Andrés Oppenheimer

Uno de los libros más vendidos en Estados Unidos en este momento propone que los padres prohíban usar a sus hijos hasta los 14 años y el acceso a las redes sociales hasta los 16. La idea, con algunos atenuantes, no es descabellada.

Ilustración: Víctor Aguilar Rúa
Ilustración: Víctor Aguilar Rúa

El libro se llama “La generación ansiosa” y su autor es Jonathan Haidt, un psicólogo social de la Universidad de Nueva York. Lo entrevisté hace unos días y varias de sus propuestas para implementar su plan me parecieron factibles.

Haidt me dijo que, desde la llegada del iPhone en el 2007, hay una creciente epidemia de ansiedad, , enfermedades mentales e incluso suicidios entre los jóvenes. Esta tendencia ha empeorado desde el 2009, cuando se introdujeron los botones “me gusta” y muchos jóvenes, especialmente las niñas, comenzaron a deprimirse cuando no recibían tantos “me gusta” como sus amigas, añadió.

Un 57% de las niñas en la escuela secundaria dicen que a menudo sufren de tristeza o desesperanza, comparado con un 36% hace una década, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.

En América Latina también han subido las tasas de depresión juvenil, y un 47,7% de los jóvenes dice sufrir de ansiedad o depresión, según Unicef.

“Lo que sostengo es que los niños deben desarrollarse primero en el mundo real, antes de que les permitamos trasladar sus vidas al mundo virtual”, me dijo Haidt. “No es bueno que crezcan con TikTok. Queremos que crezcan jugando con otros niños”.

Haidt propone que, en lugar de teléfonos inteligentes, los padres les den a sus hijos menores de 14 años teléfonos plegables, que tengan mensajes de texto y GPS, pero sin cámaras ni acceso a Internet. Eso los ayudará a mantenerse alejados de las redes sociales y la pornografía, entre otras cosas, afirma.

Además, propone leyes para prohibir a los jóvenes menores de 16 años abrir cuentas en las redes sociales.

Cuando le pregunté a Haidt si no es poco realista pedirle a los padres que no les den teléfonos inteligentes a los niños cuando prácticamente todos sus compañeros de clase los tienen, me respondió que los padres y madres deben hacerlo colectivamente.

Haidt también apoya leyes de “escuelas sin celulares”. Propone que todas las escuelas guarden los teléfonos móviles y relojes inteligentes de los estudiantes en armarios y los mantengan allí durante toda la jornada escolar para obligar a los niños a prestar atención en clase.

Varios estados de Estados Unidos, como Florida y Texas, ya han aprobado leyes que limitan el uso de redes sociales a los niños, aunque muchas de ellas están siendo impugnadas en los tribunales por posibles violaciones a la libertad de expresión.

Si tuviera que señalar un defecto en este excelente nuevo libro de Haidt, es que no pone suficiente énfasis en la necesidad de clases de “educación mental” en las escuelas.

En mi reciente libro “¡Cómo salir del pozo!”, sobre qué están haciendo los países, las empresas y las escuelas para aumentar la felicidad, escribí sobre lo mucho que me impresionaron las clases obligatorias de felicidad en todas las escuelas públicas de Nueva Delhi, India. Allí vi cómo a los niños les enseñan a meditar y les imparten clases sobre cómo tolerar el fracaso y luchar contra la adicción tecnológica.

Como me dijo Vibeke J. Koushede, decana de la Escuela de Psicología de la Universidad de Copenhague en Dinamarca, dada la crisis de salud mental en el mundo, “no tiene sentido que tengamos clases de educación física, y no tengamos clases de educación mental”.

De hecho, la crisis de depresión juvenil probablemente empeore con el auge de las aplicaciones de inteligencia artificial como ChatGPT y Gemini, que aislarán aún más a los jóvenes, y también a los adultos. Tal como lo propone Haidt, es hora de que los países, las escuelas y los padres se pongan las pilas y actúen para ponerle frenos a esta epidemia de problemas mentales.

–Glosado y editado–.

© El Nuevo Herald. Distribuido por Tribune Content Agency, LLC.

Andrés Oppenheimer es periodista