"Medidas urgentes", por Ricardo Montoya. (Foto: USI)
"Medidas urgentes", por Ricardo Montoya. (Foto: USI)
Ricardo Montoya

De la pérdida de credibilidad no se regresa jamás. La historia de Humpty Dumpty lo ejemplifica a la perfección. La antigua fábula inglesa relata las peripecias de un huevo antropomórfico, que escala al punto más alto de un muro, para luego, de forma intempestiva, perder el equilibrio y caer al vacío. Pese al esfuerzo conjunto de todos los hombres y los caballos del reino en que vivía “el ovo personaje”, no hubo forma de ayudarlo a recuperar su antiguo aspecto. La lección se desprende fácil: el viaje del desprestigio solo tiene pasaje de ida.

Este relato moralizador podría guardar cierta similitud con la actualidad del presidente de la Federación Peruana de Fútbol, Edwin Oviedo. Al amor hay que alimentarlo con acciones y, durante algunos años, el señor Oviedo parecía enamorado de la tarea que se le encomendó. Y a juzgar por los resultados, sin que medien subjetividades, se le debería reconocer algunas contribuciones importantes. La principal, sin duda, ha sido la conciencia de sus propias virtudes y limitaciones. Por esa razón, delegó responsabilidades a gente especializada, que no solo condujo a la selección al Mundial, sino que mejoró la imagen del balompié en todo el país.

Otro mérito de su gestión viene apareado, en el futuro cercano, con la realización de una Copa del Mundo en el Perú y una interesante apuesta por las divisiones menores. Desconocer estos aspectos positivos y olvidarlos en la evaluación global de su trabajo implica un sesgo que el sano ejercicio del periodismo no puede permitirse. Por supuesto, atender únicamente a ellos, tampoco.

En los últimos días, se ha presentado una crisis que ha remecido cimientos que parecían sólidos en la nación. El país deportivo está polarizado y Edwin Oviedo es el principal responsable de esta situación. Una gestión en apariencia impoluta se ha visto ensombrecida por audios a media voz y una serie de acusaciones personales hacia el cusqueño que no han sido esclarecidas como la opinión pública merece.

El presidente tiene todo el derecho de defensa posible. Pero, mientras lo hace, termina obstinadamente arrastrando a la federación a un lodo institucional del que no va a ser fácil salir. En otras palabras, su presencia a la cabeza del ente que gobierna el futbol peruano, mientras él no solucione sus problemas, puede terminar por derrumbar las estructuras sólidas de un organismo que, paradójicamente, él mismo ayudó a edificar.

Un escenario hipotético es que Ricardo Gareca dirija al seleccionado patrio en medio de un ambiente transparente y limpio, y otro muy distinto, es que lo haga en estas circunstancias en que el presidente de la federación que lo respalda está siendo seriamente cuestionado. No se puede deslindar, aunque se intente, lo político de lo deportivo. Dicho más claramente, Edwin Oviedo debería alejarse de su cargo para que Gareca pueda trabajar tranquilo. Es lamentable pero necesario. 

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