Para unos, son la reserva moral de un planeta ahogado en el consumismo. Para otros, personajes sospechosos de racismo, pues evitan mezclarse con la gente de los países donde habitan.
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Para unos, son la reserva moral de un planeta ahogado en el consumismo. Para otros, personajes sospechosos de racismo, pues evitan mezclarse con la gente de los países donde habitan.
Llegaron al Perú en el 2014, procedentes de Bolivia, con la idea de encontrar nuevos territorios donde poder llevar su estilo de vida, ajeno a los inventos del mundo moderno.
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Sin embargo, desde hace cuatro años vienen siendo investigados por la deforestación de grandes extensiones de la Amazonía en Loreto y Ucayali.
Cuando los visité por primero vez, a finales del 2015, pedían al Gobierno autonomía para educar a sus hijos bajo sus normas cristianas. El pedido incluía exonerar a sus jóvenes del servicio militar. En la escuela menonita, los menores aprenden a cantar y memorizar pasajes de la Biblia y, sobre pizarritas con tiza, a dominar las matemáticas básicas. Llegada la pubertad, dejan el colegio para dedicarse a la producción agropecuaria y maderera, si son varones; y a los deberes del hogar y el campo, si son mujeres.
Gracias a Analí Lavado Agnini y al programa Cuarto Poder, pude ingresar a dos colonias menonitas en Ucayali y la amazonía de Huánuco (la tercera zona menonita importante queda en Padre Márquez, en Loreto). Ese año, las poblaciones de Vanderland y Usterreich lucían como campamentos recién montados, en medio de grandes áreas agrícolas ganadas a la jungla.
Un aire bíblico soplaba en esas aldeas construidas en madera y planchas metálicas, donde algún niño jugaba con zancos y las mujeres cosían en silencio. La paz dominaba esas extensiones donde la casa del vecino se divisaba a cinco cuadras o un kilómetro de distancia.
Llegar a dichas localidades no era fácil, pues estaban alejadas de Pucallpa y los menonitas no permitían el ingreso de nadie más que colaboradores locales: dueños de camiones que los ayudaban a sacar sus productos.
Convivir un par de días con ellos fue como presenciar un capítulo de La familia Ingalls, la serie de los años 70 protagonizada y dirigida por Michael Landon. Y lo dije en el reportaje que siguió a aquella visita. Solo que aquí no había Laura ni Mary Ingalls, sino mujeres hacendosas que solo entendían el idioma alemán arcaico que no podría entender un alemán moderno.
Los menonitas y los amish tienen el mismo origen, pero los primeros no son tan radicales como los segundos. Los seguidores de Menno Simons aceptan algunos adelantos tecnológicos en su vida diaria, como los tractores y maquinaria agrícola en general, así como un extemporáneo tipo de lavadoras de ropa impulsadas a combustible.
No toleran la televisión, las radios y mucho menos los celulares. Tampoco los automóviles ni la energía eléctrica. Sus calculadoras a manivela parecen sacadas de una película del Far West.
Pero, a diferencia de los amish, no se aíslan del mundo exterior. Solo se apartan. Ellos no aceptaron la vacunación contra el covid porque solo Dios podía decidir sobre sus destinos.
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Los menonitas llegados al Perú nacieron en un país sudamericano y, sin embargo, solo los jefes de la aldea sabían comunicarse en un español mal masticado. Una cantidad menor de ellos procede de Belice.
A pesar del calor amazónico, ellos jamás daban muestras de agobio, abotonados hasta la manzana de Adán. Lo mismo ellas, enfundadas siempre en vestidos de telas sencillas y oscuras.
Con todo su estoicismo y radicalidad, estos hombres uniformados con overoles y camisas a cuadros eran amables y dulces.
Una búsqueda rápida en Internet saca a la luz deshonrosos delitos protagonizados por un grupo de ellos en Manitoba, Bolivia. Los jóvenes menonitas solo pueden formar una familia con mujeres de su mismo grupo religioso. Quien sucumba al amor de cualquier otra mujer deberá abandonar la aldea.
El mundo moderno y su compleja dinámica rodean a estos seres que viven bajo el mandato de una misión sagrada, según ellos.
Este año volvimos a visitarlos (12 horas por río, desde Pucallpa), pero por razones diferentes: las colonias menonitas de Tierra Blanca en Loreto y Masisea en Ucayali fueron multadas con millonarias cifras. Se supone que los cristianos talaron nuestros bosques primarios sin contar con los permisos respectivos.
Ellos y sus abogados arguyen que solo están aprovechando bosques previamente explotados por madereros. Las imágenes satelitales muestran una acelerada actividad forestal en sus dominios. La Fiscalía Especializada en Materia Ambiental sigue recopilando información.
Una investigación paralela trata de develar un sistema de titulación irregular promovida por dependencias estatales en los predios que hoy ocupan las colonias “santas”. ¿Fueron engañados por traficantes de tierras?
Similares acusaciones persiguen a este grupo en México y Bolivia. Sus hijos forman familias, sus colonias crecen y sus campos de cultivo también.
Para unos, llevaron al extremo la frase bíblica “poblad en abundancia la tierra y multiplicaos en ella”. Para la ley, deberán reforestar el paraíso perdido. //
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