación queremos para Fabio.

Vaya que somos un país de extremos. Por un lado, tenemos a los niños que –se podría decir– son privilegiados, pues acceden a una educación particular de nivel, que los recontraevalúan y exige estar a cierto nivel. Y, por el otro, están los niños que no tienen clases, porque sus maestros están en huelga, en algunos casos desde hace 60 días. ¿Han pensado cuánto nos falta para terminar con estas distancias abismales entre peruanos?

Nuestra Constitución dice que los padres de familia tienen el deber y el derecho de escoger los centros de educación para sus hijos. ¿Derecho? Qué graciosos, los padres de menos recursos no tienen otra alternativa, solo esperar a que el Gobierno dé solución al problema de los maestros. No nos asombremos que aparezcan simpatizantes de grupos radicales que hablan de la lucha de clases o que consideran a las instituciones como burguesas. No seamos ingenuos. Feliz Día del Niño.

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