Juan José  Marthans

Para decirlo en pocas palabras, si se cumpliera con algo de lo que se ha señalado en el reciente mensaje presidencial, lo único que lograríamos es asegurar la perdida de la posibilidad de alcanzar los requisitos necesarios para ser miembro activo del selecto grupo de las economías de la OECD, continuaríamos con el proceso de degradación del riesgo soberano definido por las principales clasificadoras de riesgo globales y acentuaríamos la descomposición progresiva de nuestro frentes fiscales y externo. Lograríamos la continuidad del retroceso económico.

Los medios vienen detallando con prolijidad las cifras que demuestran la inconsistencia del mensaje. A efectos de complementar esa perspectiva, abordaremos las acciones básicas que tendría que ejecutar una nueva administración gubernamental - independientemente de su origen y momento de su presencia - a fin de superar los serios problemas económicos que enfrentamos hoy. La actual gestión, lamentablemente, no lo hará y no sabe como hacerlo.

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Primero, es urgente volver a independizar el desempeño de nuestro frente económico, del político. Hoy se perdió ello y las limitaciones de nuestro entorno político se trasladan aceleradamente a la esfera económica. Eso es así debido a que desde el inicio de este gobierno, a diferencia de otros, se puso en tela de juicio las bondades de nuestro modelo macroeconómico. En lugar de apuntalarlo y completarlo, se optó por replantear esquemas obsoletos propios de procesos de sustitución de importaciones, cuando lo que se requería era impulsar con fuerza la ejecución de las reformas estructurales pendientes, a efectos de asegurar que los beneficios del modelo lleguen a los segmentos poblacionales más vulnerables.

Segundo, tenemos que emprender una reforma integral de nuestro frente público. El mismo está infectado de corrupción, dependencia política extrema, sobredimensionamiento, desorganización, falta de calidad de gestión e ineficientes mecanismos de rendimiento de cuentas. Con todo esto, será muy difícil mejorar sostenidamente los deficientes mecanismos de asignación de recursos del Estado e incrementar los niveles de productividad privados. No podemos encargarle a un ente enfermo la solución de los principales problemas del país, primero debemos replantearlo de raíz si queremos resultados diferentes en materia de salud, educación, seguridad, justicia, entre otros.

Tercero, debemos tomar conciencia de que la desaceleración económica global y la creciente inflación no serán un tema sencillo de sortear internacionalmente. Es más, sostener que la inflación se solucionará a partir de la reciente reducción de los precios de los granos y de la normalización de la cadena de suministro internacional, es cantar victoria antes de tiempo. En Perú, así como van las cosas, la inflación es poco probable que vuelva al rango meta hasta el 2024. Dado este reto, lo que debe plantearse es la necesidad de conjugar el manejo prudente de nuestras cuentas fiscales y externas, con la focalización del apoyo social a nuestros segmentos poblacionales más vulnerables. Eso trasciende a anunciar subvenciones con propósitos políticos en un mensaje de fiestas patrias.

Cuarto, se acabó la época de los vientos a favor asociados a elevados precios internacionales de nuestros metales. El motor de nuestras cuentas externas favorables se irá apagando por lo que hoy será realmente prioritario impulsar la inversión como nunca antes. Sin embargo, con la inversión privada asfixiada por la desconfianza en nuestro frente gubernamental y con la inversión pública paralizada por la ineficiencia y corrupción, únicamente podríamos aspirar a un crecimiento promedio anual de no mas de un pobre 2% al 2026. La verdad, dejaremos de crecer alrededor de tres a cuatro puntos porcentuales cada año. Con eso sólo se distribuirá escases y pobreza. A futuro no bastará con intentar sorprender a la opinión pública anunciando la ejecutoria de proyectos que vienen de años atrás y sosteniendo maliciosamente que nuestro crecimiento sigue siendo el líder de la región. Colombia este año crecerá casi el doble que Perú.

Quinto, en el siglo XXI fomentar la inversión y administrar lo público sin una verdadera “hoja de ruta” es imposible. En Perú disponemos de muchos planes que no son tomados en serio y cuyo cumplimiento no pasa de la mediocridad. Disponemos de un Plan Nacional de Competitividad y Productividad promovido tímidamente por el MEF, un Centro Nacional de Planeamiento carente de empoderamiento y, como si fuera poco, un Consejo Privado de la Competitividad cuyas propuestas casi nadie conoce. Planes sin sentido de unidad, integridad, consenso y ejecutoria sirven de poco.

Finalmente, todo lo reseñado se complica aún más debido a que se debe entender que lo más grave de la crisis actual no solo se expresa en materia social, económica y política. Hoy estamos siendo víctimas de una tremenda crisis de autoridad moral. Quienes hoy buscan reemplazar al desgobierno, tampoco han dado muestras de honestidad e interés real por crear mercados transparentes, competitivos y democráticos. El “buen ejemplo de los gobernantes” es lo más escaso de estos últimos 201 años y sin ello la posibilidad de recuperación económica será difícil de lograr. A cambiar esto.

Juan José Marthans es economista PAD de la Escuela de Dirección de la Universidad de Piura.