Carlos Meléndez


“Never underestimate the power of stupid people”.

Frank Underwood - “House of Cards”

Uno de cada cien peruanos, según diversas encuestas, aprueba al de . Una presidenta sin partido ni bancada propia en el Congreso, con protestas sociales en su contra (reprimidas salvajemente), y con escándalos políticos y judiciales sobrevive luciendo la banda presidencial. Esta excepcionalidad en la política peruana (y latinoamericana) no se entiende, obviamente, por el genio político de la inquilina de la Casa de Pizarro –que ha demostrado absoluta mediocridad en todos los ámbitos de la gestión gubernamental–. Tampoco por la genialidad malvada de su círculo de mayor confianza. De hecho, la explicación más empleada acusa una coalición fluida de “corruptos y autoritarios” que concuerdan (¿o sencillamente coinciden?) en el objetivo de hacer llegar a Boluarte a la meta lejana del 28 de julio del 2026, mientras “intereses mafiosos” usufructúan del poder.

Pero no hay que ser ni corrupto ni autoritario, ni mafioso ni ladrón, para contribuir al sostén de este gobierno. Mucho menos participar de una alianza política, articulada voluntariamente o no. A veces son miserias más personales y mundanas, más íntimas e insignificantes, las que se constituyen en el pilar de una infamia. Esa tentación del analista por demonizar a aquellos políticos con los que no simpatiza no nos debe hacer perder de vista que, sobre todo, este gobierno se sostiene por oportunistas, frívolos y necios.

El oportunismo no tiene límites. Crece a ratios directamente proporcionales a la magnitud de la crisis política. A río revuelto, ganancia de ayayeros. Un gobierno enclenque es la ventana de oportunidad para ser ministro, “vice”, vocero, jefe de gabinete de asesores o, mejor aún, ‘consigliere’. Es un desfile de quítate-tú-pa-ponerme-yo; un álbum de ascensos meteóricos. Un funcionario de rango medio puede escalar a ministro en tres o cuatro crisis sectoriales. Un modesto tecnócrata del MEF puede jurarse el próximo Javier Silva Ruete. Si cada 15 días el gobierno de Boluarte cambia al responsable de alguna cartera, el siguiente puedes ser tú. Los cargos públicos no se venden, se regalan. A cambio de la más rochosa patería. Así, un doctor en ciencia política saca la franela con entusiasmo en cada dominical, programa político de cable, entrevista radial o TikTok. Parece que no le importara su cartera ni la reforma de su sector; solo blindar a su jefa. Una abogada experta en patrimonio cultural se desentiende cuando se le interroga por el patrimonio de la mandataria. Estos ministros no se atreven a verbalizar que “ponen las manos al fuego” por su presidenta, aunque sus manos exhiben llagas. El oportunismo más ramplón sostiene a Boluarte.

La frivolidad no tiene sello de clase. Una mujer provinciana y quechuahablante o un hijo de la casta sanisidrina pueden ser tan frívolos como para ocupar el poder con el principal propósito de pasar una nochecita más en Palacio o hacer un viajecito más con valija diplomática. El constitucionalista promedio local que asume una embajada como si fuesen unas vacaciones pagadas o el abogado gris que acepta la representación del país a cambio de la defensa personal de una mandataria en apuros deslucen con su liviandad las razones de Estado. El expolítico profesional venido a menos que pone su vieja agenda telefónica de amigotes a cambio de cocteles en alguna cumbre internacional o la señora de ralea que devalúa el apellido de su familia por un día más de trato de ministra. La frivolidad a costa de nuestros impuestos sostiene a Boluarte.

La necedad de quienes creen ciegamente teorías conspirativas no hace distingos ideológicos. En un país en el que la policía “captura” pishtacos y casi la mitad de la población afirma que Alan García está vivo, no hay que sorprenderse si nos creemos nuestras propias mentiras. La polarización solo contribuye a elevar la falsedad en credo. En el 2021, la derecha radical, incrédula de haber perdido una elección ante un novato como Pedro Castillo, esgrimió la idea de fraude electoral para justificar su vergonzante campaña. Hoy, están realmente convencidos de que Jorge Salas Arenas, Piero Corvetto y compañía amañaron los resultados, a tal punto de que son incapaces de permitirles a estas autoridades electorales la responsabilidad de organizar ni una elección de Apafa. No habrá adelanto de elecciones hasta que no sean reemplazados. Esta conjura de necios sostiene a Boluarte.

La lumpen burguesía no tiene conciencia de clase, pero sí de oportunismo. No hay democracia sin burguesía, pero ¿qué tipo de régimen político produce el capitalismo informalizado? Estos hombres de negocios informales-ilegales conciben la política como su siguiente paso. Son más salvajes que Milei y, obviamente, menos ideologizados. Han armado sus partidos políticos y sus movimientos regionales, desprovistos de doctrina, dogmas y decálogos; solo a imagen y semejanza del origen gris de sus capitales. Un gobierno anémico de ideas es el ideal para continuar expandiendo sus negocios. Quizás a cambio de algunos relojes de alta gama. La lumpen burguesía sostiene a Boluarte.

¿Quién se rodea de oportunistas, frívolos y necios para mantenerse en el poder? Solo aquella persona capaz de armonizar esas características y potenciarlas gracias al cinismo instaurado en el guion del Gobierno. El libreto oficial –practicado por la presidenta, el ministro, el vocero y hasta el hermano– refiere a la democracia y a la gobernabilidad como las banderas de la actual administración, cuando en realidad sufrimos su arbitrariedad y su desgobierno. No es casual que la obsesión estética palaciega alcance también la voluntad por maquillar una gestión horrorosa y una democracia deformada. Todos sabemos que las habilidades cosméticas tienen un límite. Pero, al parecer, en el entorno de Boluarte se han escondido todos los espejos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carlos Meléndez es PhD en Ciencia Política